¿Pasan factura las citas estivales a los promotores de música durante el curso?
VALÈNCIA. Octubre ha traído el otoño con gota fría y corrientes de aire polares. También se ha llevado a la gente de la playa al sofá (y mantita) y los festivales de música han aprovechado para recoger escenarios y centrarse en el cartel del año que viene. Estos meses exigen refugio, y las salas de conciertos ya hacen camino con la temporada empezada desde hace semanas. Este cuando-tú-vas-yo-vengo-de-aquí ha provocado que este fin de semana casi todos los espacios musicales de la ciudad tengan programados bolos, desde la inmensa plaza de Toros hasta el microescenario de El Volander.
Los festivales valencianos han vuelto a contar con el respaldo de un público que les hace fácil eso de hibernar, más aún cuando tienen la mayoría de entradas vendidas a falta de nueve meses para volver. Pero la masificación de las citas estivales es algo relativamente nuevo en la ciudad. Las que siempre han existido son las salas de conciertos, que con más o menos aciertos, siempre han acabado copando la oferta musical durante el curso escolar. ¿En qué medida les afecta este cambio de paradigma a la hora de consumir música en directo?
La respuesta es compleja y exige buscarla en diferentes direcciones. “La convivencia con los festivales es muy difícil, sobre todo con la gente joven”, dice Pepe de Rueda, de la sala 16 toneladas; o “solíamos cerrar en agosto y cada vez se hace más complicado aguantar la sala abierta durante julio”, cuenta Lorenzo Melero, de Loco Club. Pero también se escucha que “el verano no interrumpe de ninguna manera la programación” de Jimmy Glass, según su responsable Chevi Martínez, o “que haya toda esta oferta en sí ya es un éxito”, tal y como sostiene Quique Medina del recién estrenado Convent Carme.
Uno de los casos más particulares es, sin duda, Jimmy Glass. Con una programación dedicada exclusivamente al jazz, se ha convertido en un club de referencia internacional. Cada género habla de su propio público, que en este caso es fiel -casi hasta la militancia- y no encuentra ningún lugar en el que saciar su melomanía (además del Festival de Jazz de València). “Nuestra programación es regular de agosto a junio, y además intentamos que los nombres que componen nuestros ciclos no respondan tanto a la comercialidad sino a la vanguardia y lo inédito”, cuenta Martínez.
Por otro lado, Convent Carmen encara su primera temporada con “mucha excitación”: “la gente está entendiendo el sitio que hemos dispuesto para ella”, dice Medina. Lo sonoro ocupará dos lugares privilegiados: por una parte, la iglesia desacralizada, donde la poca experiencia del lugar ya les ha dicho que tiene que tratarse de conciertos de formato reducido, cercano y con un sonido muy cuidado; por otra parte, el jardín, donde -como novedad- anuncian en la entrevista que se prevén conciertos de jazz los miércoles y de pop/rock los fines de semana, todos en horario de tarde. La idea es que la gente vea grupos nuevos, o al menos que los redescubra de una manera diferente.
Pero no hay que olvidar a las salas que programan pop y rock y que son las más afectadas por la estacionalidad del consumo de música en directo, más aún cuando las actividades que programan son de pago. A pesar de que el rock y el indie se han popularizado, la juventud valenciana parece tomarse la música como la horchata, solo bajo el sol. Así lo explican Pepe de Rueda y Lorenzo Melero, responsables de las salas 16 toneladas y Loco Club (respectivamente), dos locales imprescindibles para entender el circuito de música en València. Además de promover conciertos de artistas nacionales e internacionales, son el lugar en el que los grupos que en verano solo tocan en la sobremesa y solo para los fans, crecen y se dan a conocer. Y aunque cada sitio tiene sus particularidades, los dos consultados coinciden en dibujar una situación de poco más que supervivencia para sus negocios, en los que tiene que hacer un juego de equilibrios entre sus filias y las propuestas más comerciales. A partir de abril, la temporada ya no remonta.
Esta radiografía, que no se apoya tanto en un estudio fehaciente como en una suma de experiencias personales, apunta a una ciudad estacionalmente musical. La sombra de los festivales de pop y rock es más alargada de lo que aparenta: “Encontramos dificultades para contratar a grupos internacionales porque muchos firman exclusividad con festivales y no pueden o no quieren tener València como un lugar de paso en su gira”, cuenta Melero.
A eso se le suma una creciente oferta de actividades culturales gratuitas organizadas en espacios públicos, algo que puede llegar a devaluar la experiencia de tener que pagar para ver a un grupo de música. “Que el ayuntamiento o quién sea organice cosas gratis está realmente bien, pero también deberían apoyar a las salas privadas que mantienen la programación durante todo el año y se juegan dinero en cada bolo”, comenta De Rueda y propone: “tal vez si se organizara una jornada con conciertos gratuitos en las salas, en los que los gastos del bolo fuera a cargo del organismo público, a la gente se le acercaría a la experiencia de una sala de música”.
Quique Medina es el más optimista y cuida sus palabras para no transmitir en ningún momento un mensaje negativo: “València vive un momento muy bonito y que haya 88 conciertos en una sola semana es todo un éxito. Es verdad que los festivales arrastran a mucha gente, pero hay que saber transmitirles que aunque eso está bien (un festival es como estar en una nube y te deja una sensación como de irrealidad), se puede seguir siendo feliz en las salas, en propuestas más crudas pero seguro más placenteras”. “Un festival es como comer una paella para 200 personas en vez de una para cinco, mismo plato pero distinto sabor”, bromea Lorenzo Melero.
Con todas sus particularidades, los cuatro comparten algo, la ilusión de iniciar esta temporada con más música que reflexiones en alto: “cada año tengo las puertas más abiertas para traer a los grupos que más me apetecen”, cuenta Pepe de Rueda, “no solo no nos cuesta hacer una programación de calidad, sino que tenemos que seleccionar”, sentencia Chevi Martínez; “estamos en nuestra temporada 19 y hemos sabido hacer atractiva nuestra propuesta sin ser rimbombantes, solo con la música” asegura Melero; “la línea editorial del sitio nos permite configurar una programación pensada por su valor artístico y no por ser fácil”. Pues eso, feliz otoño y mucha música.