En los últimos años se ha producido un aumento significativo en las exigencias sobre el contenido de las etiquetas de los alimentos. Esta evolución ha proporcionado una información muy útil para quienes buscan mantener una dieta saludable. Sin embargo, nos encontramos ante una paradoja: a pesar de contar con más datos que nunca, muchos consumidores no saben leer ni interpretar correctamente esta valiosa información.
Las etiquetas actuales nos ofrecen un desglose detallado de la información nutricional: valor energético, cantidad y tipos de grasas, hidratos de carbono, azúcares, fibra, entre otros. Estos conceptos, aunque familiares para muchos, a menudo carecen de una traslación práctica en el momento de la compra. Es preocupante observar cómo, en numerosas ocasiones, el consumidor se limita a comparar el precio sin considerar otros aspectos cruciales para su salud.
Esta paradoja hace que debamos preguntarnos: ¿De qué sirve tener toda esta información si no sabemos interpretarla? La respuesta apunta directamente a la responsabilidad de la Administración pública. Es evidente que no se están realizando los esfuerzos necesarios para educar al consumidor y garantizar que esté debidamente informado.
La falta de comprensión de las etiquetas no solo afecta a la salud individual, sino que también tiene implicaciones más amplias. Por un lado, dificulta la toma de decisiones conscientes sobre nuestra alimentación, lo que puede contribuir a problemas de salud pública como la obesidad o las enfermedades cardiovasculares. Por otro lado, esta ignorancia puede ser aprovechada por algunas empresas para realizar prácticas de marketing engañosas, resaltando ciertos aspectos del producto mientras ocultan otros menos favorables.
Esta situación se complica aún más cuando consideramos las fuentes de información a las que acuden los consumidores, especialmente los más jóvenes. En la era digital, las redes sociales se han convertido en una plataforma principal para obtener información sobre alimentación y nutrición. Sin embargo, este fenómeno presenta un nuevo desafío: la proliferación de contenido no verificado o directamente falso.
Influencers, bloggers y autoproclamados expertos en nutrición inundan las redes con consejos dietéticos y afirmaciones sobre alimentos que, en muchos casos, carecen de fundamento científico. Esta información errónea puede llevar a los jóvenes a tomar decisiones equivocadas sobre su alimentación, ignorando la valiosa información proporcionada en las etiquetas de los alimentos. Además, la tendencia a buscar soluciones rápidas y dietas milagrosas puede alejar aún más a este sector de la población de una comprensión adecuada de la nutrición y de la importancia de leer correctamente las etiquetas.
Por ello, las administraciones más cercanas al ciudadano deberían tener una intervención más decidida. Se necesitan campañas educativas efectivas que enseñen a los consumidores a interpretar correctamente las etiquetas. Esto podría incluir programas en escuelas, talleres comunitarios y campañas en medios de comunicación. Además, se debería considerar la simplificación de algunas informaciones, quizás mediante un sistema de clasificación visual más intuitivo, sin perder por ello el rigor científico. En otro caso, seguiremos ampliando la normativa y las exigencias del etiquetado sin que apenas se obtengan resultados prácticos.