Solo la literatura tiene la obligación de mentir. Y el escritor francés Laurent Binet la ha llevado hasta sus últimas consecuencias en su novela Civilizaciones, que cuenta un hecho histórico que nunca ocurrió: la conquista de España por el imperio inca de Atahualpa. Una historia que ha sacudido el mundo literario del país vecino y le ha valido a su autor el Gran Premio de la Academia Francesa. Sus dos novelas anteriores (HHhH y La séptima función del lenguaje) ya habían llamado la atención de público y crítica. La primera, premiada con un Goncourt, explora la delgada línea que separa realidad y fantasía en la Praga del nazi Heydrich. La segunda urde una trama policial en torno a la muerte del ensayista Roland Barthes. Pero en Civilizaciones Binet da un paso más, reinventando la historia universal y sugiriendo una reevaluación de sus protagonistas.
La novela se articula en cuatro partes. La primera narra la odisea de la vikinga Freydis por el litoral americano, que alcanzará el Perú y la pondrá en contacto con las culturas nativas. La segunda parte es un remake de los diarios de Cristóbal Colón, pero transformando el signo triunfal de su aventura en un fracaso sin paliativos: En la tercera nos encontramos de nuevo en el Perú, que ahora se desgarra en una guerra civil. Acosado por los hombres de Huáscar, Atahualpa se ve forzado a emprender una fuga alucinante, primero en dirección norte, y luego al oeste, cruzando el océano hasta Lisboa. De ahí penetrará en la España imperial de Carlos V, donde romperá con astucia el cerco de la Inquisición para luego someter todo el territorio. Surge así un reino, que, tal como se nos presenta, supera con creces al imperio hispánico en justicia, tolerancia y solidaridad. Pero la paz no durará mucho: los mejicanos entran en escena con crueldad extrema, dividiendo el mundo en dos bloques antagónicos.
La cuarta y última parte se abre con otra vuelta de tuerca, reescribiendo el Quijote en una biografía semimaginaria de Miguel de Cervantes, que va a cruzarse con el Greco, Montaigne o el papa Pío V. La novela terminará como empezó, con una travesía transoceánica, pero esta vez a las Américas, cerrando el círculo abierto al principio por el viaje de la vikinga Freydis y culminando esta globalización invertida.
Un alarde de imaginación histórica que va a dejar perplejo a más de un lector. Estamos a años luz del canon moderno o modernista de la narrativa, donde la trama se reducía al grado cero para ser sustituida por la intrasubjetividad y el fluir de la conciencia. Esto es literatura cien por cien posmoderna, un cóctel, un max mix de paisajes, figuras y sobre todo acciones, un cúmulo de acciones que se suceden, se cruzan y se confrontan a un ritmo galopante. Esta historia que vuelve la historia del revés se presenta como un puzle de muchas piezas, y también así se presenta el discurso narrativo, que rebosa de citas, parodias y reescrituras de otros textos. Es la fiesta de la intertextualidad. No hay un lenguaje, no hay un estilo, sino una polifonía de voces cruzadas, yuxtapuestas, mutando al compás de la historia y sus actores.
Y tampoco hay tragedia. El lector es testigo de la muerte de muchos personajes, ejecutada a veces en plan gore, como en las películas de Tarantino. Pero igual que este, Binet no se toma del todo en serio esas muertes. Su impacto emocional recuerda más al del cómic o la pulp fiction que al de la novela clásica. Porque son juego, fantasía, en una palabra: literatura. Un claro ejemplo es el asesinato de uno de los personajes importantes a manos de Lorenzino de Médicis. Mientras agoniza, la víctima lanza una pregunta: “¿tú, Laurent?” Se está dirigiendo, claro, a Lorenzino, pero sobre todo se dirige a Laurent Binet, el autor, único responsable de las vidas y las muertes de estos entes de papel. La ficción se está saliendo de sí misma, consciente de su propia irrealidad.
Ahora bien, en la novela no todo es un juego. También hay utopía, crítica y hasta venganza contra la historia real. La historia que sí fue. Ese es de hecho el sentido de la frase genial de Carlos Fuentes que abre la obra: “El arte da vida a lo que la historia ha asesinado”. Y en cierto modo esta es la causa de la adscripción de Civilizaciones al género de la ucronía, que consiste en instalar lo utópico no en el futuro, sino en un pasado transfigurado, que se pliega a los sueños e ideales del autor. Binet quiere hacer justicia. Quiere encantarnos ideológicamente con la fuerza de su fantasía, parando el reloj del mundo capitalista y fundando otro mundo sobre bases diferentes. Unas bases que nunca existieron y que no tiene ningún problema en fabricar, combinando a la carta etnografía, teología y ante todo literatura. El resultado es una ingeniosa doctrina sincrética enunciada en 95 tesis que replican y al mismo subvierten las 95 tesis de Lutero que iniciaron la Reforma. Si el alemán le estaba enmendando la plana al papa de Roma, Binet se la está enmendando a todo el cristianismo, incluido Lutero, y, por extensión, a toda la cultura occidental. Su universalismo inca pretende asimilar lo mejor de cada tradición para superarlas a todas. Pero para ello tiene que cambiar sus propias cartas, puesto que ese universalismo procede en realidad de la noción de ecúmene, que es helenista y cristiana.
La consecuencia es que sus incas no son los incas reales, sino seres posibles, o quizá imposibles, creados fundiendo antropología y utopía. Incas del siglo XXI que ni existen ni existieron nunca fuera de la imaginación. La erudición histórica sin duda está ahí, y es apabullante en muchas ocasiones, pero cuando no le basta a Binet, desata su extraordinaria capacidad de fabulación para hacer verosímil lo inverosímil, como en ese viaje transatlántico de Atahualpa y los suyos, que los trae a Europa con técnicas de navegación importadas de la propia Europa, reciclando incluso dos de las naves de Colón. Sin duda la forma más inteligente de sortear otro escollo historiográfico: no hay evidencias de que los incas hicieran expediciones de esta envergadura, ni siquiera está claro que tuvieran los medios y conocimientos necesarios para orientarse tan lejos de la tierra firme. La sugestiva hipótesis de un descubrimiento inca de la Polinesia se basa en relatos difíciles de verificar. Y, por otra parte, tampoco tenemos textos incas escritos antes del periodo colonial. Así que la novela es dos veces paradójica: es la odisea naval de un pueblo básicamente terrestre, y es la epopeya escrita de una cultura oral.
Otro tema delicado es el lugar en el que quedan los españoles. Aunque Binet no desarrolla los aspectos más oscuros de la conquista y la colonización española al sustituirla por una contraconquista inca de Europa, su enfoque es en parte deudor de la hoy cuestionada leyenda negra, que inspira su imagen truculenta y neogótica de la Inquisición. El fracaso de Colón es, además, la feliz circunstancia que pondrá en marcha la otra conquista, abriendo posibilidades supuestamente más prometedoras que la empresa de los españoles. Sin embargo, esta visión negativa está contrapesada con un homenaje a nuestra tradición literaria, cuyos referentes van y vienen sin cesar, ya sea en forma de reescritura (el Quijote, los diarios de Colón…), personajes (Cervantes, el poeta Garcilaso, el Greco, Ignacio de Loyola…), o citas directas, como las de Fuentes y el Inca Garcilaso que encabezan el texto. El contenido impugna la España imperial; la forma celebra y explota su literatura sin limitaciones.
En cualquier caso, Civilizaciones no es un tratado de etnografía, ni mucho menos un diagnóstico equilibrado de los pros y los contras de la actuación española en América. Es la explosión de un talento narrativo desbordante, un autor capaz de hacer estallar la historia para producirla de nuevo, someterla a sus designios y de paso recrear la propia literatura. Los anacronismos, las utopías, y alianzas imposibles son la pólvora de su ficción. Y son también su original respuesta a ese imperativo que solo tiene la literatura: el imperativo de mentir.
Vicente Carreres es filólogo y ensayista. Instituto Juan Andrés de Comparatística y Globalización