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CRÍTICA DE ÓPERA

Les Arts abre la puerta a la atroz belleza de la música obsesiva de Janácek

21/01/2023 - 
FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía, 19 enero 2023
Ópera JENUFA
Música, Leos Janácek
Libreto, Leos Janácek
Dirección musical, Gustavo Gimeno
Dirección escénica, Katie Mitchell
Orquestra de la Comunitat Valenciana
Cor de la Generalitat Valenciana 
Jenufa, Corinne Winters.  Kostelnicka, Petra Lang.  
Laca, Brandon Jovanovich.  Steva, Norman Reinhard. 
Abuela, Elena Zaremba.  El capataz, Sam Carl.
   El alcalde, Scott Wilde.  La mujer del alcalde, Amparo Navarro. 
Karolka, Laura Orueta.  Una pastora, Olga Syniakova.
Barena, Quiteria Muñoz.  Jana, Larisa Stefan. La tía, Leticia Rodríguez.

VALÈNCIA. Por fin, se abre la puerta, y por todo lo alto, a la música de Leos Janácek, uno de los grades postrománticos europeos, para ser disfrutada en casa por los valencianos. Y gracias a Les Arts, que una vez más acierta en su labor divulgativa de los distintos estilos de la música para teatro, programando títulos poco habituales, para el enriquecimiento del aficionado. Y es que además, en esta ocasión, se ha operado trayendo nada menos que Jenufa, una de las obras cumbre del profesor, estudioso, compositor, y libretista checo, autor de estilo moderno y bien específico.

Se tendrán que vender entradas a precios tirados para los más jóvenes, si se pretende llenar la sala, sí. Pero benditas rebajas y benditos jóvenes. Porque, sea como sea, el caso es que se cumple con el objetivo fundamental en nuestro coliseo del Jardín del Turia: divulgar la buena ópera, crear afición, y ofrecer ocasión para el disfrute de la cultura.

Foto: MIGUEL LORENZO / MIKEL PONCE

El autor de La zorrita astuta, Katia Kabanová y El caso Makropulos comparte con su contemporáneo Giacomo Puccini, entre otras cosas, la voluntad de crear música capaz de conmover. Pero lo hace de forma bien distinta a la del italiano. Su estilo específico lo encuentra, -cerca de la obsesión-, en el aspecto musical del lenguaje hablado. Cada frase hablada -en checo, claro- tiene su musicalidad, su tono, su fuerza expresiva. Así extrae su música de la vida, una música realista al límite, procedente de la prosa, exenta de cualquier adorno que pueda distraer tal asunto.

Esa es su obsesión y su riesgo: la búsqueda de las emociones y los sentimientos con las notas imprescindibles. Esa es su música de impacto sobrio, y de lirismo simple, sin contrapunto ni floreo: con una nota para cada sílaba, dando forma a una especie de teatro cantado, como decía ayer Lourdes Espinilla, que no se pierde una. 

En su lenguaje de dicción musical, Leos Janácek es tan singular como decidido, y en el pecado -bendito pecado-, lleva la penitencia, pues no en vano con su prosodia musical, a pesar de conseguir una música de atroz belleza, ha sido un autor incomprendido y relativamente olvidado. Es lo que tienen las obsesiones.


Cuidado con las obsesiones

La también llamada melodía del habla es buen vehículo para el dramón de Jenufa, cuyo aterrador libreto, escrito también por Janácek, habla de una tenebrosa historia social de obsesiones concatenadas, que conducen irremediablemente a la comisión de graves errores. La gentil Jenufa está obsesionada con el inconsistente Steva, obsesionado a su vez con el alcohol. Laca está obsesionado con Jenufa y su menosprecio. Y por supuesto, la sacristana, -la kostelnicka-, está obsesionada con la protección de su hijastra, debido a su tormentoso pasado.

Todas las obsesiones, -y sus nefastos resultados-, son llevados por el autor a la partitura orquestal en forma de reiteración en bucle a modo de ostinato a lo largo de toda la obra, lo que hace que la ópera tenga una fuerza dramática extraordinaria, que brilló ayer de forma muy especial con la orquesta de la casa en manos de Gustavo Gimeno, ya curtido y sólido director, con un futuro envidiable. 

El valenciano, de la excéntrica partitura, extrajo el jugo de las texturas y los contrastes, aunque debió exprimir más en los oleajes sonoros de las partes álgidas. Y combinó certeramente los ritmos más amenazantes de difícil ejecución, con los momentos de recortado lirismo áspero y sutil. Con gesto elegante y preciso, dibujó lleno de matices el sonido certero para la cinematográfica y descriptiva música del checo, en definición singular de la duda, la tensión en la familia, la ternura, el dolor, el pánico, la locura por el remordimiento, el amor, la reconciliación y la esperanza.

Por desgracia, sucumbió Gimeno ante las posibilidades de la enorme orquesta de la casa de gran refinamiento tímbrico, y cayó obsesivamente, -como casi todos los directores que recientemente la han disfrutado-, en el descontrol y en la desproporción decibélica, desatendiendo al cantante. En la ópera, hay que escuchar a los cantantes. La ópera son las voces. Y precisamente la orquesta no debe evitarlo, como sucedió ayer por momentos. 

Además de la de los directores con la orquesta de la casa, es también conocida la obsesión de los registas por trasladar en el tiempo la acción originaria de las obras. En este caso, la británica Katie Mitchell nos acerca la obra un siglo. Resta sin duda consistencia dramática tal circunstancia, pues el impacto social de un embarazo no deseado -asunto crucial de la trama-, es bien distinto a finales del XX que cien años antes. Y sin embargo funciona bien, porque a cambio, el realismo se encuentra mejor si la fealdad buscada de las imágenes, -como es el caso-, son cercanas al espectador. 

No sé si en esto influye la permanente y obsesiva presencia del concurrido retrete. Siempre el retrete. Para diversos usos… También los teléfonos móviles para las fotos, o la edad alargada de la jubilación de la abuela, pero el caso es que con ese hiperrealismo doméstico se construye al fin una escena creíble, de movimientos bien estudiados y trabajados.

Concentrado de expresión. El efecto Janácek

Jenufa es como un concentrado de expresión cruda, en el que contribuyó de manera puntual pero soberbia el excelente Cor de la Generalitat Valenciana que lleva Francesc Perales, conjunto que respondió con grandiosidad vocal y sonora a la estrechez espacial al que fue sometido. Y también es ópera muy complicada para los solistas, y de concisión expresiva; y precisamente en esto encajaron a la perfección ambos tenores protagonistas. 

Laca, fue interpretado por Brandon Jovanovich, quien tras fracasar en el Trittico liceísta de diciembre, mostró ayer aquí ser poseedor de una voz superficial de color roto, más para la prosodia que para el canto lírico. Su torrente baritonal está bien timbrado y proyectado, pero carece de apoyo, lo que le impide crear una línea canora aceptable. Desprovisto de musicalidad, su voz aparece plana, a veces chillada, y exenta de versatilidad. Fue creíble en lo actoral, como también su compatriota estadounidense Norman Reinhard, en el papel del niñato Steva, quien falto de volumen, y voz de buen brillo y discreta proyección, fue tapado por la orquesta en numerosas ocasiones. Sobre las tablas fue perfecta su impronta pegajosa y desagradable.

También en competición con la orquesta desplegaron sus voces ambas sopranos protagonistas, quienes mejor trajeron el efecto Janácek. Así, Corinne Winters, hizo una Jenufa, demostrando poseer un instrumento de producción limpia, versátil, y de buen cuerpo canoro. Sabe hacer fluir bien sus armónicos. Sus momentos más dulces, como su referencia al romero, y la hermosa y monótona Salve a la Virgen María, -tratado ahí sí con mucho cariño y respeto por parte de Gimeno-, contrastaron de lo lindo con los de mayor dramatismo, ejecutados con empaque, decisión y rotundidad.

El fascinante papel de la kostelnicka fue para Petra Lang, soprano dramática de larga trayectoria, situada ahora en la madurez precisa para el papel. Sin graves, resuelve bien la parte centro y alta, donde desarrolla su voz compacta de brillo opaco, para atravesar la orquesta de manera amplia. Su presencia escénica es soberbia, y su fuerza expresiva de alto voltaje batió récords del top en el dramatismo más bruto y fidedigno, como parte del efecto Janácek.

La Abuela fue Elena Zaremba, de voz vibrada de cierto cuerpo, y de gran musicalidad.  Sam Carl hizo un capataz en el que pudo demostrar disponer de un instrumento seguro, bien timbrado, emisión fácil, y de buena llegada gracias al uso perfecto de los resonadores. El resto del elenco -muchos de ellos relacionados con el Centro de Perfeccionamiento de la casa, que antes llevaba el nombre del gran Plácido Domingo-, fue muy profesional. Destacaron las voces brillantes de Scott Wilde, y de Laura Orueta, soprano de grandes cualidades y magnífica desenvoltura escénica.

En Les Arts se ha abierto por fortuna la puerta a Janácek, con la tercera ópera de su producción, Jenufa, y su música de movimiento continuo, y llena de guiños a Verdi, Wagner y Puccini. En una noche triunfal valenciana de frío checoslovaco, se ha experimentado el efecto Janácek; un efecto real, de melodía breve sin adorno, de ritmos reiterativos y en modulación; un efecto contundente y sórdido, donde la palabra es el instrumento incorporado. Y donde la música emana del lenguaje hablado. 

Pero no conviene obsesionarse con eso. Ni con eso, ni con los retretes de la regista. La única obsesión que debemos tener, -cada uno la que le corresponda-, es la de programar buena música, interpretarla, y disfrutarla.

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