FICHA TÉCNICA Palau de Les Arts Reina Sofía, 3 noviembre 2021 Zarzuela DOÑA FRANCISQUITA Música, Amadeo Vives Libreto recortado, Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw Libreto añadido, Lluís Pasqual Dirección musical, Jordi Bernàcer Dirección escénica, Lluís Pasqual Escena y vestuario, Alejandro Andújar Coreografía, Nuria Castejón Castañuelas, Lucero Tena Orquestra de la Comunitat Valenciana Cor de la Generalitat Valenciana Francisquita, Ruth Iniesta. Fernando, Ismael Jordi. Aurora, Ana Ibarra Cardona, Albert Casals. Doña Francisca, Amparo Navarro Don Matías, Miguel Sola. Lorenzo, Isaac Galán Solistas miembros del Cor de la Generalitat Valenciana Narrativa, Gonzalo de Castro
VALÈNCIA. Qué ocasión perdida por el Reina Sofía de ofrecer al aficionado a la zarzuela, y especialmente a la gente joven, una de las piezas más importantes de la lírica española como es Doña Francisquita. Con ella, Amadeo Vives, -autor de más de 70 obras líricas como Bohemios y Maruxa,- puso sobre los escenarios una de las más bellas, completas e interesantes de la zarzuela grande, estrenada en 1924, y por tanto perteneciente a la última fase del género, que dejó de componerse tres décadas después.
Doña Francisquita, de espíritu castizo y ambiente madrileño, es obra de inspiración clásica, que se constituye como una zarzuela cosmopolita, moderna, sencilla, juvenil y deliciosa. La música de Vives, intensa, bella, elegante, y fresca, se salpica con compases ternarios sincopados, que hablan de un especial empaque español. Lo mismo sucede con el texto de los enormes Romero y Fernández-Shaw, quizá los mejores de la historia del género, quienes se inspiraron en La discreta enamorada de Lope de Vega, que forman el otro pilar fundamental de la obra, por su sapiencia poética, su estilo fluido, su adaptación ambiental, y su gracejo narrativo. Su libreto, ahora censurado, es de una calidad extraordinaria. Dibuja a la perfección la época, retrata el ambiente madrileño, tiene salero por arrobas, y el gracejo propio de sus inigualables autores.
Y sin embargo, lo representado el miércoles en el coliseo del Jardín del Turia es una adaptación de Lluís Pasqual, en la que elimina de un plumazo las partes habladas de la obra, y a cambio introduce un texto para un nuevo personaje, que a modo de narrador, interrumpe la comedia cuando le parece oportuno para explicar la nueva trama. Obviamente se trata de una perversión, que no solo radica en la propia adulteración practicada, sino también en el hecho de llamar Doña Francisquita a ese espectáculo, que es el fruto de una descarada operación de desnaturalización, a la baja.
Las adaptaciones, interpretaciones, e intervenciones en las obras líricas por parte de algunas “estrellas” del mundo de la dirección escénica, son cada vez más frecuentes. Y están muy bien. Pero, claro, siempre que estén al lado del respeto a las propias obras y a sus autores. Y siempre que se practiquen de manera que sumen y no resten, de manera que el regista esté al servicio de la obra, y no la obra al servicio del regista. Demasiados ejemplos desgraciados hemos visto recientemente en Les Arts con Castellucci, Michieletto, y Martone.
Preguntado un insigne colega mío al respecto de si sería partidario de derribar la catedral de León, respondió que sí. Ante el estupor de los presentes, añadió: “siempre que en su lugar se hiciera algo mejor”. Innovar sí, pero con respeto y calidad.
Amadeo Vives, durante la composición de su zarzuela, dudó sobre el título hasta encontrar el definitivo. No creo que barajara el de Doña Pasqualita, como tampoco creo que nunca imaginara que alguien pudiera utilizar su obra de forma tan desleal como poco interesante, y además para desvirtuarla a la baja. Porque el resultado del invento, que bien podría así ser bautizado, no tiene calidad. Al contrario, si de algo carece la operación perpetrada por Pasqual es, -aparte del debido respeto-, de calidad.
Efectivamente, la caprichosa recomposición de la pieza, deja una obra exenta de color y riqueza visual sobre las tablas debido a la nueva trama, y sustrae los ingeniosos momentos literarios como el del cortejo de Don Matías en la confitería, las tramas amorosas de la inteligente Francisquita, el momento cómico de Cardona, etc. Todo ello da como resultado una obra deslucida, aburrida, inconexa, descontextualizada, discontinua, y de difícil comprensión para el espectador al desaparecer el hilo conductor de la trama. La birria se queda en una sucesión de números musicales con la excelsa música de Vives, que eso sí, de momento ha sido indultada por el caprichoso regista.
El narrador introducido, fue abucheado al finalizar la sesión por parte del público. Y es que el texto que defiende Gonzalo de Castro en sus continuas apariciones, es de escasa calidad literaria, carece de gracia alguna, y dificulta entender el desarrollo de la obra. De Castro es actor de experiencia, con movimiento y presencia escénica notables. Su rol requiere, al parecer, bailes y gestos pretendidamente cómicos, que por desgracia solo consiguen distraer, y desvirtuar. Con una gestión de sus recursos expresivos formidables, tiene escaso volumen en su voz, por lo que tuvo que ayudarse de micrófono para hacer llegar su birrioso mensaje al público.
La orquesta de la casa sonó con un brillo y un color magníficos, como es habitual, consiguiendo momentos de especial brillantez en las partes sinfónicas. Y especialmente en los de acompañamiento al muy meritorio cuerpo de baile, que, por cierto, expuso un trabajo valiente, coordinado, de buen ritmo, y de variada presencia escénica, resuelto con brío y elegancia. Lástima el pobre vestuario.
Pero salvando eso, en lo musical, por desgracia tampoco el resultado fue para recordar. Dirigió el joven Jordi Bernàcer al conjunto orquestal, y lo hizo con mucha gesticulación, mucho control, y pidiendo mucho decibelio. No dibujó ningún momento de sutileza, y desatendió de manera permanente a los cantantes, en pugna con ellos, al poner permanentemente el sonido de la Orquestra de la Comunitat Valenciana por encima de las voces.
A los cantantes, por tanto, no solo Pasqual les impidió lucirse en los momentos hablados, como todos habrían deseado, sino que Bernàcer tampoco se lo puso fácil a la hora de hacer llegar su canto al público. Francisquita fue Ruth Iniesta, bien en lo escénico, volvió a demostrar, -siempre tapada por la orquesta-, que tiene bello timbre, buena emisión, y un canto basado en la técnica, con posibilidades de mejorar su enturbiada dicción. Ismael Jordi encarnó a un creíble Fernando sobre las tablas, y fue el solista que más derroche de buen gusto y musicalidad ofreció, con su canto ligado, de frases dulces forjadas en su técnica infalible del fiato. También bajo el peso de la orquesta, su voz, falta de color y abierta por momentos, evidenció la necesidad de evolucionar en recorrido, y de ganar en proyección y en cuerpo, así como en la generación de armónicos.
A la mezzo Ana Ibarra le faltó fuerza expresiva sobre el escenario que sí domina. Buen cuerpo canoro dispone, pero su voz llegó confundida con la orquesta, teniendo que recurrir los espectadores a la subtitulación para conocer el mensaje de Aurora, y ella a lucir su adecuada extensión y bello timbre, a los que bien debería equiparar su mejorable dicción, su canto golpeado y vibrado por momentos, y su falta de línea.
Cardona fue confiado a Albert Casals, tenor de cierto cuerpo, buena dicción, y de timbre apagado. Lorenzo lo interpretó Isaac Galán, con timbre incisivo para su voz bella y poderosa, con tendencia a entubar. Don Matías fue Miguel Sola, quien mostró un canto noble, pero eclipsado, como todos por la orquesta. Amparo Navarro acometió Doña Francisca con gracejo y expresividad soberbios, sin frases al cantar, pero con una dicción excelente en lo hablado.
Los solistas miembros coro de la casa, en sus respectivos cortos papeles sufrieron idéntica relación con la orquesta. No se les entiende casi nada, y a veces ni se les percibe, con excepción hecha, -todo hay que decirlo-, del Sereno de Ignacio Giner. De dicción ejemplar, demostró ser tenor de voz desplegada, limpia y grácil, quien debió haber atendido mayor empresa, pues en los teatros se requieren voces brillantes y de fácil proyección como la suya.
El del Cor de la Generalitat Valenciana, como siempre, supo estar a la altura, en los bellísimos momentos que la obra le ofrece, como el propio coro de los enamorados, -donde Vives dejó su impronta de elegancia y sabor especiales-, interpretado con perfecto empaste de equilibrio vocal. Tampoco llegaba su mensaje debido a los decibelios de la orquesta, que impertinentes no solo cubrieron al conjunto de Perales, sino a la propia Lucero Tena, quien castañeteó en el fandango final como ella solo sabe hacer. Es una grande, y se llevó la gran ovación de la noche al momento, con parte del público puesto en pié, por su bravura, su salero, su arte inconmensurable lleno de textura, ritmo y control. Parecía golpear las piezas del trencadís de Les Arts con sus maderas. Sin duda fue lo más brillante de la noche.
El ”poema de Madrid” que hizo Vives con sus libretistas se convierte con esta torpe adulteración de la esencia de la obra, en un invento de resultado fallido por méritos propios. La zarzuela hay que revitalizarla. Y la ópera. Y la lírica en general. Pero eso no se consigue con afrentas, ni pervirtiendo la esencia de las obras. Se consigue aportando ideas y trabajo de calidad. Y programando y ofreciendo obras, al resguardo de asaltos inconvenientes, con los que solo se consigue desprestigio del teatro, y decepción por parte del público.
El miércoles no fue posible, pero ojalá podamos ver pronto Doña Francisquita en Les Arts. Entonces no habrá tantas sillas vacías.
Nuestro género zarzuelero necesita ser preservado, y ser ofrecido con calidad. Exactamente ese es el mejor apoyo que puede recibir de los teatros. Y también necesita menos “estrellas” y más Luceros.