FICHA TÉCNICA Palau de Les Arts Reina Sofía, 26 mayo 2022 Ópera. WOZZECK Música y libreto, Alban Berg Dirección musical, James Gaffigan Dirección escénica, Andreas Kriegenburg Orquesta de la Comunidad Valenciana Cor de la Generalitat Valenciana Escolanía de la Mare de Déu dels Desemparats Wozzeck, Peter Mattei. Marie, Eva-Maria Westbroek Capitán, Andreas Conrad. Doctor, Franz Hawlata Tambor mayor, Christopher Ventris. Margret, Alexandra Ionis Andres, Tansel Akzeybek. Artesano 1º, Patrick Guetti. Artesano 2º, Turiy Hadzetskyy Loco, Joel Williams. Soldado, Jorge Franco. Hijo, Adrián García
VALÈNCIA. Para su Wozzeck de 1925, Alban Berg parte de una pieza literaria verista de 1836 del joven médico y activista social Georg Büchner, que cuenta la historia real de un ciudadano enfermo y pobre, sometido por una sociedad cruel, que en lugar de socorrerlo lo somete al abuso y a la indiferencia hasta su destrucción. Es tan brutal el texto, que mereció ser musicado, -sin duda alguna-, con el lenguaje atonal del autor vienés, discípulo de Schönberg, con su especial estética rompedora, capaz de reflejar la barbarie social denunciada, consiguiendo aunar forma y contenido de manera sorprendente.
No a todos gusta la estética musical del atonalismo. Por eso, la venta de entradas flojea. Estamos acostumbrados al uso de la escala diatónica, a la armonía, y a la melodía fruto de la tonalidad tradicional. Pero los rompedores del siglo XX, como Janácek, Strauss, Debussy, -antes que Schönberg y Berg-, dijeron que había vida más allá de lo anterior, igual que hicieran Kokoschka, Munch y Matisse en lo suyo. Y es la verdad. Y es una vida muy interesante, que yo recomiendo vivir. Aunque solo sea para retornar a la zona de confort con más criterio.
Y a eso invita precisamente el Reina Sofía, por otro lado de manera obligada, como teatro público de ópera que es, exponiendo el abanico del género lírico, para disfrute del ciudadano, y en cualquier caso para atender, si me permiten, su faceta formativa. Y, por tanto, hay que aplaudir a Les Arts, pues sin duda ha acertado trayendo Wozzeck, al igual que hay que anotar que deberían evitar programar pufos como los vividos recientemente con lo del requiem Castellucci, Doña Pascualita, y alguna cosa reciente más para olvidar. En cualquier caso, es tan sencillo como buscar y ofrecer calidad, -como ayer-, y descartar los engendros chusqueros, aunque los vendan baratitos.
Y es que realmente, en el escenario de Les Arts, ayer se vivió una tarde inolvidable, porque se pudo ver una obra de gran calidad, …expuesta con calidad. Tan sencillo. Wozzeck es sin duda una obra maestra del expresionismo lírico, punto y aparte en la historia de la ópera; y la producción traída de la Bayerische Staatsoper, y el propio New National Theatre de Tokio es una versión completa, seria, acertada, y ambiciosa, capaz de aportar a la obra del genio austríaco los tintes necesarios para la expresión bruta de los sentimientos, retorciendo la realidad, y hacer penetrar al espectador en las más oscuras esencias del corazón humano.
¿Se le puede pedir más a una producción y al trabajo de un regista? Andreas Kriegenburg viene a aportar. A dar. A decir cómo puede entregarse mejor al público el brutal mensaje de Büchner y de Berg. Sin inventos caprichosos. Sin vanidad. Sin mediocridad. Kriegenburg hace un trabajo inmenso. Inunda la obra de gestos expresionistas, y simultanea sus ideas y medios técnicos con la música y el texto. Nada de realismo. Todo de acierto y coherencia.
Su plasticidad es cruda y cinematográfica. Incluso en su estaticidad. Todo sucede sobre el lodo de un inmenso charco. Inundados en su podredumbre, deambulan los protagonistas, y se suceden las atroces escenas sobre el conflicto entre la moral individual primitiva y la moral de la civilización. Los pobres son pisoteados. No tienen moral. Y el soldado progresa en su deterioro autodestructivo. Puro Büchner. Todo Berg. Soberbio.
También inundados de sonidos quedaron los espectadores, porque al éxito, -que fue grande-, también contribuyeron la orquesta, los coros, y los solistas. Se esperaba a James Gaffigan, demasiado ausente quizá para ser director titular de la orquesta de la casa; y se le sigue esperando. Porque entre aquel timo del réquiem, y esta obra tan singular, a buen seguro, todavía no ha podido enseñarnos sus mejores dotes.
Ayer dirigió seguro, habilidoso, y muy atento a las enormes dificultades de la partitura de Alban Berg. La orquesta brilló excelente, rotunda y sórdida. E inundó el patio de butacas de fuerza, colores, y sonoridades cruzadas, especialmente en los luminosamente oscuros interludios sinfónicos entre cuadros. Necesitará tiempo, quizá, para extraer algo más del lirismo que encierra la partitura de Berg… y para ilusionar al público.
Así mismo, luminoso y certero se mostró el coro de la casa, con rotundidad inusitada y acierto pleno en sus momentos inapelables. También en su chapoteada boca cerrada. No nos acostumbramos a lucir tan distinguida joya. Y brillante y muy profesional, a su vez, fue la colaboración de Adrián García y el resto de jovencitos de la muy valenciana Escolanía, cuya patrona, no consiguió amparar al pobre Wozzeck, que deambuló atribulado sobre el lodo oscuro y sucio de su esquizofrenia.
El barítono Peter Mattei fue un perfecto atormentado soldado, al que ofreció su timbrada voz exenta de brillo, para un especial sprechgesang, declamado en pura expresión de sus brutales sentimientos. La robustez baritonal de su corpórea voz estableció el adecuado contraste con su fragilidad emocional. Estremecedor fue en su pseudo aria wir arme leute.
La soprano Eva-Maria Westbroek encarnó una Marie de lujo, con una vocalidad realmente brillante y carnosa, de especiales y sonoros agudos. Supo ofrecer el estilo cantado que propone el autor, puramente expresionista, en evolución del arioso tradicional. Interpretó a una mujer ruda y hundida en su desgracia, y a la búsqueda de su existencia, trucada en parte por el propio Tambor mayor, interpretado por el tenor británico Christopher Ventris, muy teatral con sus gestos y su voz de buen cuerpo, displicente y violenta.
En realidad todos los solistas demostraron poseer grandes dotes actorales. Pero especialmente el Capitán de Andreas Conrad y el Doctor de Franz Hawlata fueron capaces de dar vida con un ímpetu extraordinario a sus personajes perfectamente construidos en lo ridículo, en lo sibilino, malvado, y abyecto, en representación de la sociedad despiadada y cruel. Sus voces resultaron histriónicas, punzantes, casi abiertas, y canallescas. Y también cabe hablar de las sorprendentes voces por cuerpo y timbre de Patrick Guetti y Turiy Hadzetskyy, -jóvenes a seguir de cerca-, así como de la gran profesionalidad del resto de solistas.
Wozzeck está entre las más geniales obras del siglo XX porque su intrincada partitura es fruto de la fusión del lenguaje atonal avanzado de su autor, y su obsesión por la construcción basada en las formas clásicas. En Wozzeck hay un lenguaje rompedor pero escrito en el juego compositivo de la suite, la rapsodia, la marcha militar, el pasacalle, el rondó, la fuga… y ahí nada es fortuito. Todo, -texto y música-, está atado y milimétricamente pensado. Se pasea por el borde de lo tonal, y por el límite de la sicología. Y el brutal texto, no podía contestarse mejor que con esta música realmente atroz y moderna de Alban Berg, con la que saluda a Wagner y giña a Verdi.
Singular y profunda, la música de Wozzeck ofrece la posibilidad de acercarse a un mundo diferente pero cercano, porque estamos ante una música lírica ecléctica, de fusión de los métodos del expresionismo atonal con recursos tonales. Gusta porque es de una sensibilidad palpitante por su elementalidad, refinamiento, estructura, lenguaje, y teatralidad. Es psicológica, simbólica, afectiva y constructiva.
Su grandeza está en la fuerza sugestiva de la expresión dramática, y la profunda compasión y humanidad que transmite. ¡Y vaya si Kriegenburg lo ha sabido hacer! Con calidad. Porque ayer, el Palau de les Arts se inundó de calidad.