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Les liaisons dangereuses

27/03/2022 - 

VALÈNCIA. La agresión bélica de Rusia a Ucrania ha provocado una convulsión extraordinaria en el complicado marco de las relaciones internacionales. El impacto de esta guerra, sin entrar en lo más lamentable que es la condenable pérdida de vidas humanas, está resultando notable y es más que probable que estemos asistiendo a un cambio del orden mundial. Es cierto que la situación de confrontación por bloques era ya una realidad que estaba en proceso de materialización pero hasta ahora no se había dibujado con tanta. 

La pax americana, que se consolidó tras la última contienda mundial y la guerra fría, parece haber llegado a su fin. Y no parece realista que vayamos a vivir un nuevo siglo tutelado por la hegemonía de los Estados Unidos. En efecto desde 1945, a raíz de la victoria americana, todo un sistema de valores políticos, económicos, culturales y sociales se ha ido propagando por el mundo de forma victoriosa en algunos lugares como Europa o Japón y con menos éxito en otras partes del mundo como África, China o Rusia. Políticamente, ha implicado el triunfo de la democracia liberal como cosmovisión del mundo. 

Sin embargo, nuevas fuerzas geoestratégicas han ido emergiendo, de sesgo claramente diferente y que tiene una forma distinta de ver la realidad política y con un marcado rasgo de autoritarismo en la manera de ejercer el poder. En este sentido, el verdadero challenger del poder americano es China y no Rusia. Es paradójico, como ya he comentado en numerosas ocasiones en esta columna, que el actual poder económico de China así como la posibilidad real que proceda, con el tiempo (no mucho) a superar a los Estados Unidos, resulta de una idea norteamericana. En efecto, fue el Presidente Nixon y, sobre todo su Secretario de Estado Henry Kissinger los que plantearon a una China todavía gobernada por Mao Zedong que ésta se convirtiera en lo que siempre había sido, la fábrica del mundo y de esta forma con las migajas que resultaran de esta actividad se conseguiría solucionar el problema de una enorme masa de población que vivía en condiciones miserables con el consiguiente riesgo que suponía para estabilidad global. Y plan funcionó tan bien que ahora China, con sus desequilibrios internos y sus contradicciones, se ha convertido en una máquina económicamente formidable. Y es consciente que el poder económico requiere para su defensa del poder político. También intuye que la supremacía tecnológica es clave para asegurarse la victoria. 

La guerra en Ucrania parecer haber acelerado los acontecimientos y el curso de la historia. Y la posición de China respecto a este conflicto en particular y Rusia en general pueden ser determinantes. La relación entre China y Rusia, como la de todo vecino, nunca fue fácil. Es cierto que, solo centrándonos en el siglo XX, la Rusia Soviética jugó un papel esencial en la configuración de la nueva República Popular de China: no solo mediante el apoyo financiero al Kuomintang de Chiang Kai Shek  (partido nacionalista de China que llegó a ser una alternativa seria a gobernar China) al principio y luego de forma inequívoca al Partido Comunista de China liderado por Mao sino también a través de la formación, adoctrinamiento, instrucción militar etc. En una primera fase, la inclinación de China y cierto seguimiento hacia las tesis soviéticas totalitarias de la época del Camarada Stalin eran evidentes.

Sin embargo, a partir de los años sesenta, la relación se deterioró profundamente. Y la tensión entre los dos grandes gigantes comunistas aumentó sensiblemente hasta estar cercanos a la ruptura. Esta situación se plasma en 1959 en la supresión del programa de colaboración nuclear entre Moscú y Pekín ordenada por Nikita Khruschev. China se aisló frente a los soviéticos durante el terrible experimento de la revolución culturar pilotado en persona por Mao para asegurar su supervivencia política tras el fiasco del “gran salto adelante”. Una industrialización acelerada que combinada con una gran hambruna provocó una tragedia sin precedentes en China que se saldó con cerca de 30 millones de muertos. Se trata probablemente de la mayor mortandad en tiempos de paz debida a decisiones económicas equivocadas. Con posterioridad, el aperturismo de Gorbachov también chocó con la política de control autoritario sobre su población por parte China. De hecho, como consecuencia de la misma, los estudiantes chinos se manifestaron y trataron de hacer que el Gobierno de Pekín procediera igualmente a adoptar medidas de liberalización no solo económica sino también sociales y políticas. El experimento acabó con la matanza de Tiannanmen en 1989 que puso un trágico punto final a cualquier pretensión de aperturismo social y político en China. 

Sin embargo, los años posteriores al colapso de la Unión Soviética (a finales de 1991) propiciaron una nueva asociación entre Rusia y China con el objeto de ser un contrapeso frente al poder del vencedor de la Guerra Fría, Estados Unidos. Se desplegaron numerosas políticas encaminadas a favorecer una buena vecindad entre ambos colosos: desde tratados internacionales encaminados a disminuir la presencia de tropas en las fronteras hasta acuerdos de cooperación económica en materia de energía, suministro de materias primas, maniobras militares conjuntas etc. 

Y esta política de acercamiento nos lleva a nuestros días y la víspera de la invasión militar rusa en Ucrania. Recordemos que con ocasión de los juegos olímpicos de invierno en enero de este año 2022, un mes antes de que se iniciaran las hostilidades por parte de Rusia, se procedió a escenificar la unión chino rusa. Se calificó la relación por parte de los Presidentes Xi Jinping y Putin como una amistad “sin límites” signifique lo que signifique esto pero que en todo caso denota un gran proximidad. 

La reacción china ante la agresión contra Ucrania rusa ha sido de tremenda ambivalencia. Por un lado, esta actuación vulnera de pleno el principio pregonado siempre desde el oficialismo chino de no injerencia o intromisión en asuntos internos de otros estados que comporte una violación de su soberanía que, por otro lado se considera sagrada. Pero por otro lado, Pekín está guardándose muy mucho de utilizar términos como “invasión”, “guerra”. Se refiere a la “operación de Rusia” o la “situación actual”. Además, China se ha abstenido de condenar los actos rusos en el ámbito de las Naciones Unidas argumentando que la responsabilidad final de lo sucedido corresponde a la agresividad expansionista evidenciada por la OTAN y los Estados Unidos. 

También China se ha opuesto oficialmente al uso de las sanciones por entender que no son eficaces y producen daños sustanciales en la población y en las economías afectadas. Simultáneamente los lazos económicos entre Rusia y China se han fortalecido en este tiempo. China es uno de las economías dominantes en materia de fabricación de maquinaria industrial, productos electrónicos y bienes manufactureros en general. Además esta actividad económica requiere de cantidades ingentes de materias primas y de energía que Rusia se ha comprometido a facilitarle. Por lo tanto esta complementariedad de sus respectivas economías, contribuye a intensificar aún más la cooperación económica de ambos países. Esto resulta en el alineamiento de dos regímenes autoritarios declarados. 

Sin embargo, esta inclinación por parte de China hacia Rusia no está exenta de riesgos claros. En este sentido el control de exportaciones de la Administración Biden se extiende a bienes producidos en cualquier país siempre y cuando utilicen tecnología americana (incluyendo los fabricantes de chips de la Taiwan Seminconductor Manufacturing Company y en la Seminconductor Manufacturing Industry Corporation con sede en Shanghai). En el caso de que Pekín sea percibido como un ensamblador de componentes para Moscú, es claro que la presión se incrementará para que el Congreso de Estados Unidos y sus otros aliados tecnológicamente potentes como Japón o Corea del Sur extiendan a estos productos sus restricciones con el impacto desastroso que tendría en la economía china.

Además, las sanciones también podría acabar aplicándose a los bancos chinos de titularidad pública si siguen permitiendo la salida de fondos rusos a través de la convertibilidad de los rublos en yuanes. Y en este caso, no se puede pasar por alto que los bancos chinos siguen dependiendo de dólar americano. Finalmente, la percepción de China como un aliado de Moscú podría afectar igualmente a las relaciones con sus socios comerciales todavía predominantes como son la Unión Europea y Estados Unidos.  Por lo tanto, la sustitución del bloque occidental por el bloque ruso no parece económicamente viable dada la interdependencia de China con bloque occidental.  

China se está reservando la última palabra en este conflicto. Es obvio que en este momento no le interesa involucrarse mucho más con Rusia. Sabe que es pronto para un movimiento que solo podría calificarse de temerario. Es plenamente consciente de la superioridad militar norteamericana. Pero le está sirviendo para testear la reacción de la comunidad internacional (que hasta el momento ha resultado especialmente cohesionada) e incluso para plantearse cual sería igualmente en una potencial invasión de Taiwan. Además, el octubre el Presidente Xi procederá a revalidar su cargo con lo que no parece estar interesado en situaciones que puedan resultar desestabilizadoras. 

Lo más probable es que China adopte un papel más activo del punto de vista diplomático para conseguir que se alcance un acuerdo de paz que suponga concesiones relevantes a Rusia y en el que China se erija como la gran potencia pacificadora. Sería una operación de marketing internacional formidable. En todo caso, resulta claro que vamos a un mundo que estará dividido en dos bloques. Por un lado el integrado por las potencias liberales todavía presidido por los Estados Unidos y otro por potencias que podemos llamar iliberales en el cual el liderazgo será China. Estos mundos muchas veces antagónicos no van a tener más remedio que convivir y evitar por todos los medios fricciones que puedan desembocar en una contienda cuyos efectos serían devastadores todos. También estos dos mundos tendrán que aprender a cooperar en retos que están más allá de las fronteras como son las medidas para mitigar el calentamiento global. Este es uno de los grandes retos de nuestra época. 

 

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