VALÈNCIA. En la Guerra Civil hubo villanos que hablaban como si recitaran un manifiesto y otros que lo hacían como si improvisaran su monólogo de odio. Entre los segundos estuvo Gonzalo de Aguilera Munro: aristócrata anticlerical, amante de la eugenesia, filicida y jefe de prensa de Franco ante los corresponsales extranjeros. Álvaro González ‘Corazón Rural’ reconstruye su figura en Capitán Veneno. Aguilera Munro: oficial de prensa de Franco, un retrato minucioso e incómodo de un hombre que encarna algunos de los delirios, contradicciones y excesos del fascismo español del siglo XX.
“El encargo que surge a partir de una conversación mía con el editor riéndonos de este personaje —cuenta González—. El gancho de este hombre era el exabrupto. El exabrupto acompañado de que mató a sus hijos. Eso es lo que más nos llevaba a tratar de descubrirlo”, explica el autor.
Aguilera Munro fue el encargado de acompañar a los corresponsales internacionales que podían cubrir la Guerra Civil desde la trinchera sublevada —previa censura, claro. González recoge algunas de las crónicas de esos años y de memorias de los periodistas publicadas posteriormente. En los viajes y excursiones, en los que no se escondían las filas de cadáveres de civiles, también había momentos de relajación en los que el capitán soltaba sus famosas boutades.
Como ejemplo, una de las más divertidas. En su opinión, la supuesta ‘deriva comunista’ en España tenía su origen en el sistema público de alcantarillado. “En tiempos más saludables (…) La peste y las enfermedades mantenían a raya a las masas españolas. Las mantenían en proporciones adecuadas. (…) Ahora, con la eliminación moderna de residuos y demás, se multiplican demasiado rápido. Son como animales (…) y no puedes esperar a que no se infecten con el virus del bolchevismo. Después de todo, las ratas y los piojos propagan la peste. Ahora espero que entiendas lo que queremos decir cuando hablamos de la regeneración de España”, fueron sus palabras, recogidas entonces por el periodista John T. Whitaker.
Para González, Aguilera Munro “funciona más como un termómetro de lo que fueron aquellos años que como un ejecutor”. No participó directamente en estrategias de represión, “pero estaba en una posición donde circulaba la información”, y sus discursos reflejaban con precisión “las matanzas de los primeros meses de la guerra”. En ellos aparece “una concepción racista incluso de las clases sociales”, propia de una élite “que veía a la sociedad de masas como una amenaza de desborde del viejo orden”. Recordando las palabras de este capitán marciano, se despejan algunos de los cuestionamientos sobre el carácter genocida de la rebelión franquista y arquear las cejas a aquello de la ‘guerra entre hermanos’.
“No era un trepa, no buscaba grandes réditos de lo que hacía, no quería enriquecerse ni aprovecharse. Cumplía con las órdenes y las llevaba a término"
A pesar de la ferocidad de sus ideas, Aguilera Munro no encaja fácilmente en el molde del fanático franquista. “No era un trepa, no buscaba grandes réditos de lo que hacía, no quería enriquecerse ni aprovecharse. Cumplía con las órdenes y las llevaba a término. Si había que meter a un periodista en un calabozo o echarle del país, lo hacía. Pero luego tenía detalles con la gente de su pueblo.”
Ese contraste entre el burócrata violento y el aristócrata temerario atraviesa todo su papel durante los años de la Guerra Civil: “Era un pijo del barrio Salamanca, un payasete y un inútil, pero tenía dinero. No me lo imagino en una guerra, pero este hombre se movía por ella con una mezcla de temeridad y valor exacerbado”. Las anécdotas de su trabajo durante aquellos años, recogidas en diferentes crónicas, son fascinantes y trascienden cualquier otra coordenada histórica tomada sobre aquella época.
Tras la Guerra, más madera
Pero una vez acabada la guerra, Aguilera Munro no continuó su filiación con el proyecto franquista. De hecho, renegó de él y se acabó replegando en su finca salmantina. Allí escribió Cartas a un sobrino, un tratado delirante que reúne su pensamiento y que revela tanto su erudición como su desequilibrio mental —y que obviamente no se llegó a publicar, aunque está disponible para su estudio. “Se confinó a sí mismo y se dedicaba a fumar cigarros y leer libros de diez en diez. Cuando escribe ese libro ya empieza a estar desquiciado y hay cierta disociación entre sus conocimientos y lo que escribe.”

- -
De hecho, la historia del capitán es un reflejo oscuro del Quijote: “Es casi un calco del personaje de Cervantes, que se enloquece a sí mismo encerrado leyendo libros. Pero mientras el hidalgo salía en busca de justicia, Aguilera tenía un afán de orden y de disciplina, que es lo que más caracteriza a la derecha en España.”
El libro, dice el autor, “es la puerta de entrada a su cerebro”. Leerlo le dejó “aplastado”: “Te sientes culpable porque te hace mucha gracia muchas cosas que dice, pero también te merece respeto una persona que maneja semejante base de conocimientos con tanta soltura.” Con ideas radicales pero inconexas, generó una especie de corpus ultraideológico que le buscó problemas con la misma dictadura a la que ayudó a formar (sobre todo, por su frontal oposición a la Iglesia Católica y su deseo porque España fuera una monarquía) y le aisló de su familia.
La ironía final es que “su sobrino fue uno de los fundadores de Comisiones Obreras”, un giro que resume el fracaso del propio Aguilera. “Despierta tanta curiosidad porque es imposible anticipar su siguiente paso, y menos que acabe matando a sus hijos en las últimas páginas.” El delirio final que no deja de subrayar lo quijotesco de su biografía.
En el diván
González combina una bibliografía extensa con la ironía que caracteriza su escritura, tal y como desmuestra cada sábado en Plaza. Uno de los capítulos más alucinantes es el que recoge el diagnóstico del psiquiatra Arturo Ezquerro, que desarrolla un diagnóstico de cómo su personaje no puede entenderse sin una herida de origen: “No haber recibido el cariño de sus padres, haber sido repudiado por su familia y por buena parte de la aristocracia pulverizó su autoestima. Cuando perdió el oremus, terminó cometiendo el crimen.” La loca biografía de Aguilera Munro no empieza en el 36, sino que su vida entera parece escrita por un guionista cruel que conocía su final como broche de oro.
Más allá del caso individual, Capitán Veneno también plantea una lectura sobre cómo España sigue enfrentándose a su propio pasado. “El momento crucial del siglo XX que determina por completo el rumbo de todos nosotros es la Guerra Civil y la seguimos pensando desde la emoción, no desde la razón. Y sobre todo desde los estereotipos, con una agresividad que no baja nunca”
Parte de esa mancha tiene la culpa en una historiografía franquista que moldeó durante cuarenta años la memoria colectiva: “Ser el responsable de la ruina entera del país era bastante heavy, así que tuvieron que trabajar mucho en adornar todo lo que hicieron. Cuando los españoles hemos podido investigar la Guerra Civil por nuestra cuenta, eso ha sido a partir de los años ochenta”.