VALÈNCIA. Tras años de escritura dispersa, Fernando León de Aranoa reúne en Leonera (Seix Barral, 2025) una colección de relatos breves y aforismos que comparten una misma búsqueda: observar lo cotidiano con una mirada dislocada, casi poética. Hay humor, hay pérdida, hay parques y barras de bar, y también un interés por el lenguaje cuando se vuelve opaco o inadecuado.
—¿El texto hace nacer el libro o el libro hace nacer el texto? Es decir, ¿Tú querías escribir este libro y empezaste a hacer estos textos, o más bien hubo una idea de reunir textos que ya tenías, y a partir de ahí dar forma al libro?
—Yo creo que desde que empecé a escribirlos sí estaba la idea de que terminaran conformando un libro. Lo que pasa es que no tenía ni un plan, ni una fecha... En ese sentido, han sido escritos a lo largo de los años, por el placer de hacerlo, y a raíz de las ideas que he ido encontrando.
En eso tiene que ver también la inercia del trabajo anterior, del libro Aquí yacen dragones. Cuando lo dejé listo para publicación, yo en realidad seguía trabajando del mismo modo: haciendo pequeños hallazgos o revelaciones en lo cotidiano, tratando de encontrar lo que hay de excepcional en ellos, y dándoles forma de cuento. Esa forma de pequeño relato en dos o tres páginas, a veces de aforismo.
Así que lo seguía haciendo sabiendo que un día sería un libro, pero sin saber cuándo. Y eso ha sucedido ahora, cuando sentí que ya lo era. No es una acumulación de relatos escritos sin más. Siento que, al final, todo lo que hay ahí habla de media docena de temas, y en ese sentido tienen mucho en común y una unidad.
—A pesar de lo diversos que son en tono o densidad, lo que llama la atención es cómo también te vas acercando y alejando de la ficción. Hay cuentos que son surrealistas y hay reflexiones hechas en primera persona, con preocupaciones muy propias.
—Creo que la ficción, y el empleo de sus herramientas está muy presente. Es cierto que hay algunos cuentos algo más despojados, donde la ficción se siente menos, donde parece que tienen menos elaboración en ese sentido. O, por decirlo de otra manera, es como si hubiera un esfuerzo menor en esa prestidigitación, menos juego para esconderme yo detrás de la ficción.
Pero creo que, al final, uno está en todo lo que escribe, sean películas o cuentos. La ficción, al final, siempre es una herramienta que está ahí para indagar en la realidad, para alcanzar alguna conclusión, alguna revelación, alguna paradoja. Y expresarla en forma de cuento, aunque el cuento en sí tenga una apariencia más desnuda.
—Para escribir aforismos hay que tener una inspiración muy específica y un proceso de depuración muy riguroso. ¿De dónde salen?
—Surgen del mismo modo que los cuentos: de repente se plantan ante ti. No es tanto que uno vaya en su busca como que los encuentra. Para eso ayuda tener una cierta predisposición a verlos, claro. Yo siempre pienso que la poesía o la paradoja están en las cosas. A veces miramos el mundo —como decía Julio Ramón Ribeyro— con una conciencia excesivamente embarazada por la razón, y eso nos lleva a ver de forma demasiado literal. Parte del trabajo de estos cuentos es evitar eso: permitirnos volar más, encontrar lo poético, lo paradójico, el humor... Y eso no solo sucede con los aforismos, también con los cuentos breves.
En el caso de los aforismos, a veces pienso que podrían ser el comienzo de un cuento. De hecho, algunas veces me he planteado desarrollar una idea, y he llegado a la conclusión de que no lo necesita, que está completa en una o dos frases. Tengo cierta predilección por los aforismos porque son el caso más claro de destilación de una idea.

- Fernando León de Aranoa, en una entrevista hecha en Madrid. -
- Foto: Carlos Luján / Europa Press
—Comentabas al principio de la entrevista que todos los cuentos podrían agruparse en unos pocos temas, y quería dedicar una parte a hablar de ellos. Una de las cosas que más me ha llamado la atención es la presencia recurrente de la "mujer amada”.
—Las relaciones sentimentales ocupan mucho tiempo de nuestra vida, de nuestro pensamiento, y además en el ámbito más íntimo, más emocional. Por eso están ahí. Y como los cuentos se escriben a lo largo de los años, se abordan de maneras diferentes: a veces con más humor, a veces de forma más deliberadamente romántica, y otras veces desde el desencuentro, desde la duda. También hay emociones transitorias, momentos concretos que es lícito escribir y dejar por escrito, aunque respondan solo a una etapa.
El amor y sus contrarios están muy presentes. Desde la obnubilación hasta su reverso. Y expresados también de formas distintas. Por ejemplo, hay un cuento que se llama Nuestra relación que intenta contar toda una historia de pareja con el lenguaje frío de los tratados internacionales. Ese contraste me interesa: hablar de algo tan emocional con un lenguaje tan distante.
—Otro elemento que quería poner sobre la mesa es la burocracia. A veces la nombras de forma explícita, y otras la recreas densificando el texto.
—A veces tengo la sensación de que el efecto que produce hacer el texto denso es más bien una sonrisa, por puro contraste. Como en ese cuento que habla de cómo en los bancos se envejece más deprisa, cuando uno queda atrapado en las gestiones burocráticas.
Creo que eso también tiene que ver con algo que a mí me atrae mucho: el lenguaje. Las formas que adopta según el contexto en el que lo usamos. Yo ahora, por ejemplo, no me estoy expresando del todo como lo haría en una conversación coloquial. Y me apasiona eso: el lenguaje administrativo, el informativo, sus variantes... Me interesa cómo usamos ciertas fórmulas para según qué situaciones, y romper esas barreras me resulta muy atractivo como escritor.
Es como un pequeño experimento: ver qué sucede cuando usas un lenguaje determinado en un contexto inesperado. Y eso creo que también tiene que ver con mi faceta como guionista. Cuando uno escribe guiones se ve obligado a manejar registros muy distintos, dependiendo de los personajes, del entorno, de si el discurso es más o menos formal. Eso te da un oído muy afinado para las peculiaridades de cada forma de hablar. Y todo eso, de alguna manera, ha llegado hasta este libro.
—El libro tiene un orden, a pesar de que las historias son muy diferentes. El orden tiene que ver con los personajes que van apareciendo y que, de alguna manera, van cambiando la atmósfera. Cuando aparece la hija, cambia el tono. Y cuando aparece el padre, llega la muerte, el paso del tiempo, las despedidas... Una última parte que ocupa un espacio muy importante.
—Los temas que mencionas también están presentes al comienzo, pero de una forma más lúdica, pero luego ese mismo tema regresa, sí, y lo hace de una manera más descarnada. Porque, efectivamente, se asocia a otros temas como la pérdida. La pérdida de seres queridos, sobre todo de los mayores. Es cuando uno empieza a vivir eso de forma más directa. Y creo que por eso esos cuentos se concentran más al final. Porque están ligados también al momento en que fueron escritos. Y porque dejan un poso más áspero, más melancólico. Sentía que eso era mejor que sucediera al final del libro, como sucede también en la vida.