El barrio de Nazaret de Valencia apenas se ha beneficiado de casi nada desde que tengo cierto uso de razón. Ha sido un área, además, olvidada: por su ubicación -sólo hace falta ver el actual estado de solares y alcorques- y situación junto al puerto de la ciudad, netamente industrial y con un movimiento de flotas espectacular. No ha estado bien comunicado. El bus tarda una hora en llegar al centro de la ciudad. Comprobado.
Tenía un amigo cuyo padre era directivo industrial de una planta química durante primeros de los setenta. Vivían en una casa dentro del complejo. Me enseño de adolescente a jugar en la zona. Era hacerlo sobre una especie de urbe arruinada, o mejor aún, olvidada.
Por allí había además un área de tiro deportivo para disfrute de la burguesía de la época. Tenía un intenso olor. Indescriptible. La luz se tornaba sombría y moribunda al atardecer. Muy especial. Apenas existía luz artificial. Era un olor entre abandono, decadencia industrial y supuesto progreso de la época descontrolado y muy poco sostenible, término tan moderno e híbrido en la actualidad. Lo recuerdo así. Como ese barrio de Barcelona que gracias a los Juegos Olímpicos se convirtió en una zona pija, de alto rendimiento urbanístico y recuperado del abandono portuario. Hoy se pagan millonadas gracias a que fue destinado a Villa Olímpica. En un viaje promocional del evento nos llevaron a verlo. Daba cierto miedo. Jamás pensamos que aquello era recuperable. Guardo la sensación ambiental en el cerebro y el visual, en la retina.
Hace muchas décadas que no había vuelto a pisar Nazaret, salvo para acudir de "novensano" y de noche a un bar de barrio que ofrecía los mejores salazones que podíamos comer a un precio muy económico y de altísima calidad. En su día, recorrer sus calles no estaba bien visto.
Valencia apenas sólo se ha preocupado de su centro. Como ahora. Pero no de todos sus barrios. Tenemos un frente marítimo interesante y recuperado, pero podríamos tener uno espectacular si nuestros gobernantes -PP- no se hubieran asustado ante la especulación de turno, que también afectó en su día al Carmen o Ruzafa, por citar dos barrios en la actualidad snobs pero que pasaron lustros en estado decadente. Es nuestro sino.
Hoy ya podemos llegar hasta Nazaret con rapidez desde el centro de la ciudad. En apenas 15 minutos se pueden recorrer las calles de ese barrio que jamás ha dejado de ser humilde y es hoy muy tranquilo. Casi una pedanía donde todos somos anónimos. Es absolutamente real. Muy interesante. Es como volver a otra época en pleno siglo XXI. Lástima de mercado; qué gran y austera iglesia del Cristo… Lo he comprobado como viajero de metro de buena mañana. Es lo que tienen los proyectos que hacen ciudad, como esa Línea 10 recién inaugurada. Son apenas cinco kilómetros, pero cinco kilómetros bien ganados que nos separan de otra realidad.
Dicen que las inversiones en transporte urbano vertebran ciudades, como lo hacen las autovías, estados y los enlaces aéreos low cost, países.
En 2007 se iniciaron las obras de la Línea 10. Por todo lo alto. Hasta montaron en plena Gran Vía Germanías lujosas oficinas de información con aire acondicionado, azafatas y mucha seguridad. Sólo para informar del acontecimiento venidero. Las obras duraron apenas cuatro años. Nos habíamos gastado tanto dinero en asuntos de menor importancia que se tuvo que abandonar el proyecto. Así que el barrio de Nazaret ha estado “desconectado” de la ciudad otros veintidós años. Entre 2019 y 2022 se retomaron las obras de esta pequeña pero inmensa red suburbana financiada con fondos europeos y que nos ha costado 250 millones de euros. Jamás una cantidad así había estado mejor invertida. He de felicitar a nuestra Generalitat por la dinamización y conclusión de unas obras que van a servir para poner en el mapa el barrio de Nazaret, seguramente junto a Orriols o la Fuensanta, uno de los más desconocidos. La felicitaré aún más cuando complete el plan del suburbano de esta ciudad y le una con el frente marítimo.
Durante los años de paralización de las obras los túneles han estado inundados, han sido epicentro de raves y a saber lo que se habrán llevado de allí dentro y cómo quedaría después de esos doce años de espera hasta el reinicio de las obras.
Al fin el complejo de la Ciudad de las Ciencias tiene una conexión de altura. Hasta ahora era más que cuestionable. Muchos amigos que durante estos años han venido a que les enseñara la ciudad me preguntaban cómo era posible que un complejo de esa naturaleza y miles de millones invertidos tenía tantos problemas de comunicación públicos, cuando sólo los elementos anexos al Palau de les Arts se habían llevado la mitad de la inversión de las propias obras de la Línea 10.
Estamos pues ante una obra capital. Le doy mucha importancia. Los vecinos del barrio se merecían desde hace décadas cierta atención de la ciudad, una mirada a su realidad y una revitalización más que obligada por no decir compromiso social.
Esto sí son proyectos que hacen ciudad y obligación de esos gestores que por lo general piensan en clave política pero no siempre ordenan prioridades. Otra cosa es que ahora venga la maldita especulación. Todo es más que creíble. Es lo que lastimosamente nos espera, como sucedió en otras áreas de la ciudad en las que una simple infraestructura lo cambió todo y disparó precios.
Aún así brindo por los antiguos poblados marítimos, barrios de pescadores, trabajadores portuarios y hoy ancianos e inmigrantes con deseo de integración, como me comentaban esta semana. Ya son del todo ciudad, por tanto, vecinos de primer nivel. Pero que nadie se ponga medallas. Las obligaciones no deben dan réditos inmediatos y menos aún ser utilizadas electoralmente. Son, simplemente, obligaciones civiles para que estemos absolutamente vertebrados y seamos socialmente solidarios. O, al menos, ciudad.