Naturaleza virgen, temperamento nórdico y carga histórica se dan la mano en la mayor de las repúblicas bálticas, que este año celebra el centenario de su independencia
VALÈNCIA.-En Lituania no caben las prisas. La mayor de las antiguas repúblicas bálticas es todo un manifiesto del derecho a disfrutar la vida con calma. En apenas unas horas de diferencia puede pasar de deambular entre las joyas del Barroco de su capital, Vilnius, a reconectar con uno mismo en alguna cabaña remota junto a un lago. La naturaleza abrumadora, que se manifiesta en los bosques que cubren un tercio de su territorio y en sus más de 4.000 lagos, y el temperamento nórdico de sus habitantes son los principales rasgos de un destino que reúne sobrados argumentos para ser mucho más que un lugar de paso. La celebración durante 2018 del centenario de su independencia es la excusa perfecta para aventurarse a conocerlo.
Apenas unas horas en Vilnius bastan para apreciar cómo Lituania sigue teniendo muy presentes sus raíces. La capital del país presume de uno de los centros históricos mejor conservados del este de Europa, inscrito como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994 y muy agradable de recorrer a pie o en bicicleta al ser muy compacto y estar limitado al tráfico. Infinidad de iglesias de diversos estilos se alzan en una trama de callejones adoquinados que le han hecho ganarse el sobrenombre de la pequeña Roma. Entre ellas destaca la Catedral metropolitana, cuyo campanario independiente constituye uno de los mejores miradores de la ciudad, o la Iglesia de Santa Ana, un templo de estilo gótico flamígero que destaca por su característica fachada de ladrillo rojo. El complejo de su universidad, una de las más antiguas de Europa del Este, es una de las paradas obligadas.
Fundada en 1579, se trata de un complejo entramado de encantadores patios interiores y edificios que transitan del Renacimiento al Barroco que merece la pena recorrer al encuentro de joyas como el Patio del Observatorio (s. XVI), dominado por uno de los primeros observatorios astronómicos del viejo continente decorado con los signos del zodiaco, o la formidable librería cuyo techo abovedado está decorado con frescos alusivos a las ciencias y las artes que se estudian en sus aulas.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de octubre de la revista Plaza