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josé remohí, fundador del Instituto Valenciano de Infertilidad

«Llegará el momento en el que nadie tendrá problemas para tener hijos»

Cerca de 110.000 bebés han podido nacer gracias a sus avanzados tratamientos de fertilidad. El Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI) ha conseguido situar a España como la voz cantante en el escenario europeo de la investigación clínica en reproducción asistida. Hablamos con uno de sus fundadores

| 19/10/2016 | 13 min, 40 seg

VALÈNCIA.- La reproducción asistida es uno de los temas más sensibles a los que se enfrenta la ciencia. Justo al cierre de septiembre, se conocía la noticia de que había nacido el primer bebé a través de la técnica ‘de los tres padres’: aquélla que utiliza genes de tres personas (madre, padre y un donante) sin destruir los embriones. Visto como milagro o desafío a la naturaleza, este avance, realizado en México, ha sido posible gracias a un equipo de Estados Unidos, el país donde el ginecólogo y obstetra José Remohí (Valencia, 1958) coincidió en los años 80 con su partner Antonio Pellicer, ambos como investigadores posdoctorales. Fue allí donde trabajaron por primera vez en reproducción asistida, y de donde importaron el modelo de ginecólogo especializado en fertilidad, algo que sonaba a ciencia ficción en España. Era la huida hacia delante que dejaba atrás la bata del profesional general que igual asistía un parto que trataba el cáncer de mama o extirpaba un ovario.

Aquel encuentro fue el germen del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), al que muchos colegas le auguraban una vida corta. Hoy este primer centro de España se ha convertido en una referencia mundial de la medicina reproductiva. Desde su puesta en marcha en Valencia en 1990, su red de clínicas se ha esparcido por el mundo hasta llegar al medio centenar de centros abiertos en once países, como Italia, Argentina, Abu Dabi o India. Sus dos mil profesionales atienden cada día a pacientes de más de noventa nacionalidades, atraídos por una tasa de éxito en la que nueve de cada diez parejas consiguen cumplir el sueño de tener descendencia a través de una reproducción todavía tan artesanal como las cirugías. 

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El crecimiento, defiende Remohí, está grabado en su ADN. Con 172 millones de euros de facturación en 2015, el cuarto de siglo de vida de esta empresa médica en la vanguardia de la fertilidad ha sobrevivido a las polémicas religiosas, a las crisis económicas y a las medidas legislativas restrictivas a la manipulación genética, todo gracias a combinar universidad, investigación e iniciativa privada, nada habitual por estas latitudes. Este padre fundador del IVI, catedrático de la Universitat de València, confiesa que la clave del éxito está no sólo en ser grandes y saber reciclarse. También, dice, en tener las cuentas auditadas y estrujar la imaginación para no depender de subvenciones públicas.

—En los inicios del IVI, la reproducción asistida era un tabú. ¿Persiste hoy el debate social que suscitó en los años 90?

Cuando empezamos, estaba tratado como tabú por connotaciones religiosas y las parejas lo ocultaban. Gracias a los medios y a que las estrellas de Hollywood han recurrido a la reproducción asistida, se le ha dado naturalidad. Ya no existe el debate social de si es pecado o está mal visto, pero no quita que a nadie le guste recurrir a la reproducción asistida. Vienen muchas parejas de todos los países y de todas las religiones. Hoy la evidencia científica ha vencido a muchos miedos que apuntaban a que si era ciencia ficción o si había más riesgo para los niños. Que un 5% de los niños de los países desarrollados haya nacido por reproducción asistida prueba que funciona.—El 20% de sus pacientes son internacionales y sus cincuenta sedes se extienden en once países. ¿Dónde han encontrado más dificultades de tipo legal o social?—Cada país tiene sus características legales y sociales. A nivel social, por ejemplo, Chile podía ser un país muy difícil, donde la mitad de las técnicas no se hacían por miedo. Nosotros llegamos allí con aire fresco y mentalidad europea, y empezamos a hacer lo que ya hacíamos aquí. Hoy es la clínica más importante en Chile, y el resto de clínicas nos han secundado. A veces, el aire fresco no sólo es bueno para la genética, también lo es para la sociedad. 

—Una de sus líneas estrella es la vitrificación de óvulos. El IVI fue el primero en implantarla en Europa. ¿Qué va a significar?

—Es el futuro de la mujer. Hasta ahora la preservación de la fertilidad no había sido posible de forma efectiva. Se podían congelar células de otros tejidos como espermatozoides o embriones, pero no los óvulos. Luego surgió la vitrificación, que es un proceso físico que se da de forma espontánea en algunas pequeñas especies. La introdujimos aquí con la doctora Ana Cobo en 2006 desde Japón. Fuimos los primeros en Europa y ahora somos el grupo del mundo que más hace esta técnica. Lo bueno es que detiene el tiempo de la capacidad reproductiva de la mujer. En los años 50-60, los anticonceptivos fueron una liberación y una revolución social para la mujer, le permitieron vivir su sexualidad sin estar ligada a la maternidad. Preservar la maternidad va a ser una segunda revolución. La mujer va a poder decidir cuándo quiere ser madre sin que el reloj biológico le afecte. Como concepto es buenísimo, pero tiene inconvenientes: está limitado al número de óvulos que tenga. Tampoco puede crear un exceso de confianza pensando que no hay prisa porque tiene óvulos guardados y postergar la maternidad, porque se le pueden acabar.

—Facebook o Apple ofrecen a sus empleadas la vitrificación, una medida que ha levantado cierta controversia entre los críticos que la ven como la consolidación del modelo productivo falto de políticas de conciliación. ¿La técnica viene a perpetuarlo o ayuda a un problema?

—Hay pros y contras, según para quién. Mi abuela, a los 26 años, ya tenía dos niños y otros tres se le habían muerto. Hoy, si mi hija a los 26 años me dijera que quiere quedarse embarazada, la miraría raro, y me preguntaría, además, con quién. La corriente social actual obliga a las mujeres a posicionarse, a tener una estabilidad económica. La esperanza de vida media de una mujer en España es de 82 años. Dentro de veinte años será de noventa y quizá con una mejor calidad de vida por el avance de la medicina, lo que nos forzará a retrasar la edad de la maternidad. Lo que hacen las grandes multinacionales se multiplicará dentro de veinte años en la mayoría de las empresas. ¿Es una forma para que las mujeres no se queden embarazadas y no pidan la baja? ¿Es porque durante la década de los treinta las mujeres, como los hombres, son más productivas? No lo sé. Estoy a favor de que lo promocionen como beneficio social. De lo contrario, al final le tocará pagarlo de su bolsillo, y sólo lo hará quien pueda permitírselo. Es una fuerza social imparable. Una mujer a los cuarenta años tiene una fuerza física y mental que se come el mundo setenta veces. También están las segundas parejas que quieren tener un hijo porque su vida ha cambiado. El reloj biológico no les acompaña. Se necesitan miles de años para cambiar la función de un tejido, y el cambio social es de hace sólo 50 años. Ahí entra nuestra ayuda.

—La edición genética vuelve a estar de actualidad por los avances que supondrá el ‘corta-pega’ genético de la técnica CRISPR, a la que Reino Unido le ha abierto la puerta de la investigación para manipular embriones.

—Todavía estamos lejos. El método del avance científico es imparable en tanto resuelva cosas, y va a tener su espacio siempre que se constate que hay beneficio y no crea inconvenientes. Si podemos corregir genéticamente una enfermedad, en el fondo, es como tratar esa enfermedad de adulto. Esto es muy diferente del niño a la carta, de si lo quiero con ojos marrones y con pelo rizado, una frivolidad que muchas veces eclipsa la esencia de las cosas con la superficialidad de los riesgos. Los científicos debemos abstraernos de eso sin cerrar puertas a nada, demostrando siempre la evidencia científica. Esto es un avance tremendo y no sirve decir que vamos contra natura. La medicina, en su alma, es contra natura: si no, dejaríamos a los niños que se muriesen de tosferina, o no trataríamos ningún cáncer ni operaríamos las apendicitis. Nosotros no somos diferentes del resto de la medicina. Y los países que no investiguen están perdiendo el tren, por la economía y el potencial que hay detrás.

—Ante los casos de mujeres que deciden ser madres a los cincuenta o sesenta años, ¿debe haber un tope legal sobre la edad de la maternidad?

—Legal es muy difícil decirlo. Tenemos una regla no escrita entre todas las clínicas que pone el límite a los cincuenta años; más allá de esa edad se corren unos riesgos para la madre y sobre todo de orfandad para el niño. Debe ajustarse a la población global según los cánones existentes. Otra cosa son los casos individuales: que hay una mujer de 35 años que tiene 100.000 veces más riesgo que una mujer de 55 años porque tiene diabetes o es hipertensa, o a lo mejor está contraindicado que se quede embarazada. 

—Afirma que muchas veces el motivo del fracaso es el abandono y el cansancio de las parejas. ¿Qué mensaje trasladaría a quien, por desesperación, recurre a pseudoterapias como la acupuntura o la Medicina Tradicional China?

—Todos somos humanos, tenemos miedos y fantasmas, somos débiles. Es verdad que acudimos a lo que sea con tal de tener esperanza en cualquier situación de desesperación. Las creencias son ilimitadas, pero por lo que se sabe hoy, esas alternativas no tienen un efecto diferencial en los resultados, no les van a solucionar el problema. A lo mejor ayudan a vivirlo mejor, y por tanto, puede tener sentido. Por ejemplo, si con la acupuntura están más relajadas, vale para vivir el proceso reproductivo con mayor tranquilidad, pero no les va a ayudar en su fertilidad.

—También hay quien se aferra al vientre de alquiler.

—Es diferente. El aparato reproductivo de la mujer tiene varios departamentos y cada uno con una función, entre ellos está el útero, para implantar y desarrollar el embarazo. Hay mujeres que nacen sin útero o hay mujeres que deben ser sometidas a intervenciones quirúrgicas para quitarles el útero. Hay un grupo de población relegada a la marginación, castigadas a no ser madres porque su única posibilidad, además de la adopción, sería el vientre de alquiler. Hablo de casos muy concretos con indicación médica, no de las banalidades de aquellas mujeres que dicen que no volverán a recuperar su tipín ni haciendo spinning. En España no está permitido; el concepto de madre se identifica con aquélla que da a luz, la titularidad del niño se adjudica con el nacimiento. Pero las leyes cambian. En Estados Unidos, que es un espejo en el que nos gustaría vernos reflejados, sí se hace. A nivel global marcan la tendencia en medicina y en muchos aspectos sociales por su elevado nivel científico, porque meten mucha pasta en investigación, tienen muchas patentes y exportan su modelo de empresas. Si allí están desarrollando estas líneas, aquí al menos hay que debatirlo.

—¿El Estado debería involucrarse más en el ámbito de la investigación?

—No. El Estado no invierte cada vez menos, sino que no da abasto porque, por fortuna, hay cada vez más grupos y líneas de investigación. Lo bueno es que la empresa ha tomado parte en esa historia. Si no nos subvencionan o no nos esponsorizan, lo hacemos nosotros. Que la empresa tenga el I+D es bueno para promocionarla, diferenciarla y acercarla a líneas de explotación como las patentes. También beneficia a la sociedad y a los investigadores. De lo contrario, no tendrían otros recursos. Veo bien que los particulares contribuyan a la investigación. Invertir en investigación parece casi como tirar el dinero porque resulta difícil conseguir un retorno. Son muy loables las empresas que invierten porque saben que no lo van a recuperar, pero es un valor social. 

—La reversión de las concesiones en la Comunitat Valenciana hay quien la ve como una forma de renegar de la sanidad privada, a la que se critica por tratar a los pacientes como clientes. ¿Cómo valora la colaboración público-privada en el ámbito sanitario?

—Ojalá todos los países, incluso Estados Unidos, tuvieran como modelo a gran escala nuestra cobertura gratis y de un nivel bueno para los ciudadanos. Otra cosa son las deudas a la Seguridad Social y la sostenibilidad. La colaboración público-privada puede existir. Si fuera como muchos dicen, nosotros no habríamos tenido éxito. Se puede hacer dinero pero de forma limitada, porque es pan para hoy y hambre para mañana. Es algo mucho más complejo. Cuando empezamos tuvimos éxito porque nos dedicamos a un nicho concreto dentro de nuestra especialidad, que es una parte dentro de la medicina. Los cambios sociales o políticos no nos afectan en absoluto. Nuestra empresa no depende de conciertos públicos ni opta a tenerlos, funcionamos con nuestra propia dinámica. Los cambios nos podrían afectar más desde el lado legislativo que desde el sanitario. A veces una ley la hacen sin sentido, y puede crear problemas. 

—Uno de sus colaboradores más estrechos en el ámbito de la empresa es Carlos Bertomeu. ¿Tienen algún nuevo proyecto común?

—Con Carlos hay una simbiosis. Somos primos muy cercanos. Forma parte del consejo del IVI desde hace quince años. Lo de entrar en Air Nostrum nos lo propuso in extremis cuando la empresa estaba en su crisis más absoluta y los fondos buitres la iban a comprar. Carlos es un gestor magnífico, tiene una habilidad que he visto en pocas personas. Aunque yo no soy gestor, me ha tocado estar con muchos, y no he encontrado ninguno con una capacidad de análisis y de gestión como la suya. Ha reflotado Air Nostrum y ahora está viendo la nueva línea de entrar en los aviones y los incendios. Lo que se proponga Carlos saldrá, y si me dice que me tire en paracaídas, me tiro. 

—¿Habrá algún momento en el que todo el mundo pueda tener hijos sin problemas?

—Llegará un momento en el que sea así. Se están desarrollando técnicas de trasplante de úteros aunque todavía nadie ha podido reconstruirlos. Se podrán crear espermatozoides y ovarios a partir de células del propio individuo, algo en lo que estamos trabajando. El ‘corta-pega’ genético pone en nuestras manos evitar perpetuar enfermedades en familias que sean portadoras. Eso es una realidad y se va a implantar. Igual que en las mujeres mayores de cuarenta, que sin llegar a esa última estación de la donación de óvulos, existe el diagnóstico genético que ayudará mucho a solucionar problemas.

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