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TRIBUNA LIBRE

Lo que sigue inspirando Karadžić : “Remove the Kebab”

  • Cartel de protesta por el atentado racista de Nueva Zelanda, con el rostro del asesino. Foto: FAROOQ KHAN/EFE
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Brenton Tarrant se hizo el camino hacia el escenario de la masacre que perpetuó el pasado 15 de marzo en Christchurch (Nueva Zelanda) al son de la canción chetnik 'Od Bihaća do Petrovca sela'. Luego vació varios cargadores sobre los que llevaba escritos los nombres de sus ídolos y entre los que, junto a Don Pelayo o Josué Estébanez, estaban algunos de los estandartes del panserbismo. Mató a sangre fría a 50 personas que estaban en pleno rezo del viernes en dos mezquitas de la ciudad.

La melodía que tarareaba tiene alcance internacional bajo el pseudónimo de Remove the Kebab, algo así como “cárgate al Kebab” (véase musulmán), y cuenta con un sinfín de memes y cientos de miles de visualizaciones en youtube.  Arranca diciendo que dios es serbio y en su estribillo clama a Karadžić que guíe a su pueblo y les muestre (a los enemigos) que no le temen a nada.  

El criminal de guerra, Radovan Karadžić, al que esta semana el Mecanismo Residual Internacional en la Haya, en una decisión inapelable, ha aumentado la condena de 40 años a cadena perpetua, también despertaba la admiración del terrorista noruego Anders Bering Breivik. Y cabe preguntarse por qué. Karadžić siempre fue un mediocre por más que se le otorguen los epítetos de psiquiatra y poeta. Y aunque a sí mismo se atribuyó un rol mesiánico, nunca pudo sacudirse su origen de aldeano montenegrino que había bajado de los montes a Sarajevo. Es cierto que logró trabajar en el hospital de referencia de la ciudad y codearse con los intelectuales y escritores de élite, no sin la benevolencia de éstos, pero pocas veces se recalca algo que él mismo diría en su defensa, y es que cumplía órdenes. Algo que sus vecinos y conciudadanos jamás pudieron sospechar. Mientras en su caso no se ha tomado en consideración las pruebas que demuestran esa línea ascendente, pero que previsiblemente se haga en los casos que le siguen, la justicia internacional ha enjuiciado a Karadžić por 11 crímenes contra la humanidad, entre estos, la masacre de Srebrenica, catalogada por el Tribunal como genocidio. 

Ante el negacionismo al que está expuesto el término en buena parte de los Balcanes, pero también fuera, como ha demostrado el ataque de Nueva Zelanda, es preciso ponerle rostro al genocidio de Srebrenica. Rostro como el de Hatidža Mehmedović. La madre de Srebrenica a la que le fueron arrebatados sus hijos de sus pupitres, también su esposo, como me contó en una entrevista, y cuyos restos encontró muchos años después en una fosa común. Incluso el día de su muerte, fue vejada por políticos nacionalistas serbios que se preguntaban vía redes sociales quién le iba a dar sepultura, si sus hijos o su marido. Esta activista que regresó a Srebrenica y que le puso en la solapa al presidente serbio Aleksandar Vučić la flor que simboliza a las más de 8.000 víctimas asesinadas, ha muerto sin escuchar esta condena en firme que le hubiera podido dar algo de resarcimiento, a pesar de que me llegara a decir que había perdido la fe en la justicia mundana. 

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