VALÈNCIA. Como muchos de nosotros pensamos, aunque sea en un nuestro más profundo y sentimental interior, no todo lo que reluce en los denominados Presupuestos Participativos (PPS), puede ser considerado del todo sincero y objetivamente formal. Muchas de las propuestas lanzadas por los ciudadanos anónimos no siempre parecen venir desde el más absoluto anonimato o la imperiosa necesidad de los partícipes en la iniciativa, sino a veces de intereses particulares y hasta diría que ideológicos. Incluso algunos suelen ser redundantes año tras año. En su mayoría atienden a jardines o carriles bici, pero no siempre a necesidades sociales relacionadas con la urbanización de entornos o el cuidado profundo de barrios desatendidos todavía y con innumerables carencias.
Un amigo muy próximo a la vida política me venía a explicar que, bajo su punto de vista, estos denominados PPS esconden intereses políticos que los ciudadanos afrontan como propios, ya que muchos de ellos si hubieran sido realmente planteados por cargos electos en ejercicio habría que cogerlos con pinzas.
Por ejemplo, me refiero a propuestas tan singulares como la construcción de pistas de petanca, que no hace falta que sean propuestas sino que bien podrían venir también del responsable de deportes o esparcimiento social; la colocación de arcos chinos en el barrio de Jerusalén, que abrió un profundo debate relegado al olvido por voz popular; o la reutilización de los alcorques como huertos urbanos, como si los bichos de la ciudad fueran a respetarlos o se mantuvieran municipalmente como merecen.
Por pedir, y ya que no todos los ciudadanos pedimos porque estamos mal informados o consideran algunos que mejor no nos informen, por lo que la participación es más bien baja, un servidor se animaría a la mayor ocurrencia. Por pedir que no quede: desde la utilización de fuentes como espacios de baño público en época estival o la de nuestras arterias circulatorias durante fiestas de guardar como espacios deportivos.
Y es que vivimos en temporada de ocurrencias. Hasta he escuchado decir que el cierre de parte de Ciutat Vella al tráfico rodado, salvo para residentes, se justificaba en esos mismos presupuestos de participación menor. No parece que el barrio y los comerciantes estén del todo contentos. Y menos aún el resto de la ciudad a la que van a sancionar para que cumplamos el denominado “deseo popular”.
En esta sociedad la multa comienza a estar a la orden del día cuando no se está de acuerdo con alguna medida fruto de la desinformación extrema. O sea, se multa antes de legislar, como sucede con el tema de los monopatines o las bicicletas, que no niego lo merezcan. Pero aún no tenemos ordenanzas frente a esa nueva movilidad o al exagerado alquiler de bicis, motos y otros vehículos que se abandonan con alegría y libertinaje.
Sin una regulación previa, nada es regulable y menos debería de ser sancionable. Más aún cuando falta pedagogía al respecto. No sólo porque un medio de comunicación financiado por el poder publique una decisión política, la sociedad debe estar al corriente de lo que debe de hacer por mucho que también quieran colar que el desconocimiento de una norma no exime de su cumplimiento.
Decía lo de la credibilidad porque realmente quienes deberían efectuar o participar de los PPS debería ser la gente joven, ya que van a ser los que hereden una ciudad que nos están construyendo sin aclarar del todo su verdadero destino y parece estar abocando ciertas zonas a una nebulosa urbanística de difícil concreción. Un día se cierra una calle, y al día siguiente se cambia su sentido para que demos vueltas a una glorieta. Es nuestro sino.
"Un día se cierra una calle, y al día siguiente se cambia su sentido para que demos vueltas a una glorieta. Es nuestro sino"
Hace apenas unos días alumnos de varios colegios de Valencia participaban en un pleno municipal. El objetivo era escuchar sus propuestas. Y la verdad, sus razones no estaban fuera de la lógica. Es más, muchas de ellas parecían más razonables que algunas que nos han sorprendido de origen adulto.
Lo contaban estas mismas páginas. Y es que los adolescentes que participaban en esa iniciativa celebrada con motivo del Día Internacional de la Ciudad Educadora parecían tener las ideas muy claras. Ellos sí parecían mirar más al futuro que al presente inmediato cuando nos pedían más árboles, fomentar la sostenibilidad, mayor limpieza en las calles o recuperar el espacio público para el vecindario. No es que hayan aprendido de nuestros gobernantes. Más bien se van haciendo maduros gracias a educadores y padres. Son quienes transmiten valores de cercanía y futuro. Los niños no leen diarios, pero ven y comprueban realidades. Y si reclaman mayor limpieza o mejor espacio público es porque realmente lo echan en falta. Y mira que tienen razón. A ellos sí les faltan mejores espacios públicos y de esparcimiento. No piensan en prohibiciones y sanciones, aunque también les llegaran. Nos estamos convirtiendo en una sociedad que no educa salvo con sanciones.
Hace muchos años, un equipo teatral dedicado a pequeños espectadores, lanzó una propuesta didáctica muy interesante. Los más jóvenes se convertirían después de una representación en críticos teatrales. La experiencia duró poco. Los jóvenes, niños o menores nunca mienten. Siempre dicen la verdad. Aunque sea su verdad. Por ello la experiencia duró poco. Eran demasiado “crueles”, o críticos sin ataduras, añadiría.
Después del pleno municipal, nuestras autoridades añadieron lo de siempre, algo así como que estudiarían sus propuestas. Más de lo mismo. Una pantomima que añadir a nuestra realidad.
Sin embargo, iría escuchándolos. Sus verdades duelen, pero son realistas. Lo otro son apenas deseos particulares manejados por el voto, el credo o la ideología, Democracia participativa, que algunos llaman.
Pero no olvidemos que ante el deseo unipersonal es a ellos a los que deberíamos dejarles una ciudad y sociedad más real y menos impositiva por quienes apenas pisan la calle o viven en su mundo paralelo.
Hasta en eso nos dan lecciones. Sin recibir nada a cambio. Ni siquiera caramelos, como antes. Aunque sólo fuera para comenzar a conocer esa idea que consiste en contentar con un primer “dulce”.