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EL CUDOLET / OPINIÓN

Los aderezos del Parque Central de València

27/02/2021 - 

Mi padre tenía otra visión diferente de la ciudad a la mía. En su longeva vejez hubiera llevado mal el asunto de la peatonalización del asfalto, pese a ser un usuario modélico en el uso y la toma de los servicios públicos. Le hizo ver por carta al Consistorio municipal administrado por Ricardo Pérez Casado las grandes diferencias existentes entre los vecinos que residían en la antigua avenida José Antonio. Luchó por bajar la presión fiscal de las contribuciones en los números de la avenida posteriores al cruce con Peris y Valero. Defendía el teorema del humorista Pedro Ruiz. Pagamos impuestos de americanos y recibimos servicios de africanos. Fue una de sus tantas luchas vecinales. Hubo más.

Recuerdo muy bien con el entusiasmo que recibió la puesta en marcha de la Línea1 de Metrovalencia. Pecaba de no extender la mirada más allá de cruces hacía fuera. No fue vicentino. Mejor josefino. Aun así, fue muy crítico con las actuaciones sobre la no València. Nunca aceptó ser la tercera capital de España. El Valencia eléctrico de su álbum de cromos le distorsionó la realidad. Si competimos en el fútbol en la década de los cuarenta con Madrid y Barcelona, podíamos hacerlo también en el ámbito social, cultural y económico. Amaba su ciudad.

Él fue quien me dijo que no vería en vida soterrar las vías del tren. Sigo vivo con cuarenta y cinco tacos, y espero que no acertase con la profecía. Me di cuenta siendo muy niño de la València partida en dos, cuando cada sábado, a eso de las 13:00 horas y habiendo finalizado el deporte escolar, acompañaba a mi hermano en un Seat Panda blanco ahuesado a recoger a mi viejo. Llevar la contabilidad de la discoteca Flash radicada en Germanías, en una España seatizada, de salas de fiestas y motorizada por vespinos, supuso ante tanta turbulencia económica ver los brotes verdes al final de túnel. Un trabajo complementario al del funcionario público que con tanto pundonor ejercía ante los ciudadanos. El peregrinaje de la cita con mi padre nos llevaba siempre a transitar el túnel de Germanías. Con el paso de los años lo he machacado a pie, circulando en moto o coche por este salvoconducto urbano.

Por primera vez en los Presupuestos Generales del Estado se ha incluido una partida de casi 50 millones de euros para abordar el principio de una obra faraónica, que acabará con el apartheid entre los barrios y vecinos del Cap i Casal. Quizás sea la infraestructura urbana más relevante y de mayor envergadura este siglo XXI de la ciudad. Tenemos una deuda histórica con ella. Incluso más importante que la tan polémica ampliación del Puerto de València. Pero no le podremos dar la velocidad necesaria a esta alta demanda con el fin de poder respirar aire fresco, si la Sociedad Civil valenciana no rema en la misma dirección. Está muy bien que el aderezo principal de la integración de la ciudad en la ciudad sea el paisaje, el paisajismo. Pero otra vez el pero. La principal actuación debe circular sobre los raíles del soterramiento total y viral de las vías, beneficiando y mejorando la red viaria de la ciudad de València y la vida de las personas. Es el momento, cuando la Covid-19 sane, de enterrar partidismos, ideologías y estupideces saliendo a la calle a exigirlo. Contamos con un Ministro local.

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