Hoy es 14 de octubre
Hace unos años me encontré un teléfono móvil en el metro de Tokio. Sin saber muy bien qué hacer pregunté a la gente que se sentaba cerca de mí. Una pareja que hablaba inglés se ofreció a acompañarme a una estación de policía para entregarlo. Me contaron que el 99,9 de teléfonos perdidos en Japón son devueltos. Bromearon: el otro 0,1 lo encuentran extranjeros. No tenían una idea demasiado buena de los extranjeros. Un japonés representa a todos los japoneses, me explicaron. Si un japonés hace algo mal, está dejando mal al resto, por eso no robamos, por eso nuestro país es tan seguro. La conversación tomó derivas inesperadas. Los kamikazes de la Segunda Guerra Mundial son un ejemplo de este sentimiento colectivo. Un hombre se sacrifica por la comunidad. Un hombre importa menos que la comunidad en la que se integra.
La idea nos es bastante extraña en el mundo occidental, profundamente individualista. Tan extraña como que el director de una fábrica de juguetes china que comercializó muñecos con pintura tóxica se suicidase tras la vergüenza social y los problemas causados a su empresa.
Para restaurar su honor.
¿Cómo juzgar una cultura desde otra totalmente distinta?
Dicen que hay solo un lugar desde el que mirar un jardín japonés. Y quien no lo sepa mirar, se pierde toda su lógica y belleza. Algo así como mirar un cuadro de Tapies sin tener ni idea de arte moderno. Por mucho que se mire, uno acabará diciendo eso tan paleto de: ¡Mi sobrino de cuatro años lo haría mejor!
Cuántas veces pecamos de paletos al observar a los otros...
Lo occidentales somos hijos de la moral judeocristiana, de la filosofía griega y de la Ilustración, entre otras muchas cosas. Hemos configurado unas lentes desde las que interpretar la realidad que a veces (como todas las culturas) confundimos con la Verdad.
Un ejemplo sencillo: cuando los estadounidenses entraron en Vietnam tenían el propósito de llevar el progreso a lo que ellos consideraban un pueblo bárbaro y atrasado. No se dieron cuenta de que, desde la óptica vietnamita, los bárbaros y salvajes eran ellos. Porque los americanos entendían la civilización desde las ideas del individualismo, representadas principalmente en este caso por el liberalismo. No podían entender que una matanza de ancianos, como las muchas que se produjeron, era una completa aberración para los asiáticos, educados en el confucionismo y el taoísmo. Un pueblo que venera a los ancestros y respeta por encima de todo a la gente mayor jamás podría comprender que los garantes de la civilización metieran a sus padres en residencias allá en el lejano Oregón o Miami. Confucio los consideraba con el máximo respeto dentro del orden social, el capitalismo los considera seres no productivos, no útiles al sistema. Lo mismo ocurría con las bombas de Napalm o el Agente Naranja que el ejército estadounidense lanzó en sus ofensivas. Para un pueblo de raíces taoístas, destruir de esa forma la naturaleza era atentar contra el orden cósmico. Por no hablar de la falta de honor en la batalla.
¿Quién era el salvaje?
¿Y quiénes somos nosotros para juzgar desde nuestro sesgo cultural a los demás?
Llevamos años sin entender a los chinos. Un país avanzado con una clase media consolidada, ¿por qué no se rebela contra un gobierno autoritario que limita sus libertades individuales? ¿Es que no les importa, por ejemplo, que los vigilen? China tiene potentes mecanismos de control: cámaras de reconocimiento biométrico y autorización para utilizar tus datos personales: geolocalización, redes sociales, etc.
Desde el individualismo capitalista es difícilmente entendible este control por parte del Estado: una clara agresión contra la intimidad personal. Pero es que los ciudadanos chinos no son occidentales. No tuvieron revolución francesa liberal sino revolución socialista. No ven desde Aristóteles sino desde Confucio. Lo más importante en países como Vietnam, Corea, Japón o China es el orden familiar y social donde prima el respeto. Donde cada individuo tiene una función y unas obligaciones con la colectividad. Los chinos no se consideran seres aislados, sino parte de una comunidad que funciona si todos funcionan. Incluso estas ideas han llegado al mundo laboral, donde la empresa se considera tu segunda familia. En Japón, el caso que mejor conozco, apenas hay despidos o cambios de empresa. Perteneces a tu compañía como perteneces a tu familia. Eres parte de ella.
Su sentimiento colectivo es real. No se ponen banderitas en el balcón y por detrás defraudan a Hacienda como en Occidente hacemos con nuestro nacionalismo de merchandising…
Lo que nosotros consideramos un inadmisible control social (que nadie dice que no lo sea) ellos lo ven como un mal necesario: ceder algunos de tus derechos personales por la mejora del país. No es que sean tontos y el gobierno les tome el pelo, es que priman el sentimiento de grupo al personal.
Y además, con ese gobierno China es cada año más rica e influyente...
Fijémonos en la gestión del Covid porque igual nos da una perspectiva un tanto diferente: la App de rastreo obligatoria china, al igual que en países vecinos como Corea, ha demostrado ser un instrumento muy eficaz en la lucha contra el virus. Los asiáticos no tuvieron ningún problema en perder cierta intimidad para salvar vidas. De una manera que en Occidente sentimos como autoritaria e intrusiva, atajaron el virus rápidamente. Nosotros, haciendo caceroladas por la libertad individual de no ponerme la mascarilla o irme a mi apartamento de Benidorm, ahí seguimos.
Y con esto no estoy diciendo que esté a favor del control social o el autoritarismo, válgame dios, me he criado en Europa y mi sesgo es el que es. Solo intento mostrar otras perspectivas. Porque nada es blanco o negro, por mucho que nos empeñemos en estos tiempos fanatizados. El sistema político chino ha mezclado el confucionismo con el socialismo y con el capitalismo. Un curioso cóctel que nos cuesta entender. Pero que a la vista está que les está dando buenos resultados en el contexto global.
Juzgamos a los chinos porque no salen a la calle a reivindicar sus derechos individuales y se someten al Estado sin darnos cuenta de que quizás estamos más cerca nosotros de salir a la calle a tirar a nuestros gobernantes que ellos. Porque a pesar de las deficiencias democráticas China crece y sus ciudadanos cada vez viven mejor mientras en Occidente lo que más crece es la desigualdad por obra y gracia de un liberalismo ya descontrolado.
¿De verdad creemos que somos mejores que el resto del mundo? ¿De verdad debemos dar lecciones a China o invadir Afganistanes para instaurar democracias cuando no somos capaces de que las nuestra funcionen con verdadera separación de poderes, políticos responsables, listas abiertas, corruptos encarcelados y un equilibrio decente entre libertad e igualdad?
El liberalismo ha hecho que menos de 100 personas acumulen el mismo capital que la mitad más pobre de la población mundial: 3500 millones de personas. Dinero que ni sus tatatatatataranietos podrán gastar mientras niños mueren de hambre.
No queremos bajarnos una App que nos controle para salvar vidas pero usamos redes sociales que alimentan con nuestros datos personales empresas privadas.
Trump es el presidente de Estados Unidos... votado democráticamente.
¿Más datos de que no somos quién para juzgar a nadie? ¿Más datos de que a lo mejor debemos empezar a mirarnos la roña de las uñas en lugar del ombligo? ¿De verdad crees que tu sobrino de cuatro años lo haría mejor?