Hay lenguas ocultas en los lugares y gestos más cotidianos. Alfabetos creados en los márgenes sociales y solo legibles por aquellos pocos que los conocen. Invisibles al resto. A la mayoría. Un tatuaje, por ejemplo, puede tener muchas razones de ser. Razones estéticas e incluso mágicas. En algunos países asiáticos los tatuajes son una forma de protección. Un hechizo de tinta. Otras veces componen el currículo criminal de su portador. Pueden indicarnos la filiación a un clan en concreto, su rango o función dentro de la mafia, el número de víctimas en su haber y hasta el recuerdo de los compañeros caídos.
La gente normal solamente ve tinta sobre la piel. Observa estrellas, lágrimas, palabras, dibujos sin sospechar que está frente a una biografía llena de crímenes, fidelidades personales y amigos vengados o por vengar. Un simple apretón de manos, si tienes las claves para interpretar las sutilezas (el dedo índice estirado y apretando tu muñeca, por ejemplo) puede indicarte que la persona pertenece a algún tipo de organización: desde algún grupo racista heredero del Ku Klux Klan hasta una secta masónica.
Una chica sentada en una silla al lado de una carretera secundaria no está tomando el sol, aunque vaya medio desnuda. Tampoco es la chica de la curva de la que hablan las leyendas de terror como pensaba yo de niño cuando veía una de estas chicas por el cristal trasero del coche familiar. Un japonés al que le falta el dedo meñique no es un carpintero que tuvo mala suerte con la sierra eléctrica sino un miembro de la Yakuza que cometió un error y le cortaron el dedo más pequeño pero sin el cual es imposible manejar bien la tradicional katana con la que se solían defender en el pasado.
Hay muchas realidades superpuestas. Un marca de tiza o de rotulador en un portal (una cruz o un círculo, por ejemplo) en la que ni siquiera te fijas al pasar, con la seguridad de que es obra de un niño, es para algunas personas más brillante que una luz. Un faro en medio de la noche. Tienen perro, están de vacaciones, no hay nadie por las mañanas... Eso significan la cruz o el círculo. Eso ven los ladrones: un informe sobre los hábitos familiares de la casa. Muchos grupos organizados construyen su ciudad sobre la existente. Las maras trazan fronteras invisibles, que no saldrán jamás en ningún mapa, repartiéndose los barrios de las grandes ciudades centroamericanas.
Los traficantes de drogas tienen esquinas marcadas que todo yonki conoce: choques de manos que propician el intercambio drogas-dinero disimuladamente y locales secretos donde meterse cualquier cosa sin que te molesten. También tienen sus signos: unas zapatillas colgadas de un cable telefónico o un determinado color de flores en la ventana. Los terroristas usan sus pisos francos. No vienen marcados en Tripadvisor. También los amantes adúlteros. Pisos de los que ningún vecino sospecha.
Los asesinos profesionales o eventuales han ido configurando un mapa de tumbas invisibles diseminado por todo el ancho de la tierra. Improvisados agujeros que los pastores y los excursionistas no suelen ser capaces de ver. Los mendigos, como nuevos señores feudales, defienden sus dominios de los extraños: la puerta de la iglesia, una determinada zona de aparcamiento o ese cajero donde pueden dormir tranquilos. Vivimos en la misma ciudad pero, al mirarla, vemos cosas diferentes. Hay cientos de ciudades superpuestas, de fronteras jamás cartografiadas. La mirada ortodoxa, esa que nos da el colegio, el cine comercial y las canciones pop, ve una ciudad.
Pero si la torcemos un poco veremos otra muy diferente y los detalles se nos revelarán llenos de significado. Muchos de estos códigos ocultos tienen que ver con el sexo. ¿Alguna vez has pasado casualmente por un lugar apartado, de noche, y has visto un coche haciendo las luces? Debes saber que era una invitación en toda regla a acercarte. Se llama dogging. Si lo hubieras hecho habrías descubierto a una pareja semidesnuda dentro del vehículo. Una vez allí hay que fijarse en ciertas señales. La luz interior encendida significa que no les importa que mires.
Al contrario. Si tienen la ventanilla abierta significa que permiten a los extraños acercarse al coche y, si todo fluye correctamente, participar de forma restringida con alguna caricia. Quizás alguna vez paseaste por una zona de cruising donde van los hombres homosexuales a buscar sexo. Te extrañó ver tanto chico solo mirando a su alrededor, mirándote tal vez para constatar si estabas allí con alevosía o por pura casualidad. Hay otros mundos, pero están en este. Lo dijo el pintor Paul Éluard. Pero no hace falta llegar tan lejos. Hasta en los lugares más cotidianos hay códigos que no somos capaces de intuir.
Cuando en el supermercado llaman por el altavoz a la señorita Rosa Pérez para que acuda a caja, a veces no existe ninguna empleada llamada Rosa Pérez sino que están alertando sobre alguien sospechoso. Esa tienda de aspecto precario que abrieron en tu barrio y que no tenías ni idea de cómo podía funcionar tal vez no debía funcionar, sino lavar dinero negro. En los aviones, a veces tu compañera de asiento es una persona de seguridad infiltrada y tal vez en aquella ocasión el restaurante no estaba completo, es que no tu aspecto no encajaba con el local.
Y claro que no: una sonrisa en Instagram a menudo no es una sonrisa sino la prueba más clara de la tristeza.