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TENDENCIAS ESÉNICAS

Los estudiantes Erasmus claman contra la situación de los refugiados en Europa a través del teatro

El proyecto Escena Erasmus han realizado una gira estival de su Circo de la frontera por los municipios valencianos

20/07/2016 - 

VALENCIA. La primera ocasión que los medios prestaron atención al proyecto teatral europeo Escena Erasmus, les regalaron el titular “Los Erasmus no sólo saben ir de fiesta”. Al realizar esta excepción, el periódico daba por sentado que los estudiantes que participan en este programa de intercambio universitario más que a aprender, dedican su tiempo a correrse juergas. Ese extendido lugar común le ha traído quebraderos de cabeza al trío de valencianos que impulsó esta iniciativa escénica pionera que tiene su sede en la Universitat de València, Anna Marí, Josep Valero y Daniel Tormo, integrantes a su vez de la compañía CRIT.

Los tres recuerdan el escepticismo con el que hace siete años se les recibía al explicar entusiasmados su idea de montar teatro con Erasmus. Pero en 2011, su “descabellado” plan fue merecedor del tercer premio Carlomagno de la Juventud que otorga el Parlamento Europeo. Aquel reconocimiento les ayudó a consolidar la estructura del proyecto y les confirmó que aquello podía funcionar.

En una primera fase, fueron seleccionados tres años consecutivos por el Gobierno español para su programa “Las huellas de La Barraca”, que les llevó a difundir espectáculos en medio centenar de municipios de toda España. La iniciativa replicaba el modelo desarrollado por el grupo de teatro universitario impulsado por Lorca y Eduardo Ugarte en los albores de la II República, aunque en el caso original lo que se difundía era teatro clásico en rincones desabastecidas de cultura de la Península Ibérica, y aquí, eran textos clásicos con una nueva dramaturgia.

A la neobarraca, hace cuatro años que le tomó el relevo “Las Pequeñas Europas”, un programa de teatro, cultura y turismo rural apoyado esta vez por la Universitat de València y el Área de Cultura de la Diputación. Cada edición se realiza una selección de estudiantes valencianos y europeos a los que se forma en talleres de interpretación y formación teatral, y después, en conjunto, crean y montan un espectáculo que gira por un amplio surtido de localidades de la provincia.

“La vieja furgoneta del teatro llega esta vez a muchos pueblos de las comarcas valencianas. Nuestros actores y nuestras actrices han nacido y han vivido en muchos rincones de Europa. Los pequeños pueblos y las ciudades que visitaremos también son Europa, esa Europa de las personas y de la cultura, y no solo de los intereses económicos”, reza el programa de mano.

El día de la representación se realiza un intercambio cultural. Los anfitriones les muestran el patrimonio local y los Erasmus hacen lo propio con la riqueza de los juegos y la gastronomía de sus orígenes. En Vallada, por ejemplo, aprendieron a bailar jotas, en Fontanars dels Aforins, el proceso de fabricación del vino, en el Rincón de Ademuz, en Emperador, la creación del socarrat.

El encuentro culmina en la noche con la representación del montaje teatral y un coloquio con el público.

Refugiados en Emperador

“El programa educativo Erasmus es el fenómeno que mayor movimiento de población ha generado en Europa desde la II Guerra Mundial. La diferencia es que antes esa movilidad tenía como objetivo matarse y ahora es estudiar”. Así arranca Dani Tormo el debate posterior a la representación de El circo de la frontera en Emperador.

La pieza que ha montado este año Escena Erasmus denuncia el drama que se vive a las puertas de Europa a través del circo. Sobre el escenario se suceden los números musicales, la mofa de los payasos, irrumpen el faquir, la domadora de caballos, la mujer barbuda… Pero este circo es un caramelo envenenado que incide en la conciencia. Los textos vienen firmados por siete dramaturgos valencianos: Mertxe Aguilar, Maribel Bayona, Manuel Molins, Jacobo Pallarés, Guada Sáez, Daniel Tormo y Anna Marí, que también asume la dirección.

“El tema de los refugiados está provocando un gran impacto emocional. El público nos está dando una respuesta muy fuerte. Hay mucha indignación –comparte la directora-. La sensación es que es un asunto que no está bien resuelto y se ha de resolver”.

Los primeros días de gira, un señor se levantó entre el público y empezó a arengar a los espectadores espetándoles: “¿Es que no lo veis? Esto es un crimen contra la humanidad”. La audiencia y el equipo al completo rompieron a llorar.

Este pasado sábado, en Emperador, también se vivió un momento de conmoción cuando una señora se puso en pie y después de agradecer la calidad de la obra citó unas palabras de Thomas Mann: “Saber nos hace infelices, pero prefiero ser infeliz a un bastardo alegre”.

También ha habido disensión. La obra increpa contra la política exterior de la Unión Europea, pero también contra los políticos nacionales de todas las facciones y contra la inacción de los ciudadanos. Hay un momento en el que se canta una chirigota de Cádiz en la que se tilda a los españoles de racistas para con los emigrantes sudamericanos. Para más inri, la estudiante que entona la letra es chilena. En sus labios, suena más honesta y certera la crítica al orgullo con el que en España se recuerda a los colonizadores y el olvido aplicado a sus víctimas.

En una función, Marí reparó en dos señoras que llegada esa canción, se levantaron muy dignas y se marcharon. “Si te pones en pie en ese momento no es por aburrimiento, porque es una de las partes más entretenidas y emocionantes, es por una cuestión ideológica”.

La mirada del panadero de Damasco

Constanza Carlesi procede de Valparaíso y es una de las 12 estudiantes que integran este año Escena Erasmus. La acompañan los valencianos Pedro Mallol, Jaime Francés y Ángela Freire, la tinerfeña Sara Molina, el vallisoletano Nacho Llácer, la alemana Sinja Baier, la inglesa Ellen Barnes, la italiana Silvia Corna, el griego Danai Delipetrou, la belga Caroline Renaudière y la estonia Kelly Toom

Sus licenciaturas son diversas. Hay estudiantes de psicología, fisioterapia, historia del arte, traducción e interpretación, ingeniería multimedia, filología hispanoamericana…

Caroline es de Bruselas y estudia Periodismo. Se encuentra entre el 60% de los actores de esta hornada que nunca antes había hecho teatro. Es una de las tres actrices que conforman el trío de payasas que sirven de hilo conductor a los diferentes números. Esta noche su familia ha venido a verla.

Hace dos años hizo un reportaje en el campo de refugiados de Zaatari para su tesis doctoral. Permaneció allí durante tres semanas. De ahí que cuando en los ensayos se preguntó al grupo cómo representarían a los refugiados, y sus compañeros respondieron que con rostro de tristeza y laxitud corporal, ella replicara que no, que lo que primaba era la dignidad.

Para su interpretación se inspira en su experiencia en tierras jordanas. En concreto, en la mirada de Abu Abdulah, un panadero de Damasco, que mantenía una actitud de dignidad con la mente puesta en sus hijos.

Como periodista es consciente de lo anestesiado que está el lector de prensa, pero en las artes escénicas ha dado con un nuevo vehículo de comunicación. “Cuando no quieres ver niños muertos, sólo tienes que cambiar de canal de televisión, pero en el teatro no hay una voz en off que les diga qué han de pensar. La gente no se siente juzgada, pueden realizar sus propias reflexiones”, resalta.

First we take Marburg, then we take…

El espectáculo está concebido para mayores de 14 años, pero entre el público siempre hay una chiquillada boquiabierta. “La visualidad, la plasticidad, el movimiento y el lenguaje grotesco hace que no pierdan el hilo argumental”, destaca Dani Tormo.

De hecho, Anna Marí expone que el mejor medidor del ritmo de un espectáculo son los niños. Para fraguarlo, el equipo de Escena Erasmus también integra a una bailarina, María José Soler, que se hace cargo de las coreografías y de la dirección de movimiento.

“No obstante –aclara Marí-, jamás renunciamos al rigor en el mensaje ni banalizamos la palabra, si los textos han de ser complejos, así lo son”.

El año pasado realizaron 11 funciones, pero para 2016 se han programado 23. La razón estriba en que en 2015, la Diputación recortó las ayudas a la mitad y ahora han vuelto a apoyar el programa.

“El proyecto se ha consolidado y tiene eco en los pueblos. Escena Erasmus es garantía de espectáculo de calidad, que no es un tostón”, se enorgullece la directora.

El objetivo final es generar y consolidar una red de universidades europeas que permita la creación e intercambio de experiencias culturales. La llamada Erasmus Scene Network ya se desarrolla con éxito en las universidades de Marburg (Alemania), Padova y Cagliari (Italia). E intentan abrir brecha en Swansea (Gales) y en Granada.

Sus impulsores son en su mayoría antiguos alumnos. Entre los ex Escena Erasmus que están intentando liderar nuevas sedes se encuentra la estudiante de Filologia Martina Novakova. Este año ha regresado para una práctica de tres meses porque se está especializando en traducción teatral. Nos cuenta que ya ha hablado con su universidad para extender allí el proyecto, pero reconoce la complejidad de que los Erasmus aprendan búlgaro para realizar un montaje.

Crecerse ante la hipocresía

Martina sí tenía experiencia en el teatro cuando se integró en Escena Erasmus en 2015. De hecho, ante la disyuntiva de elegir Salamanca o Valencia para su periodo de intercambio, optó por nuestra ciudad porque sabía del proyecto escénico.

El espectáculo de su promoción llevaba por título Europa, cabaret del desencant, y ponía de manifiesto las frustraciones que nos ha deparado el espacio común, con las políticas de austeridad a la cabeza. En conjunto, la pieza lanzaba un grito esperanzador sobre la posibilidad de forjar un futuro mejor.

Los textos en los que se cimentaba el cabaret eran el resultado del encuentro entre los jóvenes europeos y un grupo de dramaturgos valencianos.

En el caso de Martina, la obra plasmaba su tristeza al reparar en que la única noticia sobre Bulgaria aparecida en los medios durante su estancia en España era que había aparecido un gato verde en una ciudad búlgara. “Nunca se sabe nada de Bulgaria, es uno de los países que se haya a la cola de la Unión, y Escena Erasmus me dio la oportunidad de hablar de mis orígenes con los espectadores de las 11 funciones que pusimos en marcha”.

A pesar de todas las cualidades del proyecto, en la actualidad se haya infra financiado. En total, reciben 20.000 euros de la Universitat de València para el curso ordinario (10.000 aportados por el Área de Cultura y 10.000, por la de Relaciones Internacionales), y 18.000 euros de Diputación para la gira “Las Pequeñas Europas”.

No hay fondos para intercambios europeos, ni para organizar un festival entre los socios, ni mucho menos para gestar una producción internacional conjunta.

Escena Erasmus se ha presentado a las ayudas de dos programas, pero en ambas han recibido negativas. En el caso de Europa Creativa, porque consideraban que el resultado con estudiantes Erasmus no podía ser bueno, y en el de Erasmus Plus, porque ya tenían fondos. “Europa es muy hipócrita y en los proyectos hay mucha especulación. Se valora las iniciativas que no están hechas y se ningunea a las que ya están consolidadas y aportan”, se lamenta Marí.

Tormo, en cambio, se crece ante la adversidad. “Me gusta esta lucha, me hace crecer en mi actitud reivindicativa de que otra forma de Europa, otra Europa es posible”.

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