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Los Ministerios de "La Gente"

20/07/2019 - 

VALÈNCIA. La semana pasada hablábamos de la larga, larguísima, batalla por el "Relato" que están llevando a cabo el PSOE y Podemos. El relato del pacto o del no-pacto, y las razones de que se llegue a una solución u otra, siempre en las condiciones más ventajosas para cada uno. Pero llega un momento en todo relato, incluso en uno tan tedioso como este, en el que ha de llegarse a algún clímax, un punto de no retorno que obligue, como mínimo, a reconfigurar el conjunto de la narración, perfilando los caracteres de los protagonistas. 

Y ahí íbamos a llegar la semana que viene, con la primera votación de investidura. Una votación que previsiblemente perdería Pedro Sánchez. Y la perdería, además, de forma humillante, con 124 votos a favor y unos 200 en contra. En apoyo de Sánchez, sólo sus propios diputados y el señor con bigote que represente los intereses del Partido Regionalista de Cantabria. En contra, PP, Ciudadanos y Podemos. En el medio, habrá que ver qué partidos nacionalistas votan No y cuáles se abstienen, sobre todo de cara a la segunda votación, que será la importante. Un ridículo estrepitoso de Sánchez, tan solo parangonable a... la votación de investidura que también perdió el propio Sánchez en 2016. Este hombre se ha especializado en el "No es No" de doble sentido.

Sánchez ha intentado en todo este proceso vender una imagen de inevitabilidad y firmeza, asentada en una táctica rajoyista de dejar pasar el tiempo y esperar que los votos caigan como fruta madura. En cambio, lo que ha madurado, hasta el punto de echarse a perder, puede ser su candidatura. Porque Sánchez tal vez reciba abstenciones o noes por pura incomparecencia del presidente del Gobierno: porque ha tratado de conseguir esos votos gratis, sin ni siquiera sentarse a negociar. ¿Por qué deberían apoyar el PNV o Compromís a este Gobierno, cuando ambos se comprometieron en la campaña electoral a vender caros sus votos, o al menos venderlos a cambio de cuestiones muy específicas? ¿Por qué debería Baldoví apoyar un gobierno del PSOE que no ha dicho nada respecto de la financiación?

Joan Baldoví, tras negociar la investidura con José Luis Ábalos. Foto: Óscar Cañas/EP 
La imagen de soledad de Sánchez en la votación de investidura podría destruir el dichoso relato de "Soy el vencedor de las elecciones y mi investidura es inexcusable", por mucho que la repitan por donde tienen ocasión de hacerlo. Podemos no sólo no ha rebajado sus expectativas iniciales (participar con ministerios en el Gobierno), sino que las mantiene, porque piensa (y no se equivoca) que votar gratis a Sánchez ubicaría definitivamente al partido que venía a "asaltar los cielos" en la irrelevancia. Y hay que decir que sus expectativas, teniendo en cuenta que tienen un tercio de los escaños del PSOE, y que son inequívocamente necesarios para que los socialistas logren forjar una mayoría de Gobierno, no parecen descabelladas.

Podemos, el "Partido de la Gente", quiere ministerios en el Gobierno. No está claro si los quiere para desarrollar determinadas políticas, para vigilar la acción de conjunto del Gobierno, para salir en la tele, para pillar sillones y sentarse en ellos con expresión satisfecha, o para todo lo anterior. Pero, por mucho que desde el PSOE se caricaturice el afán de pillar sillones de Podemos, y pongan cara de escandalizados por las pretensiones de Iglesias, hay que decir que dichas peticiones suenan muy razonables. Podemos no pide un gobierno al 50%, ni veta ningún ministro de Sánchez, ni al propio Sánchez, ni pretende que el PSOE renuncie a sus políticas esenciales. Sólo quiere, hablando claramente, su parte del pastel. Y además, la última maniobra de Iglesias, el enésimo giro sorprendente de este inacabable relato, deja al PSOE sin su penúltima excusa barata para no compartir el Gobierno con su supuesto socio: Iglesias renuncia a ser él ministro, un día después de que Sánchez marcase precisamente esa circunstancia como línea roja infranqueable.

Pero no se preocupen: seguro que a los socialistas se les ocurre otra excusa barata para continuar con el vodevil. Naturalmente, el PSOE tiene perfecto derecho a no querer compartir el pastel y para aspirar a quedarse todo el Gobierno. Pero a estas alturas ya está claro que sus argumentos no conmueven a casi nadie. No lo hacen entre los militantes de Podemos, ni entre los propios votantes socialistas, que según el CIS ven con buenos ojos un gobierno de coalición entre PSOE y Podemos.

En las filas podemitas, el "relato" se les había torcido un tanto con la surrealista votación de investidura en La Rioja (¡quién iba a decir que La Rioja tendría un papel tan prominente en la política española! ¡Otra comunidad autónoma que se pone por delante de la Comunidad Valenciana en el espacio público español!). La única diputada de Podemos pedía varias consejerías a cambio de su voto, en lo que podríamos considerar que es el reverso tenebroso de las pretensiones de Pedro Sánchez de gobernar con 123 escaños como si tuviera 173: pedir consejerías como si tuviera diez diputados, y no uno. Pero también ha servido para demostrar que Podemos puede llegar hasta el final. Hasta la repetición de las elecciones.

Hay que decir que, como hara-kiri ritual de la izquierda, dicha repetición electoral no estaría exenta de cierta belleza y encanto decadentes. La izquierda obtuvo un resultado muy bueno en abril, beneficiándose de la división del voto y del extremismo en el que había caído la derecha. La triquiñuela del adelanto electoral le salió redonda a Pedro Sánchez.

Pero a continuación, el afán del propio Sánchez por rizar el rizo, el creerse su propio personaje cinematográfico, el estadista que triunfa en la UE y aplasta a sus malvados enemigos internos con prodigiosa habilidad, puede dar al traste con una repetición electoral en la que la izquierda iría tan debilitada como la derecha (con Íñigo Errejón dividiendo el ya de por sí menguado espacio de Podemos); donde previsiblemente el PP mejoraría posiciones y rentabilizaría mejor sus votos en escaños (antológica la conversión rajoyista de Pablo Casado en estos meses, pequeño padawan de los profundos valores políticos y morales inherentes a no hacer nada mientras los demás dicen y hacen estupideces en la tele); y donde el voto de izquierdas (por no hablar del independentista) estaría mucho menos movilizado que en abril, porque el espantajo de Vox da mucho menos miedo ahora que entonces.

Todo ello puede dar lugar a un pequeño vuelco electoral, tal vez insuficiente para que las tres derechas sumen, pero suficiente para dificultar muchísimo la formación del Gobierno para Pedro Sánchez, que ahora sólo tiene que darle un par de Ministerios a Podemos (y ahora ni siquiera es ya necesario que uno sea para Iglesias, que tenía una cara de arquitecto bioclimático que no se puede aguantar) y hacer carantoñas a los nacionalistas para conseguir la investidura.

Parece un precio pequeño a pagar a cambio de cuatro años de mandato, razón por la cual sigo pensando que, al final, el relato llegará a su conclusión lógica: un pacto para repartirse el poder, en el que el PSOE se lleve casi todo y Podemos consiga algunas migajas para presentar ante "La Gente". Aunque ambos salgan con sus respectivos relatos hechos trizas, es mejor eso que arriesgarse a perder el poder.

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