La Generalitat Valenciana ha puesto en marcha un proyecto de inventario de los bienes relacionados con la Guerra Civil. Una parte de ellos puede quedar relegada a la condición de 'no lugares', si se ve inmersa en la turistificación del patrimonio
ALICANTE. «Presencia del pasado en el presente que lo desborda y lo reivindica”, esta es la definición de la modernidad según Jean Staborinski que cita el filósofo Marc Augé al principio de su conocido artículo De los lugares a los no lugares, una proyección de los hechos de la historia sobre el devenir de la actualidad, que aprisiona en un presente absoluto a los individuos y a su devenir histórico. Al contrario que los lugares históricos, localizados en el tiempo y el espacio, los no-lugares de Augé son “tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta”. Esta última definición entronca con las iniciativas de recuperación de la memoria histórica, en las que se identifican espacios de transitoriedad sobre los que el paso del tiempo ha depositado una capa de sedimento de la modernidad.
En este sentido, la Generalitat Valenciana ha puesto en marcha el inventario de los bienes relacionados con la Guerra Civil Española, bajo el nombre de Patrimoni Valencià de la Guerra Civil. Con ellos se ha creado una cartografía que, en un principio, se ha centrado en el patrimonio arquitectónico civil y militar: edificios residenciales, refugios, búnkers, defensas antiaéreas, cementerios, dejando fuera, de momento, otros espacios que, aunque catalogados, se han convertido para la memoria colectiva en una especie de “no lugares”, de zonas de paso que pocas veces se identifican con aquellos usos ignominiosos: campos de concentración, prisiones improvisadas, monumentos que han perdido parte de su diseño original. Si la masificación del turismo ya ha convertido en lugares impersonales iconos como la Fontana di Trevi, la Torre Eiffel o la Sagrada Familia, la turistificación de la memoria bélica puede provocar el efecto contrario al deseado.
* Lea el artículo completo en el número de abril de la revista Plaza