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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR  

Los recuerdos de Debbie Harry tampoco pueden esperar

13/10/2019 - 

VALÈNCIA. Debbie Harry es un personaje fundamental en la cultura popular de los últimos 50 años. Los motivos son varios y abarcan diferentes campos. Fue una pionera en cuestiones de igualdad aplicadas a esa cultura pop de la que hablaba antes. Su imagen y su atractivo sexual se hubiesen quedado solamente en eso si, además de un cuerpo físico no hubiese también un cuerpo de trabajo. Y en este caso, el cuerpo está en la obra de Blondie, la banda que Harry fundó con Chris Stein en 1974.  Cuatro álbumes memorables y más de una docena de canciones mundialmente conocidas y cantadas por gente de varias generaciones. Heart of Glass, Call Me, One Way Or Another, Hanging On The Telephone, The Tide Is High, Rapture, Dreaming. Y Maria, que es una canción que detesto, pero que también fue un éxito. La música de Blondie fue muy popular, pero su importancia discurre también por otros cauces. Blondie era un grupo comercial con un trasfondo artístico. Lo que hacían era destilar una serie de influencias provenientes del cine, el cómic, la pintura, la fotografía y la música y transformarlas en canciones pop. Aplicaron la filosofía warholiana de convertir en arte lo cotidiano a la vez que acercaban el arte con mayúsculas al mundo terrenal.

Los años de apogeo de Blondie coincidieron con uno de esos capítulos históricos del siglo XX, que hoy tanto fascinan a quienes no los vivieron y también a quienes los vivimos aunque fuese a mucha distancia. Harry y su banda formaron parte de una escena artística de muchas cabezas que en el Nueva York de los años setenta englobaba distintas disciplinas. Son coetáneos de David Byrne y Ramones, de Basquiat y Jim Jarmusch; de Schnabel, Stephen Sprouse y Cindy Sherman; de Mapplethorpe y Patti Smith. Vivieron en un momento único que acabaría por dejar huella en la cultura global. Además, hoy podemos considerar a Harry como una pionera del feminismo en la música pop. Siempre digo que ella le abrió las puertas a Madonna. Y siempre digo también que a mí personalmente me interesa mucho más que Madonna porque cuenta con ese trasfondo arty, esa coartada intelectual que la convierte en pop art del de antes.

Cuento esto porque estoy leyéndome Face It, las memorias de Debbie. El libro prometía mucho, pero al final se queda en poco, que es algo habitual en el trabajo de Harry desde hace tiempo. No hay manera de que gestione bien su haber artístico, aun área en la que, sin ir más lejos, David Bowie fue un auténtico maestro. Podía tener un bache, incluso dos, podía pifiarla ante cientos de miles de personas, pero tarde o temprano, salía del entuerto con elegancia y hasta conseguía que, con el tiempo, el error no pareciera tan grave. Desgraciadamente, con Debbie eso no ocurre, y os aseguro que me duele porque la adoro desde la primera vez que tuve un disco suyo entre las manos, y de eso hace ya muchas lunas. Ha iluminado mi adolescencia y  mi vida entera. Se lo perdono casi todo, pero llegados ambos a una edad no tiene sentido perdonar lo imperdonable. Face It no está a la altura del personaje. Son mucho más interesantes los libros de fotografías –Negative es el mejor- que ha sacado Stein, su ex desde 1989 y todavía guitarrista de Blondie.

Si hay algo a destacar de Face It quizá sea el modo en que Harry habla del hecho de ser mujer en un mundo de hombres. Para el primer álbum de Blondie se imprimieron unos pósteres en los que solamente se la veía a ella con una blusa negra transparente que dejaba entrever sus pezones. Cuando los vio montó en cólera. La foto pertenecía a una sesión con el resto del grupo, pero habían usado aquella que la mostraba como un cebo sexual. En el libro explica que se fue a hablar con el responsable de promoción del sello y le montó una buena. “¿Te gustaría ir por la calle y encontrarte las paredes con fotos tuyas con las pelotas al aire?” El ejecutivo dijo que no era lo mismo. Pero los carteles fueron retirados. Y Harry, que no actuó por pudor sino por dignidad, sentó un precedente. “El sexo vende, eso es lo que dicen, y no soy tonta, sé que es así; pero quiero que sea a mi manera, no a la de algún ejecutivo”, dice Harry en las memorias. Cambió el papel de la mujer en la música pop al presentarse como un icono sexual. La diferencia es que en su caso ella decidía cómo administrar el erotismo que desprendía su imagen, la de la primera cantante de rock que lucía como un sex symbol de Hollywood.

En su representación de icono sexual había lugar para el humor y la ironía. Y una visión realista de su papel en la industria del espectáculo. “Me gustaba la idea de estar en las paredes de los dormitorios de mis fans, ayudándoles a divertirse. No se pueden controlar las ilusiones de los demás o las ilusiones que se compran o se venden. Se puede decir que yo vendía la ilusión de mí misma. El gran reclamo es siempre el sexo. El sexo es lo que hace que las cosas ocurran”. En su momento quizá no lo parecía porque tampoco era fácil saberlo, pero Harry fue una mujer empoderada desde el primer momento. Admiro mucho su capacidad para estar cantando con los Teleñecos un día y al otro en un programa de televisión por cable haciendo la gamberra con amigotes artistas como Basquiat, a los que nadie conocía entonces. O cuando, como ella cuenta, le ofrecen un dineral por anunciar unos vaqueros y lo que hace es llamar a lo mejorcito del underground neoyorquino para que hagan de figurantes.

Otro momento cumbre del libro es cuando cuenta que le regalaron un poco de coca y que no sabía qué hacer con ella porque no le gusta. Entonces se enteró que Bowie e Iggy Pop, con los que andaba de gira, se habían quedado sin camello y se fue al camerino a darles lo que tenía. Fue visto y no visto. La coca desapareció en dos esnifadas. Y Bowie, se ve que eufórico, decidió sacarse el pene mientras exhibía una sonrisa de oreja a oreja. Ella se hizo la sueca. En aquella época era la pareja de Stein, y este, oliéndose la tostada, fue a rescatarla al camerino del vicio en cuanto supo que su novia había ido allí. A Harry no le hacía falta que la rescataran. En el libro, concluye la anécdota diciendo: “Fue una pena que Iggy no me dejara ver también la suya”.

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