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Visiones y visitas / OPINIÓN

Los sirgadores del imserso

21/10/2019 - 

Todos los años, cuando acaba el frenesí canicular, empieza la refriega del Imserso, el zafarrancho de la subvención, la reyerta del tasajo. Está en juego el mordisco gordo, la dentellada jugosa de los novecientos mil ancianos inducidos a viajar fuera de temporada, instigados a depositar en las arenas el dudoso adorno de su flaccidez, empujados a renquear por los paseos desiertos y a sufragar la pervivencia de terrazas y tenduchos abandonados. Hay mucho dinero invertido en la mentira de que la vejez es el período más activo y más adecuado para obtener satisfacciones materiales, mucha publicidad amalgamada en la mahonesa de la eterna juventud como para dejar que la corte un estúpido malentendido en la negociación del Imserso. De ahí la diligencia suprema, la tremenda prisa que se ha dado el contubernio de la desestacionalización para solucionar el asunto. Es primordial que la carcamia salga de casa; es absolutamente indispensable que tenga el ocio subvencionado, que hierva de inquietud y aburrimiento, que no decaiga su prurito exasperado y rijoso, que permanezca fuera de sí. Hay que repartirse las dádivas estatales y, sobre todo, la pensión, las rentas y el dinero negro de los viejos. El cotorrón sedentario no gasta, y eso es terrorífico para la voracidad capitalista. No conviene, pues, una senectud equilibrada, prudente y reflexiva, sino insatisfecha, trasnochadora y pizpireta: carrozas de peluquín verbenero, dentadura inquieta y corambre atrapada por la terapéutica estrafalaria del SPA. El objetivo, no disimulado, es aprovechar al máximo la postrimería humana; sacar de quicio a los viejos; rendir su avaricia con el señuelo del Imserso; evitarles a toda costa el sosiego, la recapitulación y la catarsis de la edad provecta; impedirles que vuelvan, como en la niñez, a la intemporalidad y al disfrute de las cosas pequeñas; privarles a cualquier precio de la sabiduría; embarcarles en la vorágine musical y salchichera del crucero; alejarles como sea —esto más que nada— de la espiritualidad y de los consuelos de la religión; conseguir que se conviertan —si no lo eran ya— en estantiguas hedonistas, en prosélitos del panteísmo contemporáneo, que sigue siendo, como todos los panteísmos de todas las épocas, un trampantojo de feria.

Las trifulcas a propósito del Imserso dejan al aire la hedionda tramoya que se ha montado con la excusa de divertir a los abuelos; ponen de manifiesto que los ancianos, como los niños, únicamente son vistos como un mercado potencial; que la mohatra del Imserso tiene la misma intención que la mohatra de los canales infantiles: hacer desfilar ante sus atónitas clientelas una tromba de atractivas necedades.

La muchedumbre longeva se ha tragado el embuste de que hallará la felicidad errando por los muladares del sacadinero; perdiendo el equilibrio en las barcazas del tocomocho; aplaudiendo faranduleros; vociferando en las zambras; penetrando, al arrimo del grupo, en el espejismo de una segunda mocedad; aferrándose a los clavos ardientes que les ofrecen para no aceptar su vetustez y permanecer un minuto siquiera en el dulce aturdimiento de la rebeldía. Luego vienen los regresos exhaustos, el arrastre de maletas por detrás y collares por delante, la horripilante corcova de la realidad... Hay muchas formas de autoengaño, y a los vejetes del Imserso les ha tocado el autoengaño por sugestión. Quiere decirse que los han sacado sin abrigo a los caminos; que los han expuesto sin escrúpulos al bandolerismo comercial a fuerza de prometerles placeres falsos por extemporáneos; que los han apartado brutalmente de la quietud, el recogimiento y la morosidad que necesitan; que les han cambiado la liebre de la etapa final por el gato de la embriaguez, el delirio y el despilfarro.

Los ancianos del viaje becado, sirgadores del siglo XXI, remolcan la gabarra turística contra la corriente invernal; son los ignorantes que se rascan el bolsillo cuando nadie más quiere hacerlo; los tontos a quienes han logrado convencer de que busquen afanosamente algo donde no se les ha perdido nada.

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