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el callejero

Luis, el samurái de Hort de Senabre

29/12/2024 - 

VALÈNCIA. Tras la puerta, está Japón. Atrás quedan el ruido, los navajazos políticos, la desgracia. Allí dentro, en el Fūryūkan Bugei Dōjō, todo es muy zen. O muy ‘chill’, como le gusta decir a los jóvenes. La pequeña fuente de la que mana un relajante chorro de agua, un jardín de arena, la música casi imperceptible… Y madera, mucha madera para recrear las construcciones niponas. En un pared, justo detrás de donde se sienta Luis Nogueira, hay varios libros de temática japonesa: ‘Taiko’, ‘El arte de la guerra’, ‘El teatro japonés y las artes plásticas’, ‘Musashi’, de Eiji Yoshikawa (sobre la vida de uno de los samuráis más célebres), o ‘El samurái’, de Shusakū Endō. Japón condensado en un centenar de metros cuadrados.

Al frente del negocio, si se le puede llamar así, pues no viven de esto, está Luis Nogueira, un ingeniero de 42 años que se ha convertido en uno de los valencianos que más saben de Japón. Su fuerte son las artes marciales, pero llevan, él y su mujer, 15 años “focalizados en la transmisión de la cultura tradicional japonesa”. Primero estuvieron en el centro de la ciudad, cerca de las torres de Quart, pero luego fueron teniendo más necesidades y se trasladaron a Hort de Senabre, donde han construido con mimo su pequeño rinconcito nipón.

Luis domina las artes samurái y, muy atento y solícito, accede, aunque no le apetece, a vestirse como un guerrero feudal, con la armadura de piel, ayudado como un torero por su mozo de espadas. Lleva su tiempo y como su misión es proteger, son piezas que van ajustadas al cuerpo. Pero no todo es tan bizarro allí dentro. También hay espacio para que Rebeca, su mujer, decore las paredes con murales al estilo Sumi-e -una técnica antiquísima de dibujo monocromático-, o una esquina donde sentarse y entregarse a la ceremonia del té. “Lo que hacemos es tan genuino que viene gente de todo el mundo a conocernos. Ahora viene gente de Reino Unido, Israel, Norteamérica…”, explica Luis, que estudió en el colegio Maristas, donde un maestro, Jesús Lloret, enseñó este arte de lucha sin armas a varias generaciones de alumnos. “Jesús tenía su escuela decorada con motivos de samurái y eso me despertó una curiosidad. Seguí con el judo y llegué a segundo dan. En la universidad, cuando esté hombre ya se había retirado, esa inquietud me llevó a practicar también el kárate, donde también me formé como cinturón negro e instructor, y el aikido, también hasta cinturón negro”.

Pero, en realidad, Luis estaba aprendiendo artes marciales aisladas, sin un vínculo entre ellas. Al final, después de leer muchos libros, descubrió que antes de todas estas disciplinas había toda una cultura marcial que se dividía en escuelas, en clanes, y que estaba en desuso. "Tuve la enorme fortuna de introducirme en 2005 en estas prácticas y desde entonces empecé a estudiar esta escuela: ogawa ryū (ryū significa escuela). Es una disciplina muy variopinta, con muchos elementos: esgrima, tiro con arco, defensa personal… Y todo está relacionado. Esa fue la piedra que me hizo progresar en estas disciplinas. Con el tiempo, tras varios viajes a Japón, me introduje en otras tradiciones, y en concreto en mondō ryū, que es otra”.

Su primer viaje, una decepción

Su estatus fue mejorando y en 2014 se convirtió, dentro de ogawa ryū, en sucesor de la tradición. En mondō ryū se introdujo en 2017. “Tuve la enorme suerte de tener una muy buena relación con el Soke, que es el heredero de esa tradición samurái, y fuera de Japón ahora mismo soy la persona de mayor graduación. Soke ya se retiró y estoy justo detrás de Niwa, que está en Tokio, con quien tengo una grata relación”.

Su primer viaje a Japón fue en 2006 o 2007. Con 23 ó 24 años. “Fue un viaje de descubrimiento marcial y fui a la zona de Tokio. Es chocante, con sinceridad, desde occidente lo idealizas con 24 años, para mí fue maravilloso porque me trataron muy bien y tuve un aprendizaje muy enriquecedor, pero al mismo tiempo me sentí algo defraudado porque me encontré un Japón muy moderno. Tokio es un área metropolitana enorme. Yo nunca he estado muy interesado en el anime ni el manga, toda la zona urbanista no era lo que yo buscaba y me quedé un poco decepcionado. Pensé que el Japón que yo tenía idealizadora no existía”. Ese desamor provocó que Luis tardara casi diez años en volver. Pero ese segundo viaje sí fue el definitivo. Ahí visitó las zonas más tradicionales y descubrió un Japón más auténtico. Este reencuentro con sus emociones le impulsó a regresar más de diez veces desde entonces.

Su maestro está en el área de influencia de Osaka; en concreto, en Ise, una localidad muy tradicional donde se sitúa uno de los santuarios principales de Japón. “Es un lugar de peregrinaje al que los japoneses tratan de ir una vez en la vida. Allí está consagrada Amaterasu, que es la divinidad solar del sintoísmo. Es el lugar principal de culto de la tradición sintoísta”. Luis ya ha dado señales de que el lejano Oriente también le ha marcado espiritualmente. “Hace poco publiqué un artículo en ‘Budoka’, que es una revista de difusión de artes marciales y cultura marcial, la más importante de habla española, y hablo de espiritualidad. Mi último viaje, en junio, fue dedicado a lo espiritual. He ido a casi todos los lugares de forma sucesiva con un afán de descubrimiento espiritual. Quería vivir esa experiencia”.

Luis Nogueira se pone profundo para hablar de las dos tradiciones espirituales fundamentales que hay en este país: el sintoísmo y el budismo. “El sintoísmo es un religión oriunda y bastante heterogénea. Hay una alusión al ecologismo, a la vinculación de nuestro ser a la naturaleza, con los bosques, las cascadas, las montañas… Te hace una reflexión a tu interior. Japón es uno de los países del mundo, junto a Suecia y Finlandia, con mayor área rústica: un 70%. Tiene una gran cantidad de zonas donde te puedes perder. Allí tienen los Shinrin-yoku, los baños de bosque. De vez en cuando, para desconectar, viajan al interior del bosque y tratan de reconectar con esa esencia natural. Y luego, además, hay toda una serie de cultos de cada área y cada región.  Y por otro lado está el budismo, una religión que es importada de la India. Allí ha tenido su propio desarrollo a través de varias olas”.

Sus pasiones

Esta es la parte más espiritual, y leña para la hoguera de los cuñados en las comidas de Navidad, de un ingeniero industrial que también terminó Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. “Soy una cosa un poco loca. Mi padre es arquitecto. Mis padres me impulsaron por el tema marcial porque pensaban que me iba a aportar disciplina y encima iba a saber defenderme. Pero luego fueron viendo que era algo que llevaba dentro y que tenía esa inquietud. Yo trato de no dar demasiado la vara. Si me preguntan, lo digo. Mis padres siempre fueron muy viajeros y querían ir a Japón. Ya he ido dos veces a Japón con mi padre, Luis”.

Ha llegado el momento de vestirse de samurái. Un kimono con unas mangas anchas y un pantalón ‘hakama’. Son prendas especiales que cuida mucho y por eso entrena con otro material, de corte japonés, pero parecido a un chándal. Su respeto por todo lo relacionado con lo japonés y la tradición es extremo. Luis también habla el idioma y hasta práctica el Shodō, el arte de la caligrafía japonesa. Al lado tiene el tatami y a la derecha hay un espacio parecido a una casa tradicional. “Trabajamos mucho la seguridad porque son artes marciales que pretenden matar al otro. Yo sigo practicando judo y soy cuarto dan, pero esto es diferente. Usamos una tarima flotante para que las caídas sean más cómodas. A veces también usamos diferentes tipos de espadas”.

Luis y Rebeca también disfrutan de la gastronomía de su país fetiche y les gusta recordar que el ramen es un plato oriundo de China pese a que aquí, en España, se haya popularizado como japonés. También le llaman la atención los bonsáis. “Ahí lidias con la tortura de la planta. La obligas a no crecer. Obligas a que se retuerza y que esa especie reaccione ante lo adverso. De esa forma emerge su belleza”.

La escuela es mucho más un foco de divulgación de las tradiciones japonesas que un negocio de artes marciales. La escuela tiene ahora 35 alumnos y Luis hace años que vive de la ingeniería. Ahora es funcionario interino en la Conselleria de Medio Ambiente e Infraestructuras, en el departamento de impacto ambiental. Pero para él es importante transmitir su conocimiento “de la forma más legítima posible”. Para él las artes samurái son un viaje a la tradición. “Y estas artes hacen que nuestros alumnos experimenten un desarrollo personal enorme. Mucha gente viene aquí porque no le gustan otros deportes, pero aquí la actividad física acarrea una serie de valores. Muchas veces no coinciden nuestros intereses. Esto no es para todas las personas. Si la gente busca otra cosa, este no es su sitio. Esto busca más el desarrollo personal que el desarrollo físico.

La conversación degenera, como suele ocurrir, hacia aspectos más mundanos. Luis dice que la película ‘El último samurái’ (él hace esdrújula la palabra samurai) contiene algunas incorrecciones históricas pero que es positiva en otros aspecto. A él siempre le llamó la atención que en los 60 del siglo XIX, cuando ya funcionaba en España una línea de tren entre Barcelona y Mataró, muchos japoneses aún iban con katana por la calle. “Son los contrastes de Japón, un país que es, al mismo tiempo, un referente de calidad y un referente humano y social como ciudadanía”. Luego se pone a contar que en Japón hay un camino, que podría recordar al de Santiago, a Kumanu Nachi Taisha, donde hay una cascada impresionante y uno de los principales santuarios. Luis habla con devoción de este lugar, como de muchos otros. Es un valenciano con alma japonesa. 

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