VALÈNCIA.
¿Son los veranos de la infancia los mejores?
En mi caso, estuvieron llenos de emociones, descubrimientos y aventuras y eso las hace inolvidables.
Desde muy pequeños a mi hermano y a mí nuestros padres nos lanzaron a vivir la naturaleza con responsabilidad y bastantes dosis de libertad. Nos iniciamos en un campamento de verano y en escapadas al campo, que luego complementábamos con las vacaciones familiares, que además eran casi siempre muy cambiantes.
Mi padre no era de repetir destino. Prefería que las vacaciones nos sirviesen para conocer nuevos sitios. Solíamos ir cada año a un nuevo destino. Muchas veces a la costa, pero otras veces también recabábamos en algún punto del interior de la península. Nos recorrimos casi toda España. Tenía el aliciente de la variedad, pero es verdad que llegada esa edad en la que hacer amigos se vuelve más importante que conocer lugares esa rutina tan nómada la empezamos a ver de modo más crítico, pues cuando habías conseguido empezar a integrarte y a hacer amigos había que hacer las maletas.
Has comentado los campamentos, ¿qué recuerdos tienes?
Empezamos yendo a un campamento en el pueblo de Peguerinos, muy cerca de El Escorial, que puso en marcha un sacerdote amigo, el padre Nogaledo.La experiencia empezó con un pequeño grupo de chicos y chicas para convertirse en unos años en un "tinglado" muy grande y muy organizado. Al estar desde el principio, fuimos asumiendo responsabilidades, primero ayudando a los "nuevos" que se iban incorporando y más adelante colaborando en la organización de actividades y en toda la vida del campamento.
La adolescencia una etapa muy intensa, ¿cómo recuerdas esos veranos?
Yo tuve una adolescencia muy campestre, en plan Gerald Durrell. De los campamentos pasamos a aventuras más independientes: los planes eran irnos a pasar períodos bastante largos en la montaña, haciendo marchas, subiendo riscos o practicando escalada o espeleología. Mucha aventura y a veces un poco salvaje.Luego podíamos acabar unos días en familia, de forma "más civilizada" y los planes obviamente eran otros, más típicos, pero las experiencias que más recuerdos me traen tienen que ver con esas aventuras en la naturaleza.Luego, con 18 años, la muerte de mi padre marcó una inflexión en mi vida que también afectó a las vacaciones, pues a partir de entonces arropamos más a mi madre y los veranos se volvieron más clásicos y más estables. Comenzamos a repetir los destinos, a estabilizarnos y a pasar más tiempo juntos.Íbamos fundamentalmente a Castropol en la costa occidental de Asturias (mi madre es de allí) o a El Escorial, un lugar clásico de veraneo de muchos madrileños.
Etapa universitaria, ¿qué ocurre?
Yo empecé mi la carrera en 1980 y estudié en Madrid, mi ciudad. En esos momentos Madrid estaba realmente animada. Ahora se habla de la "movida", desde la distancia, como una referencia histórica de los cambios sociales y culturales que se estaban produciendo, pero en esos momentos no se era tan consciente y todo aquello se vivía como algo muy espontaneo que estaba presidido por las ganas de divertirse, la música y la sensación de que se podía vivir de muchas maneras.Obviamente había sus tribus, y unos y otros tenían sus zonas y sus locales, pero había mucha interactuación. Yo siempre he sido muy poco gregario pero muy curioso y sin integrarme en ningún grupo me gustaba frecuentar los locales y las zonas en las que había animación.En la universidad formé un magnifico grupo de amigos y amigas y no parábamos. Además de los estudios y las ganas de divertirnos, compartíamos intereses y gustos. En verano también hacíamos planes juntos, pues había lugares de veranero comunes o nos invitábamos los unos a los otros a para pasar unos días juntos. En una de estas salidas precisamente conocí a la que hoy es mi mujer.
Cuando llega el amor, los veranos se revolucionan
Uno de los lugares de escapada era uno muy especial. El padre de uno de mis amigos había comprado hacia años una ruina de un castillo medieval, que fue reconstruyendo poco a poco y que al estar bastante cerca de Madrid se convirtió en uno de los sitios que más frecuentábamos el grupo de amigos.Un verano decidimos iniciarlo con una fiesta y una de las invitadas, que era amiga de la novia de uno de los del grupo, algo me debió hacer, pues desde que nos presentaron no me separé de ella, a las dos semanas ya estábamos saliendo y, hasta hoy.
Comienzas a trabajar muy pronto, ¿cómo compaginabas los veranos?
Así es, estudié Derecho y empecé muy pronto a trabajar en un despacho y el primer año no tuve ni vacaciones.
Volvía a repetir un poco la dinámica de mi infancia de playa y campo. En Toledo la vida está más vinculada con la naturaleza que con otro tipo de actividades. No obstante, solíamos comenzar el verano con una fiesta en la que congregamos a todos los amigos que se apuntasen. Esta fiesta e fue haciendo popular y un año llegamos a congregar casi a 500 personas.
Cuando te casas, ¿cambian los veranos?
En principio no porque seguíamos con las rutinas de novios, pero empezamos a hacer algunos viajes, a Estados Unidos, a Europa, etc. Dividíamos el verano para pasar un tiempo de núcleo familiar, que era el viaje, y luego el tiempo compartido con toda la familia. Pero puedo reconocer que yo tenía ganas de encontrar un lugar de verano para mi familia y que a su vez fuera un sitio estable, quizá porque de pequeño nunca tuve ese lugar fijo de referencia para el verano.
¿Y lo has encontrado?
Pues sí, pero desde hace poco tiempo, el lugar es Cádiz. No fue una tarea fácil, mi mujer quería ver el mar, es una apasionada del sur, yo prefiero el norte. Visitamos muchos sitios, pero sin duda encontramos el lugar perfecto en el Puerto de Santa María, pero en una zona muy tranquila, en una ladera cerca del mar, donde logramos la sensación de tranquilidad que queríamos. Todos los días nos sentamos a ver la puesta de sol en Rota, es sin duda, uno de los placeres del verano.
Una zona muy típica de veraneo y con mucha vida social, ¿vais a muchas fiestas?
La verdad es que no, porque durante el año tengo mucha vida social y en verano nos gusta estar totalmente tranquilos, hacemos una vida muy familiar y relajada. Algún día salimos a navegar, cenamos con amigos en algún restaurante como Aponiente y me gusta mucho ir a Jerez de la Frontera, visitar las bodegas y conocer la historia local. Además, la gastronomía es exquisita porque hay una gran fauna marina y a mi me gusta especialmente las ortiguillas, la tortilla de camarón, el atún y la hurta, un pescado local muy sabroso.
¿Cómo es tu rutina un día de verano?
Me levanto temprano siempre, me voy a pasear cerca del mar por una pasarela que transcurre en paralelo a la playa. El Atlántico tiene mareas más acusadas y a veces por la mañana esta bajo y se produce un reflejo cristalino precioso. Ver volar las gaviotas, que tienen sus rutinas me entretiene mucho. Luego desayuno un café y un mollete con jamón y compro churros para la familia. Después me pongo a leer un rato y hacemos planes familiares, desde alguna visita cultural o salir a comer. También algunos días cocino y utilizo la mañana para prepararlo todo. Por las tardes más tranquilidad, reposo en casa y alguna noche salimos a cenar, pero pocas veces.
¿Qué sensaciones o imágenes te transmite el verano?
El color sin duda el del crepúsculo de la puesta de sol en Rota, cada día es una estampa distinta, los malvas, rojizos y platas dibujan una imagen cromática irrepetible. El sonido de las palmeras cuando hace viento. El olor del pescado fresquísimo en un pequeño mercado del Puerto de Santa María me encanta.
Los siguientes empecé a pasar los veranos con mi novia, alternando unos días en la Costa del Sol y otros en una finca que su familia tiene en Toledo.