Tengo un chat de amigas, todas madres primerizas, que tiene por imagen un Tyrannosaurus rex cuyo eslogan es: “¿Se considera trío tener sexo con una embarazada?” Real.
En nuestra recién estrenada condición de madres, en él intercambiamos mensajes de todo tipo y cada una comparte su valiosa experiencia: “Os lo tenéis que tomar como un videojuego, en esto de la maternidad cada nivel tiene su dificultad”, asegura una. “ Mi hijo tiene el culo rojo como un mono ¿alguna crema mágica para que se le cure pronto?, pregunta otra. “ Han descubierto un gen sobre el sueño corto. Tiene un nombre raro pero yo lo he bautizado #parirunhijoparaveramaneceresfijo “, sentencia otra entre risas. La complicidad es absoluta.
Sin embargo, me remontaré a los orígenes de este grupo repleto de sabidurías que se inició cuando las componentes del mismo coincidimos con aún nuestros primogénitos habitando en el interior de nuestras entrañas.
Todo empezó con una preocupación generalizada entre nosotras: “ ¿Qué será de nuestra vagina tras la explosión del bebé que se avecina?”. Cuidar de ella por supuesto supone para nosotras una gran obligación. Y así comenzó en este grupo de amigas preñadas nuestra gran primera conversación.
Durante nuestras pesquisas pudimos comprobar que en Internet había mucha información sobre náuseas, estrías y tetas hinchadas, pero ni rastro sobre qué hacer con nuestro órgano reproductor más sagrado cuando estás en estado.
Decidimos recurrir a nuestras fuentes más cercanas. “Déjate de tonterías y preocúpate más por esa carga divina”, le dice a una su matrona. “Recuerdo que contigo me cosieron cinco puntos ¿o fueron 8?”, le cuenta una madre a una de nosotras. “Puedes practicar el masaje perineal aunque el día del parto me desgarré y los días de después no me podía ni sentar”, confiesa otra amiga que acaba de dar a luz.
Empecé a pensar que había un sufrimiento oculto. Una suerte de pacto femenino no hablado sobre lo que ocurre ahí abajo tras el hito primitivo de expulsar a un ser humano. Entonces reparé en las muchas ocasiones en las que he ido a visitar al hospital a una recién parida. Rodeada de flores e irradiando por cada poro de su piel una felicidad inmensa pero dolorida. Aceptando y camuflando tras su sonrisa que durante un largo periodo de tiempo su chichi no iba a estar para farolillos.
Entonces llegó la luz. “He conocido a una fisio que me ha recomendado el EPI-NO”. Resulta ser un objeto discreto y efectivo, cuyo diseño recuerda a uno de esos juguetes prohibidos que algunas damas guardan en el cajón y pese a que su fin también es el de proporcionar alegrías, la mecánica es bien distinta.
En primer lugar se introduce en la vagina, lo inflas lentamente con una perilla de mano y poco a poco vas elastificando el periné. Además, con la ayuda de un visualizador de presión, compruebas si en cada práctica superas tu marca anterior.
Y así, sin más, durante las últimas semanas del embarazo y con las consiguientes instrucciones de mi fisioterapeuta, cada día tumbada en la cama, mi suelo pélvico y yo teníamos una cita con este bendito dispositivo.
Con la confianza totalmente depositaba en que la nueva adquisición me ayudaría a prepararme para mi mayor maratón. La meta: parir a un bebé manteniendo intacto después, todo lo posible, el disfrute del placer.
Conforme fueron saliendo de cuentas mis amigas, todas ellas bien entrenadas con nuestro íntimo y revelador aliado, los beneficios se confirmaban. Llegó mi turno, un mes antes de la fecha prevista. Sin embargo, pese a lo inesperado de la situación y al golpe de mi primera contracción, me inundó la poderosa sensación de saber que iba con los deberes bien hechos, pasase lo que pasase. Con la seguridad de enfrentarse a lo desconocido con la motivación de la preparación física y mental.
Embarazadas del universo, desde nuestro humilde chat lanzamos un grito aquí y en el metaverso: infórmate, valora todas tus opciones y pasa a la acción.
Eso sí, lo que después hagas con tu EPI-NO depende de tu imaginación.
Instagram: @carl.avallescasalduero