EL CALLEJERO

La maestra de claqué que vino a València por amor

12/03/2023 - 

Los pies de Fernanda Torresi parecen centellas. Mientras el resto de su cuerpo se mueve de manera armónica, sus zapatos puntean el suelo como un pájaro carpintero. Y ese tableteo, las chapas metálicas contra el viejo parqué, va marcando un ritmo que se enrosca con la música que suena de fondo mientras ella se exhibe, predispuesta y generosa, al fotógrafo. Y así, como si hablara en morse con los pies, parece una niña feliz que danza como aquella chica de siete años que estiraba insistente de las mangas de la camisa de su mamá para que la llevara con esa profesora que daba clases de baile enfrente de su casa, en Buenos Aires.

Alicia, aquella maestra, le dio vuelo a esa pebeta entusiasta que a veces había que decirle "pará" porque nunca tenía bastante. Le daba igual lo que sonara: jazz, danza española, tango, tap... El tap o tap dance es el nombre que recibe el claqué fuera de España, el único lugar donde se llama así, claqué. Y, con el tiempo, se convirtió en la especialidad de Fernanda, la mayor de tres hermanos que vivían en la periferia del Gran Buenos Aires, una megalópolis con catorce millones de habitantes, prácticamente un tercio de la población del país.

Sus padres se partían el lomo cada día en un comercio donde despachaban pan, pero donde uno podía encontrar de todo: lejía, leche, leña... "Mis hermanos y yo nos acostumbramos desde pequeños a estar con la gente, a atender a la gente, porque te toca ayudar a tus padres. Cuando mis padres se separaron y mi madre ya no podía con la faena, los hermanos decidimos ayudarla, y es un trabajo muy esclavo".

Fernanda, para contentar a sus padres en una época en la que tener un título universitario era como poseer un seguro de vida, estudió perito industrial, pero lo único que quería era quitárselo de encima para entregarse al baile. "Yo tenía claro lo que quería hacer, que era bailar, aunque no tanto cómo y dónde". Su formación la hizo en el ICA (Instituto Coreográfico Argentino). Su maestra, Elisabeth, viajaba todos los años a Nueva York y volvía de Broadway con la cabeza llena de ideas que aplicaba en sus clases de jazz, tipo musical y tap dance, una especialidad de la que se enamoró Fernanda y que ya nunca abandonó.

También la impulsó una beca para ampliar su formación durante cuatro años en el Teatro San Martín de Buenos Aires. Ella vivía a treinta kilómetros del Obelisco -el centro de la gran ciudad- y cada día tenía dos horas de ida y otras dos de vuelta. Pero allí se afianzó como bailarina y pudo empezar a trabajar. "En Argentina hice musicales, televisión, publicidad... En la tele pagaban muy bien y salí en programas de mucha audiencia en mi país, con presentadores muy conocidos allí como Susana Giménez o Marcelo Tinelli. También estuve en Operación Triunfo".

Llego a València en 2006

Como tantos y tantos argentinos, sus raíces se hunden entre Italia, por su padre, y España, por su madre. En su barrio había muchos italianos y las mujeres le hablaban a la madre de Fernanda en este idioma. Cuando acababan y se marchaban, Fernanda miraba a su madre y le preguntaba: "Mamá, ¿entendiste algo?". Y su madre le contestaba: "La idea, hija, la idea".

Fernanda no paraba de trabajar. Baile, baile y más baile. No había tiempo para las vacaciones. Hasta que un día recibió la llamada de un antiguo novio, Fernando, que le contó que estaba viviendo en València, que fuera a conocer la ciudad, a quedarse en su casa, a hacer un descanso. La bailarina, que trabajaba por libre, presentándose a los castings y pasando de un trabajo a otro, acababa de terminar uno y decidió que era el momento de tomar aire. Hizo la maleta y decidió que se iba a España, la tierra de su madre, para tomarse un respiro de tres meses.

La porteña aterrizó en Manises el 13 de marzo de 2006. València en Fallas. La ciudad patas arriba llena de ninots, ruido y jolgorio. La locura. El 20 de marzo salió a la calle y no reconocía la ciudad. ¿Dónde estaba todo?

Era el momento de ver algo más de España. De visitar Madrid y Barcelona, y de viajar al Norte, hasta Asturias, para conocer el pueblo de su mamá, La Reguera. Pero de vuelta a València quedó con otro argentino, otro Fernando, que cometió la osadía de intentar conquistarla bailando. "No lo pongas porque se va a sentir herido, pero él no baila bien y se piensa que sí. De hecho me conquistó bailando mal. Me enterneció. No me lo podía creer que bailara tan mal y le pusiera tanta actitud. Era todo un reto seguirle. Bailando salsa, no iba a tiempo, iba a su tiempo".

Y ya no volvió a Argentina.

Bueno, sí que volvió, pero Fernanda se quedó a vivir en València. Entonces sí viajó a Argentina, vendió su coche, hizo toda la burocracia, dijo chau y regresó. Pero València no es Buenos Aires, no hay tanta oferta para una bailarina, y le tocó buscarse la vida. Fernanda hizo de todo. "València no es un sitio muy fácil para trabajar como bailarina de forma fija. Hay compañías y trabajé en muchas, pero en ese momento no había tantas compañías estables que te ofrecieran la oportunidad de vivir solo de bailar, así que empecé a dar clases y lo iba compaginando. He hecho muchas cosas: en compañías, el Palau de les Arts, Canal 9, el Festival de Benidorm, el Oceanogràfic...".

La docencia, poco a poco, fue ganándole terreno a la actuación. Fernanda iba cada día de academia en academia dando clases. Así fue creando una comunidad de alumnos y vio que lo que menos había era claqué. El claqué, según explica, nació en Estados Unidos. "En concreto, en Five Points, en Nueva York, donde se fundieron los bailes y las danzas de los inmigrantes, de los afroamericanos y los irlandeses. Por la noche se reunían junto al fuego y se dedicaban a hacer ritmos. Los afroamericanos hacían percusión con las botas y bailando descalzos, luego llegó un señor que se llamaba Robinson (Bill 'Bojangles' Robinson) que fue el que empezó a bailar más sobre las puntas de los pies y le añadió las chapas, que primero fueron de madera y luego de metal, y ahora son de aluminio".

Fred Astaire, Ginger Rogers, Gene Kelly...

A Fernanda siempre le ha gustado conocer de dónde viene su especialidad. Y como sabe que el 90% de sus clientes llegan con el recuerdo de las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers -rodaron juntos una decena de cintas-, también ha estudiado mucho a estos grandes bailarines del cine de mediados del siglo XX: "Todos hemos visto esas películas y te han quedado en la retina. Ahí los veía disfrutando y flotando, como que nada costaba. Entonces vienes, te pones los zapatos y entiendes las horas que han debido dedicar a preparar cada coreografía. La madre de Gene Kelly tenía una escuela de baile. Él y su hermano bailaban. He leído mucho sobre todos estos bailarines. Mi marido además es muy forofo del cine y los musicales. Yo veía esas películas de pequeña y de mayor comprobaba que muchas cosas venían de ahí. Cuando ves a Beyonce y sus movimientos, y has visto películas de Bob Fosse o Gwen Verdon, entiendes de dónde vienen. O 'La La Land', donde reconoces muchas escenas de musicales que has visto".

Una de sus películas de culto es 'Tap', con Gregory Hines, de 1989. "Deberían verla todos los amantes del claqué porque salen todos los grandes maestros, como Savion Glover, y las diferentes generaciones. Tiene mucho tap".

Su academia rinde homenaje a todos estos grandes del cine y también a los musicales. De las paredes cuelgan carteles de diferentes espectáculos y retratos con autógrafos, comprados por internet, de leyendas del baile. Cuando llega el momento de hacer las fotos, Fernanda sugiere reproducir el retrato que le hicieron a Fred Astaire delante de un montón de zapatos de claqué. Ella ya hace rato que se calzó los suyos, de piel negra y roja, que son de Menkes y le costaron 250 euros.

Las alumnas de la clase de las diez van llegando poco a poco mientras ella, nerviosa, eléctrica, no para de moverse, de posar, de mover un trasto, de colocarse delante de la Conga para que no salga en las fotos. Luego se sitúa delante del espejo de la sala de baile. Encima hay un reloj de pared. El color original del parqué, gastado de tanto zapateado, solo resiste en las orillas, junto a las paredes. La maestra marca unos movimientos de calentamiento que las alumnas repiten a su manera. Parecen muñecos al lado de ella.

Ya son casi un centenar de alumnos de toda índole. Desde los cuatro hasta los setenta años. Novatos y aspirantes a profesionales del musical. Su academia, en la calle del doctor García Donato, la abrió justo antes de la pandemia. La tuvo que cerrar rápidamente, pero no se rindió y siguió dando clases desde su casa. Empezaba a las ocho de la mañana y no paraba hasta las nueve. Un vecino, comprensivo, le pidió que no bailara a partir de las nueve porque se levantaba a las cuatro de la madrugada y era la hora en que se iba a dormir. "Los vecinos debieron acabar hartos de mí", recuerda.

Muchos alumnos llegan convencidos de que el claqué es algo sencillo. Y no lo es. "El claqué tiene la plasticidad de otras danzas y la matemática de tener que estar en el bit. Algunos alumnos dicen que las chapas, las claquetas, hacen ruido, y yo les digo: 'intentemos hacer ritmo, no ruido'".

El triunfo de Argentina

Fernanda lleva diecisiete años en València. Quedan ya muy lejos los inicios, en 2006, cuando dice que añoraba más la carne argentina que a su madre. Ahora ya es una valenciana más que cocina habitualmente arroz al horno y otros platos de aquí. Eso sí, hace unos meses, brotó su vena argentina con el triunfo de la albiceleste en Catar. Al principio no le prestó mucha atención a la Copa del Mundo pese a que su marido es un forofo que devora por televisión el fútbol de todas partes. "Estaba tan acostumbrada a perder... Yo era una niña cuando ganamos el último Mundial. Pero luego, al ver que íbamos pasando rondas, una se empieza a ilusionar. No me lo podía creer". El día de la final vibró, y sufrió, en casa con su marido. Ya campeones, salieron a la calle con la camiseta de Argentina y se fueron a la plaza del Ayuntamiento. "Había tantos argentinos que yo me preguntaba si quedaba alguno allá".

Ella, al contrario que su abuelo, que era un fan encendido, y su hermano, vive el fútbol con cierta frialdad, pero Fernanda se pone seria al analizar el influjo del triunfo de Messi, el Dibu Martínez y compañía, por lo que supuso para un país angustiado económicamente. "Ha sido una alegría para Argentina. La gente de clase media está muy machacada y vivimos para trabajar desde pequeños. Te acostumbras a no llegar realmente a final de mes. Y el fútbol es una distracción y hace que sientas que lo has ganado tú mismo. Por eso estaba todo el mundo tan feliz. Aunque luego ves a la gente en la calle, esperando a la selección, saltando desde los puentes y te da para pensar: Chicos, ¿están bien?. Fue excesivo".

Pero aquello ya pasó y Fernanda volvió a enfocarse en su gran pasión, el tap, el claqué, las clases, los viajes, a sus 47 años, a Barcelona, Londres, Italia o Francia para seguir aprendiendo, para seguir mejorando. Ella sigue dando instrucciones a sus alumnas. Y estas, aplicadas pero torpes, intentan hacer ritmo, aunque, más bien, hacen ruido. Ella las mira por el espejo con benevolencia. Es su trabajo: enseñar, ser paciente, esforzarse por hacerlas cada día más rítmicas. Tacón, punta, tacón...

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