VALÈNCIA. Algo está sucediendo en Valencia: hay ganas de música clásica en directo. Este intenso fin de semana ocho mil personas, que se dice pronto, han pasado, en diversas citas, por los dos grandes coliseos del antiguo cauce del Turia. Es algo que hay que considerar y hay que felicitar tanto a los de aguas arriba como a los de abajo. Más allá de los resultados artísticos, que también importan, ha resultado un acierto doblar el programa del viernes al sábado, con una obra que, quien lo iba a decir hace un par de décadas, llenaría la amplia sala Iturbi en dos ocasiones: la quinta sinfonía de Gustav Mahler cuya primera interpretación por la OV fue en 1996. Prácticamente ayer. Atrás quedan esos años en los que había que ir descongelando poco a poco el repertorio postromántico, por no hablar de la ignota música del siglo XX. En esta ocasión no es que el público ha acudido si no que lo ha hecho por partida doble y el éxito ha sido formidable. Habida cuenta que mucho de este no era abonado, principalmente el sábado, a buen seguro que tras este fin de semana ha salido de ahí un puñado de nuevos e irredentos mahlerianos.
La Quinta sinfonía de Mahler está entre aquellas del catálogo del compositor que no emplea la voz humana y que “acaba bien” como gustaba decir a Pérez de Arteaga, por ejemplo, también la Séptima y al contrario que la Sexta, sin embargo, es de las que “empieza mal”: turbulenta, ciclotímica en sus dos primeros movimientos y hasta la llegada del scherzo que parece arrojar algo de luz a las tinieblas. La quinta es una lucha psicológica y Liebreich lleva a cabo una lectura quizás demasiado uniforme en todos los movimientos, sin entrar demasiado a indagar en esos acusados contrastes anímicos. El director germano no acaba de hacer apostolado del componente trágico y resignado del primero y desesperado y paroxístico del segundo, a pesar de una trauermarsch (marcha fúnebre) inicialmente bien llevada en su tempo e intención. Los extremos dinámicos de esta obra lejos de llevarla a lo grotesco, le dan todo el sentido y no atender a ellos quizás emborronen el resultado musical.
Liebreich resuelve con solvencia del buen maestro que es, pero no de un devoto mahleriano sin bucear con los riesgos que conlleva en lo que esta compleja partitura encierra tras los pentagramas: el drama, la inestabilidad. Si, como decíamos, se trata de una sinfonía que resuelve positivamente al final sus contradictorios estados de ánimo, quizás sea la obra mahleriana más introspectiva y extrema en este sentido, y se echó en falta crudeza, drama y desesperación. Una lectura, eso sí, que fue de menos a más culminando con un roncó-finale ascendente y con una coda resplandeciente, bien planificada y que significó, junto con algunos pasajes del scherzo lo mejor de la velada.
Fue en el central scherzo donde se abrió, sin excesos, el tarro de las esencias gracias, entre otros, a una sensacional María Rubio, que tocó este movimiento en pie, y que extrajo a su trompa todas las sonoridades como ese rutilante e inmenso forte sostenido que da inicio a la primera intervención a solo, seguido de la profunda contestación seguida de los violoncelos, hasta los más inverosímiles pianos. Liebreich se vio más cómodo en el manejo de los rubatos que marca el ritmo de vals y de una instrumentación más transparente y camerística. Tras el célebre adagietto, hay que citar de nuevo a María Rubio en el comprometido inicio del finale con esa nota tan complicada de dar tras y las intervenciones del fagot.
No podemos dejar pasar algunas menciones particulares más allá de María Rubio. Raúl Junquera a la trompeta que lució un sonido opulento y seguro en el primer movimiento, a pesar del desliz en el tresillo inicial “beethoveniano” con el que se inicia la partitura. Asimismo, Magnífico Ignacio Soler al fagot y el trombón Rubén Toribio en el scherzo o los timbales de Javier Eguillor en su extensa partitura con un final contrapuntístico verdaderamente espectacular.
Después de las dos quintas mahlerianas, el domingo nos visitaba una orquesta inglesa de solera como es la Hallé, fundada a mediados del siglo XIX y que hay que relacionar grandes batutas como la de Sir John Barbirolli a mediados del siglo pasado y en los últimos años con Sir Mark Elder, que ha dirigido en un par de ocasiones a la Orquesta de la Comunitat Valenciana. Con el primero mencionar, para los melómanos, grabaciones ya históricas como la de, precisamente, quinta de Gustav Mahler o el extraordinario ciclo de las sinfonías y poemas sinfónicos de Sibelius. Muy buena entrada de público, de nuevo, en el Palau para un concierto que comenzó con nombre español y acabó con nombre inglés. La breve Danza ritual del fuego, del Amor brujo de Manuel de Falla fue la obra escogida en una lectura que corresponde a una buena orquesta británica, pero sin demasiada magia. El concierto para violín de Brahms es una de las cuatro grandes composiciones del siglo XIX compuestas para este instrumento. Se presentaba la violinista holandesa Liza Ferschtman que tuvo un resultado algo desigual. Si en algo destacó fue su musicalidad y un fraseo flexible y arrebatador. Sin embargo, se apreciaron algunos problemas pasajeros en la colocación de alguna nota y el sonido algo tímido que extraía de su Guarnieri no llegó a correr por la sala por lo que algunas de las notas en las partes más virtuosísticas no pasaban de las primeras filas de la platea. Wong se limitó a cuidar con mimo a la solista, ofreciendo una lectura de bella factura, aunque de perfil bajo. Al éxito de público correspondió Ferschtman ofreciendo una recogida y evocadora lectura del Opus 27 “Aurora” obra del compositor belga Eugen Ysaye.
En la segunda parte fue el Pájaro de fuego de Stravinski la obra protagonista con una versión marcadamente impresionista, afrancesada, a cargo Wong y de los músicos de una orquesta que, sobre todo, presumió de una cuerda de primer nivel y de buenos solistas en la flauta, trompa y oboe, así como en el clarinete a cargo del músico de Canals, Sergi Castelló que brilló especialmente en esta partitura con un sonido ancho y aterciopelado. Un hecho que afortunadamente empieza a ser habitual es que entre los atriles de las orquestas extranjeras que nos visitan tengamos atriles españoles o incluso valencianos. En el espectacular Himno final Wong marcó excesivamente los acordes afeando, por exageradamente marcial, el resultado final. A los intensos aplausos y bravos correspondió la formación británica con una propina que no podía ser más inglesa: Nimrod, la más célebre de las Variaciones Enigma de Edward Elgar.
Ficha técnica:
Viernes de enero de 2024
Palau de la Música
Quinta sinfonía de Gustav Mahler
Orquesta de Valencia
Alexander Liebreich, director musical
Domingo 14 de enero de 2024
Palau de la Música
Obras de Falla, Brahms y Stravinsky
Alicia Ferschtman, violín
Kahchun Wong, Director musical