VALÈNCIA. ¿Cómo recuerdas los veranos de tu infancia?
Mi infancia la pasé en casa de mis padres en Alfinach, guardo muy buenos recuerdos como la primera vez que vi a mi hermano recién nacido. Íbamos a partir de mayo y nos quedábamos hasta finales de octubre porque teníamos cerca el colegio. Así recuerdo los últimos días de colegio ya allí y los últimos baños del verano nos los llegábamos a dar en octubre.
La familia siempre marca nuestros recuerdos estivales de niño.
Mis abuelos maternos tenían casa en la Eliana y otra en Gilet. En este pueblo tenían una casa preciosa en el centro del pueblo y siempre íbamos unos días en verano a visitarlos, muchas veces nos quedábamos en las fiestas de Gilet y en septiembre que son las fiestas de San Miguel todos subíamos a la ermita. Además, me acuerdo también cuando mis abuelos iban al balneario de Santo Espíritu y les visitábamos, es un paraje de gran belleza. También hacíamos escapadas de un día o dos a las playas de Gandía o Canet.
Veranos con mucha referencia en el interior, pero tú eres una apasionada del mediterráneo.
Sí, te cuento. Entre esas escapadas a ver a la familia, nunca faltaba Dénia, donde mi tío Pepe, mi padrino, nos dejaba una casa en la zona de las Rotas y esos veranos fueron los primeros en que yo tomé contacto con el mar, no sólo con la playa. Disfrutábamos navegando en una pequeña zodiac, pescando pulpos y jugando entre las rocas, ahí es donde comenzó a apasionarme el Mediterráneo, sus aguas cristalinas y su belleza en esa zona de la Marina Alta.
Y, ¿alguna anécdota o recuerdo especial de aquellos años?
Una anécdota de mis veranos en Alfinach era que teníamos de vecino a Mario Alberto Kempes, el histórico jugador del Valencia CF y siempre que él volvía de Argentina nos traía dulce de leche y nos juntábamos con sus hijos a preparar crepes en su casa y lo pasábamos genial merendando todos juntos. Algo tan sencillo, cuando éramos niños se convertía en una auténtica fiesta.
Y llegamos a los veranos de la adolescencia, ¿cómo fueron?
Después de la etapa de Alfinach y de visitar Dénia, llegó la etapa de Jávea donde mi tío Javier Monleón y mi tía Quica veraneaban y nos sacaban al mar todos los días en su barca y ahí definitivamente aprendí a conocer y apreciar el mar. Comenzamos a ir a Jávea el mes de agosto, alli tenía a mi mejor amigo Manuel Calvé y mis amigas Carmen, Rocío, Teresa, Cheli, Paloma y Macarena, todas veraneaban en Jávea. Todos los días salíamos a navegar a las diez de la mañana con mi tío Javier, mi tía Quica y mi primo Javi. Por la tarde ya de adolescente, quedaba con mis amigos y nos bañábamos en el segundo Montañar o el Arenal, con la correspondiente parada en la Jijonenca a por un helado.
La etapa universitaria suele ser un momento de cambios y de veranos muy intensos.
Seguíamos yendo a Jávea y también hacíamos unos viajes por los campos de Castilla, como escribió Antonio Machado. Durante algunos años mi padre trabajó en la zona de Madrid y varios veranos fuimos por la zona de Aranda del Duero, siempre estábamos una semana a algún pueblo del interior, recuerdo Aza. Mi abuelo materno siempre venía con nosotros, tengo muy buenos recuerdos recorriendo los parajes de Castilla, haciendo picnics en los ríos, comíamos muy bien y además teníamos un contraste entre la vida de mar que siempre es un verano mucho más social y la vida de campo más tranquila y pausada.
¿Algún verano especial de aquellos años de juventud?
Un verano me fui con mis amigas a Cabo de Gata, ese fue uno de los que más me gustó porque descubrí una de las playas que más me gustan. La playa de Las Negras tenía un chiringuito divertido con música en directo. Fue un verano increíble, también estuve con mis amigas del colegio en Cerdeña y lo pasamos genial, son esos veranos que quedan en tu memoria, con grandes recuerdos junto a tus amigas y en lugares maravillosos, donde conseguías desconectar de todo.
Como amante del Mediterráneo, imagino que también habrás estado por las Baleares.
Hay un momento en que cambio los veranos porque se juntan varios factores, mis padres dejaron de ir a Jávea y yo empecé a ir a Formentera varios días y el resto de verano estaba en Rocafort con mi familia. La isla la recuerdo como un lugar paradisíaco y maravilloso, en aquellos veranos hacía mucha vida de mar, estando muy cerca de la naturaleza y visitando los innumerables rincones que tiene Formentera, una isla que te cautiva y te enamora, creo que ha cambiado algo y quizá se ha ido masificado un poco, pero pese a todo es un lugar para desconectar de verdad en vacaciones.
¿Cómo es un día perfecto de verano para ti?
Pasar todo el día en el mar, acabas el día tarde y cansado, pero sacas fuerzas para darte una ducha reparadora y cenar en un sitio agradable tras haber estado flotando sobre aguas cristalinas y mirando al cielo. Pensando en esos baños idílicos, he de confesarte que los mejores baños que me he dado en mi vida han sido en Formentera y en Jávea, en la zona del segundo Montañar cerca de Cala Blanca, donde vi una vez un caballito de mar. Eso no lo olvidaré nunca.
Lugares de gran belleza y siempre en el Mediterráneo, ¿alguno fuera de España?
Sin duda, el verano que guardo como un tesoro en mi memoria es el que estuve en Pantelleria, una isla volcánica donde hay valles de viñedos en el interior y donde encuentras una típica construcción de la zona, el damusso. Como es una isla siciliana pero muy cercana a Túnez, hay una gran influencia tanto en la arquitectura como en la gastronomía de la cultura árabe. Los atardeceres son absolutamente espectaculares, con una variedad de colores rojizos y anaranjados increíbles. Sueño con volver algún día.
Pero creo que en los últimos años Mallorca te ha cautivado, ¿es así?
Así es, llevo unos cinco años yendo a Deià donde encuentro una gran conexión emocional y me siento plenamente feliz e integrada en esa zona de Mallorca. Ahí paso unos días maravillosos junto a grandísimos amigos como Ramón Bandrés y Elena Meléndez y sus hijos, Ramón y Pablo. La combinación de naturaleza, arte, diseño, gastronomía, cultura es perfecta. Este verano visité la casa hecha por el arquitecto de la ópera de Sidney, Jørn Utzon, quien tras una etapa complicada recaló en Mallorca y se construyó una casa, Can Lis, una casa hecha con piedra marés, típica de la zona. Es una estructura con varios pabellones y hoy en día se usa como residencia de artistas. Como curiosidad, él tenía el mal de los marineros del norte y para que el mar no le reflejara construyó más arriba en la montaña otra casa, Can Felicitat, donde actualmente vive su hija.
Esa desconexión en lugares de tanta belleza, siendo tú la directora de AD España ¿también te sirve como inspiración para tu trabajo?
Absolutamente, consigo desconectar y relajarme, pero también empaparme de arte y diseño, visitar estudios como More Design de Oro del Negro y Manuel Villanueva, poder conocer espacios como Can Lis, cenar en casas de artistas y pasar horas hablando de arte y diseño, en general es muy gratificante cuando tu trabajo es tu pasión y puedes combinarlo con naturalidad y en un ambiente relajado y distendido como son los días de verano.
¿Y alguna aventura isleña?
Este año decidí alquilar un coche eléctrico y para recorrer Mallorca que es una isla bastante grande, es complicado encontrar puntos de recarga. De hecho, fui a recoger a mi amigo Alberto a la otra punta de la isla y por suerte encontramos en la localidad de Artá un cargador en una gasolinera, porque el resto de los puntos de recarga a kilómetros a la redonda estaban estropeados. Otra de las mejores aventuras del verano fue ir a Menorca unos días, y encontrarme con mi amigo Luís Sendino de Side Gallery. tuve la suerte de ir con él y unos amigos a visitar la casa más bonita de Menorca y a visitar la galería Hauser & Wirth donde luego cenamos en la cantina, un lugar idílico.
Olores, sabores, colores de verano.
El olor al salitre, ahora que vivo en Madrid que es tan seco el ambiente, cada vez que llego a Valencia o una ciudad de mar, la sensación del clima más húmedo y el olor al salitre me da mucha paz. Otro olor es el de las cangrejeras, siempre llevo al mar unas negras y blancas que se han convertido en mi uniforme del verano. Respecto a los colores, tengo una toalla que me regalaron cuando entrevisté a Peter Dundas, entonces diseñador de Emilio Pucci, y es una toalla preciosa, de tonos azul celeste, amarillos y me acompaña a todas partes. Recuerdo también el azul turquesa del agua en una cala de Pantelleria que se me quedó grabado a fuego. Si hablamos de sabores, me quedo con el de la pasta con marisco de Pantelleria, los crepes de dulce de leche cuando era niña, también la horchata y los fartons y este verano he descubierto el granizado de almendra típico de Valldemosa.