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Del 10 al 15 de septiembre

Malabares y trapecios para hacer barrio: ¿puede el circo salvar la vida vecinal en València?

Espacio Inestable inaugura temporada con un ciclo de piezas circenses de calle como “declaración de intenciones” para fomentar el disfrute del espacio público y reivindicar el tejido social del casco antiguo

2/09/2019 - 

VALÈNCIA. No falla, si buscas tomar el pulso a un barrio, observa sus calles. Si ves que en ellas hay mucha gente de paso, pero poco tejido vecinal; si el turista es la fauna más común y los alquileres ya no son sinónimo de vivienda estable sino de escapada de fin de semana, el pronóstico está claro: la vida real en esas aceras languidece. Decididos a evitar que eso suceda en La Xerea, hipercéntrica ubicación en la que tienen su sede, los responsables de Espacio Inestable han decidido comenzar su temporada con Migrats Circ, un ciclo que se celebrará del 10 al 15 de septiembre y que combina piezas circenses de calle y otras que pueden verse en sala.

Así, el circo, como espacio de expresión total, de espectáculo universal y poliédrico ejerce aquí como oportunidad para convertir la calle en un espacio de reunión y goce. “Queremos abrirnos al barrio en el que está ubicado el Espacio Inestable, un barrio complejo que está compuesto fundamentalmente por edificios administrativos, gente muy mayor y turistas. Es muy complicado ‘hacer barrio’ en esos lugares, en los que hay mucho tránsito, pero pocos vecinos reales”, apunta Jacobo Pallarés, uno de los responsables del proyecto Inestable. Un único dato para ilustrar una realidad compleja: en 2017 se calculó que, durante los últimos 35 años, el distrito de Ciutat Vella había pasado de 50.000 residentes censados a 26.000. Prolifera el decorado para visitantes fugaces, la rutina cotidiana que sabe a hogar se marchita.

En ese sentido, Pallarés no duda en definir como “declaración de intenciones” su decisión de abrir la temporada Inestable “en el espacio público”. “Sentimos que debemos construir un relato de acercarnos al barrio, de ir tocando timbres y conocer las caras de sus habitantes. Esta idea va a permear toda la programación de otoño. No sabemos si esos vecinos pueden ser público potencial para nuestra sala, quizás no, pero incluso en ese supuesto, podremos establecer lazos de otro tipo. La Inestable no quiere ser solamente un punto de promoción artística, sino también de conversación, de creación de vínculos sociales. Me parece que hasta ahora no hemos sido conscientes del lugar en el que estábamos, hemos trabajado, sin darnos cuenta, casi de espaldas al barrio, sin hacerle demasiado caso”, reclama. “Deseamos hacer un trabajo cultural profundo con el barrio, que es nuestro contexto más próximo y cercano”, apunta Jacobo. “Russafa o Benimaclet son muy potentes y cuentan ya con propuestas culturales muy dinamizadoras. El Cabanyal también se está convirtiendo en un hervidero cultural. Son barrios que tienen mucha vida, en cambio, conocemos la Xerea por sus monumentos, pero no sabemos quiénes son sus vecinos, quiénes están ahí puerta a puerta. Queremos que no se perciba desde fuera como un simple espacio de recorrido turístico”.

Migrats Circ no llega al sistema solar por combustión espontánea, sino que surge a raíz de Migrats (En breu), una propuesta de danza que este año llega a su tercera edición y que nació para visibilizar a artistas valencianos que habían tenido que emigrar a otros países para desarrollar su carrera. Para el equipo Inestable, poner en marcha esa iniciativa constituía “un posicionamiento político de ver cómo la crisis había hecho huella en las artes escénicas más vulnerables. Pensábamos que era una buena manera de apoyar a todos esos creadores que se estaban marchando ya fuera porque aquí no podían trabajar o porque no podían formarse. Ansiamos decirle al mundo -a la sociedad, a los políticos-  que quizás durante un tiempo se han perdido a grandes talentos de la escena, pero que todavía se pueden recuperar”, apunta Pallarés. Así, señala que, actualmente y fruto de esa diáspora “en casi todos los países europeos hay valencianos participando en las distintas escuelas de danza y también mucha gente trabajando. Lo mismo sucede con el circo. Pero, cuando regresan, se dan cuenta de que València ha cambiado, es un hecho, y les hace ilusión poder volver a actuar en su ciudad”. Y llegamos al circo. A ver, ¿por qué el circo? “Es una asignatura pendiente que tenemos las salas valencianas, es muy difícil que aparezca en sus programaciones, más todavía que la danza- admite Pallarés-. Así que creemos que es una forma de reconocer su calidad y lograr que sea un ámbito más visible. Es una pena que no se difunda más porque creo que el público no especializado podría disfrutarlo muchísimo”.

Entra en escena César García, quien forma parte de la compañía La Finestra Nou Circ y ha ejercido aquí como asesor en la programación de las compañías. En su opinión, forjada a base de años de trabajo, el circo “ha tenido tradicionalmente un circuito paralelo, donde nos hemos tocado poco con la gente de teatro y danza. Pero eso, por suerte, está cambiando, y partiendo del circo más ortodoxo, cada vez se introducen más momentos de teatro, danza…se están mezclando y permeando las distintas artes”. Por ello, considera que es algo “bastante natural que acabemos entrando en las programaciones de las salas”.

El trapecio como “lenguaje universal”

En la memoria colectiva todavía persiste esa idea del circo clásico de grandes carpas, caravanas, tigres y números de corte infantil. “Venimos de esos estereotipos de los que poco a poco estamos logrando salir, pero es un proceso lento”, admite García. Ante todo, el circo es revindicado por sus profesionales como “un lenguaje universal, con el que puedes expresar mensajes clásicos o contemporáneos, para niños o para adultos; con mayor o menos peso de la técnica…Puedes hacer lo que quieras”. Con esa voluntad, Migrats Circ despliega una apuesta “interdisciplinar” en la que tienen cabida “todos los palos que tiene el circo: aéreos, equilibrios, acrobacias y clown. También buscamos una heterogeneidad en la que se entremezcle el circo más contemporáneo y conceptual con ese otro más popular y humorístico”. Además, reivindica el papel de su oficio como creador de potenciales audiencias, de ciudadanos a los que reconvertir en espectadores entregados. En este caso, la idea de los artistas que regresan a ser profetas en su cierra cobra especial sentido, ya que, como apunta García, “el circo tiene una esencia nómada muy dentro, es parte de su ADN. De momento, no tenemos formación reglada, por lo que todo artista que quiera formarse a nivel académico debe irse fuera y rodar un poco por el mundo”. “La conexión con el público es uno de los grandes valores que tiene el circo en comparación con otras artes escénicas. Hay mucha gente que quizás no está interesada en acudir a un auditorio a ver una obra de teatro o de danza, pero si se encuentra por la calle con una pieza de circo y tiene calidad, se queda a verlo. Es decir, creo que somos una puerta de entrada a audiencias generalistas algo reacias a dedicar su tiempo a otros espectáculos”, apunta el artista.

Marilen Ribot, empezó con lo malabares de fuego y acabó enamorada del universo circense en todos sus matices. Hace una década fundó la compañía Atempo Circ, con la que ha llegado a actuar en horizontes tan lejanos como Groenlandia, ya saben ventajas de poder jugar con un lenguaje universal. Ahora presenta en Migrats el espectáculo Les simples coses, con un fuerte componente de teatro físico. “Solemos buscar una línea dramatúrgica para expresar lo que nos gustaría contar al público. A través de ahí, se va construyendo el guión. Para nosotros la técnica utilizada después es una herramienta para narrar”, apunta.

“Siempre me habían gustado mucho las acrobacias y empecé a hacer cursos, simplemente por probar y divertirme con mis amigos. Vi que se me daba bastante bien y decidí  llevarlo a actividades de calle y  profesionalizarme”, indica Gonzalo Fernández, de la compañía Eddy Eighty. A Migrats llega con The Power of the 80s un espectáculo con gran peso cómico “sobre una persona que cree que todos los problemas podrían solucionarse si escucháramos lo que se decía en los 80”. Lo de Melina Melanina con el trapecio fue una cuestión de amor a primera vista. “Hago aéreos en general, pero mi pasión es el trapecio”, admite, aunque está también abriéndose al universo de la danza. Por algo el circo es un espacio para la libertad creativa. En Migrats exhibirá su solo Serendipité. “Como estoy formada en Bellas Artes, a menudo a la hora de crear una pieza me surgen muchas ideas de cosas que pinto y que después traslado al movimiento”, apunta la trapecista, quien defiende que el cosmos circense permite llegar “a todo tipo de espectadores a través del gesto, el movimiento y la mirada”. Integrante del Espai de Circ - Associació Valenciana de Circ, explica que en las actividades de Circo Social que ofrece esta plataforma, “niños que vienen de entornos desestructurados, de familias problemáticas, encuentra ahí una herramienta brutal para expresarse”.

“Seguimos siendo el patito feo de las artes escénicas”

En cuanto a la salud del sector, tanto en Ribot como en Fernández prima el optimismo: “Desde hace un par de años, el circo contemporáneo se está moviendo por todo el mundo y creo que el público ya se está educando culturalmente en este ámbito y descubriendo que hay propuestas más allá de lo más tradicional”, apunta la primera. En este sentido, considera una cuestión clave que los ayuntamientos y otras instituciones públicas “nos incluyan más en su programación, porque, cuando lo hacen, está comprobado que la gente quiere ir”. “Estoy convencido de que gran parte público ya comprende este circo más moderno y poco a poco entienden que no existe solamente como espectáculo infantil. Hace quince años, yo hablaba sobre mi trabajo y tenía que explicar que no soy un domador de leones ni trabajo con focas. Aún queda camino por hacer, pero creo que hemos avanzado una barbaridad”, apunta Gonzalo Fernández. Eso sí, si hablamos de ayuda institucional y presencia en cartel, toca un chaparrón de realismo: “seguimos siendo el patito feo de las artes escénicas, tanto en subvenciones como en programación, pero vamos evolucionando a mejor”. Propuestas como  el festival Contorsions, impulsado por el Ayuntamiento de València, y que la pasada primavera celebró su segunda edición, dan muestra de ese creciente interés por avivar la relación entre instituciones públicas y galaxia circense.

En Migrats Circ, calle y sala se complementan como binomio bien avenido para acoger acrobacias, malabares y escenas de clown. ¿Tiene futuro esta coexistencia? Gonzalo Fernández apuesta por ello sin ambages: “son opciones que se combinan de maravilla. La fuerza que tiene la calle como escenario hace mucho bien al mundo del espectáculo, porque la gente se encuentra con el arte sin esperarlo. Y gracias a ese público que te ve ahí, puedes ir creando una audiencia que sepa lo que es el circo contemporáneo y decida acudir a una sala y pagar su entrada por ver un espectáculo”.  Si ‘pan y circo’ era la consigna para tener satisfecho y domesticado al pueblo romano, ¿será ‘barrio y circo’ la fórmula clave para mantenerlo sediento de terremotos artísticos?

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