NOSTRADAMUS YA LO SABÍA / OPINIÓN

Málaga se sabe vender (y València no se entera)

21/03/2022 - 

No todos los mapas son iguales, una obviedad que no es tal y que aprendí pronto. Mientras en el colegio nos empapábamos de la hoy denostada división comarcal, desde el Baix Maestrat al Baix Segura, en casa, mi padre leía su prensa local -es decir, noruega- en la que la predicción meteorológica, en forma de mapa de Europa, destacaba del sur lo que le importa a un nórdico, esto es, dónde iba a hacer más calor en invierno entre Málaga, Alicante, Baleares o Canarias. El resto de las capitales no aparecían en esas infografías. Ahí reside la eficiencia de todo mapa, que debe recoger la síntesis del conjunto para la lectura que interesa.

En busca de otro tipo de calor, las multinacionales tecnológicas vienen hoy a rediseñar los polos laborales de la península, en los que Madrid y Barcelona empiezan a dejar de estar de moda a favor de una nueva capitalidad capaz de conjugar innovación, cultura y herencia turística (léase proyección internacional) basada en el ladrillo para vender paisaje marítimo. En esta carrera por El Dorado digital, la ciudad de Picasso y Antonio Banderas despunta para hacerse con el título, por mucho que València la supere en algunas clasificaciones de startups.

La receta no es otra que un trabajo de fondo, que empezó en los años 90 (y con retraso comparado), cuando se cimentó el terreno del Parque Tecnológico de Andalucía, cuyo entorno se conoce en la actualidad como Málaga Valley. En esos años, nuestra política local seguía enfrentando València con Alicante, discusión eterna que ninguna Conselleria deslocalizada en el sur ni una nómina de asesores científicos terminan de resolver, y veía pasar de largo grandes hitos como los Juegos Olímpicos y las Expo, a pesar de los costosos y contados avances en materia de política universitaria fraguada por la vieja guardia valenciana de Económicas. Mientras, la Costa del Sol preparaba la base para lo que hoy significa un atractivo punto de inversión: la colaboración entre administración pública (política), empresas (capital) y universidad (investigación), cuyo punto de encuentro se materializa en torno a un núcleo, el parque tecnológico (innovación).

Y de aquellos flujos, estos lodos. Más que la celebración de macroeventos tecnológicos y náuticos, la cuestión de envergadura es otra, y bien sencilla. El número de empresas emergentes o aceleradoras malagueñas todavía no deslumbra, sin embargo, en la variable del volumen no se encuentra la clave. Si Google llama a la puerta, en Málaga encuentra espacio para abrir su Centro de Excelencia en Ciberseguridad, y así otros ejemplos que están o estarán en marcha en breve como Vodafone y su Centro Europeo de Excelencia de I+D+i, Telefónica y su futuro campus de programación, Citigroup y su hub de talento joven, Accenture y su Centro Tecnológico de Innovación y Desarrollo, y demás empresas de análisis y gestión de datos masivos y de desarrollo web como Clickum, Ravenpack, The Workshop o Adsmurai.

Aunque también tiene sus puntos críticos, como los tiene la intervención de las grandes tecnológicas en los programas de estudio universitarios, es tan admirable esa capacidad de absorción o porosidad, la auténtica fortaleza del clúster de innovación de Málaga, como es lamentable que la València de InterNations no la acabe de concebir ni asumir en sí misma para competir. En cambio, desde Barcelona están más atentos a los avances del sur “para articular un litoral de cultura e innovación” entre Barcelona, Málaga y València, bendice Miquel Molina en La Vanguardia y con el telón de la Copa de América de Vela. También es cierto que la consellera de Innovación, Universidades, Ciencia y Sociedad Digital, Carolina Pascual, ha manifestado, en clave alicantina como es esperado, nuestro retraso con respecto a los años de ventaja de Málaga en la agilidad en coordinar la administración y el tejido empresarial, aunque omite la necesidad de hacer crecer los espacios para posibilitar esa confluencia, una carencia latente, todo hay que decirlo, en la que poco se incide desde la esfera universitaria, una parte esencial en el éxito malagueño.

No deja de tener su gracia que cuando una ciudad se pone de moda en la cosa innovadora dé pie a que el Ministerio de Ciencia la vuelva a liar. Hace unos días, aprovechando la tournée de la ministra para promocionar el Plan de Comunicación Cuántica, la cuenta de Twitter de la cartera de Diana Morant anunció que en el último trimestre de 2022 Málaga contará con una renovada sede (que ya lo está) del Instituto Español de Oceanografía (IEO) –el mismo sobre el que hace unos meses el president Ximo Puig abanderaba la descentralización para abrir el enésimo cisma– con una plantilla de 90 trabajadores “que sumarán sus capacidades científicas y tecnológicas a esta ciudad, polo de innovación del sur de Europa”. La capital de la Costa del Sol se sabe vender mejor que la nueva Ley de Ciencia del propio ministerio.

La superación de la España radial es posible. Pero es una pena que esa nueva forma de descentralización bien concebida que representa la apuesta malagueña por la inteligencia artificial, el internet de las cosas, la ciberseguridad, el big data, el blockchain o el 5G para fomentar el empleo y la industria del siglo XXI no la esté encabezando, o al menos coliderando, València en el impulso de la transformación digital. Lo importante no es convertirse en el destino preferido de los nómadas digitales. Lo que duele es tener delante otro corredor mediterráneo que volveremos a perder si gobernantes, académicos y empresarios no se dan cuenta a tiempo.

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