La banda valenciana presenta su duodécimo álbum, 'Complejo alquería frailes 13', el 2 de marzo. Y eso es siempre un acontecimiento
VALÈNCIA. Imagino a Manolo Bertrán paseando por la Plaza de San Agustín, ligeramente encorvado y con la gabardina de cuello bien puntiagudo calada. Esa reconocible silueta de ave rapaz. Sin duda un tipo rock. Probablemente venga de Discos Oldies, de comprar alguna referencia. O simplemente de echar un vistazo entre las estanterías y charlar con Vicente Fabuel sobre música.
En 1990 se licenció en psicología, pero de su verdadero oficio se había matriculado un año antes. Fue entonces cuando nació Doctor Divago, la banda a lomos de la cual ha cabalgado tormentas todo este tiempo; la formación que le ha dado (y quitado) todo, incluso el apellido. Manolo Divago nunca llegó a ejercer de psicólogo, cambió el diván por la guitarra y el micro.
Al escuchar las canciones que ha compuesto a lo largo de su trayectoria uno se da cuenta de que le gustan muchísimas cosas y muy variadas. “Siempre he sido seguidor de The Beatles, de la psicodelia de Syd Barrett, de The Doors, Velvet Underground, del rock'n'roll clásico, bandas de new wave y post-punk; y también un apasionado de la música pop y rock en español, desde los pioneros como Lone Star o Los Huracanes, pasando por la época de la nueva ola y los 80, con Nacha Pop, 091 y otros grandes grupos, hasta ahora mismo”.
No hay duda, se dirige al barrio de Patraix, concretamente a Complejo alquería frailes 13. Se trata de la dirección exacta del local donde llevan ensayando desde la primavera de 1989. Un caso insólito ya que los grupos suelen cambiar con frecuencia de local. Es por ello que, aunque barajaban varios títulos, ya tocaba homenaje a este mítico lugar. Y lo han editado, de nuevo, en Bonavena, ese sello en el que su querido amigo Raúl Tamarit y el propio Bertrán cocinan desde hace años sus obras.
En 2006 le citamos en el piso donde se hacía Vinilo Valencia Radio. Nunca lo hicimos muy bien, pero por aquel tiempo casi empezábamos y aquello era peor, un desastre en todos los sentidos. Al parecer, Manolo estuvo llamando al telefonillo del estudio de la calle Cervantes durante más de media hora y ahí no le abría nadie. Y nosotros dentro, haciendo el programa a duras penas y bebiendo cerveza. “Pensé que erais unos gilipollas”, me ha reconocido mientras escribo estas palabras. No le faltaba razón.
El primer encuentro más formal que tuvimos, rollo cara a cara, fue en un Rokelín de la Plaza San Agustín que ya no existe. Fue a colación de una entrevista para un periódico local en el que yo trabajaba de cuyo nombre no quiero acordarme. Yo esperaba a un tipo de otra generación, aquella que se educó prendida en los 80 y se expandió por el aire en los 90. Mis respetos (todavía vigentes) hacia músicos, periodistas y agitadores de aquella época sobre la que yo había leído tanto hacían prever una conversación complicada, con distancia. Todo lo contrario, hablamos de La Revuleta elemental (su nuevo trabajo por aquellos días), de música, de València, de la vida… y hasta hoy. En una barra, en un concierto, en un acto cultural, allí está siempre dispuesto a echarse una birra y unas palabras.
Luego está aquel concierto 7º Aniversario de Vinilo Valencia, en 2013, junto a Lagartija Nick, en la sala Wah Wah en el que se vendió todo el papel. Dieron dos verdaderos bolazos. Para mí, como promotor, un trabajo imborrable. Manolo lo recuerda con mucho cariño. Ya le habíamos convencido de que no éramos tan gilipollas. El que más le ha impactado, no obstante, fue aquel concierto compartido con Burning en Requena, a mediados de los 90. Fue un conciertazo, no esperaba demasiado y clásico tras clásico me noquearon”.
Y hablando de barras y garitos es inexorable no citar la de La Caverna. La de antes, la que regentaba Alejandro Baeza y en la que se gestó una excelente promoción del rock valenciano de la que Manolo es alumno destacado. “Fue un antro especial, con sus chupitos de absenta, Trogloglós, sesiones de pinchadiscos y esas conversaciones que se estiraban hasta el amanecer... Lo mejor era cuando ya estaba cerrado y había que llamar al timbre que Alejandro tenía escondido en la pared para entrar en la reunión clandestina de última hora. Pasé muchas horas en esa barra, conocí mucha gente, descubrí mucha música, estreché lazos, también perdí el tiempo e hice el tonto y es un lugar vinculado a muchas cosas que marcaron mi vida”, me cuenta. Pero lo cierto es que cuando La Caverna abrió él ya tenía 30 años. El bar donde realmente creció en los 80 estaba muy cerca de allí, fue el Café La Cendra, otro garito rockero que hizo historia en el barrio de Arrancapins. Aparte, recuerda la importancia de clásicos como Planta Baja, Gasolinera, Babia, Bésame Mucho… donde, dice, vio muchos conciertos.
Raúl Tamarit, Toni Gominola, Isa Terrible, Dani Cardona, César Campoy… van saliendo nombres. “Habría más gente, claro, pero todos los citados se caracterizan por una actitud inquebrantable relacionada con el pop y el rock de esta ciudad, y también por la perseverancia. Son gente con clase, además”. Amén.
Si quieren ahondar en el tema, por cierto, dos fervorosas recomendaciones: el documental Los tontos buenos tiempos (Cápsulas Musicales y Bonavena Música) de Rubén Soler y el libro En tierra de nadie (Carena Editores) de Mariano López Torregrosa. Ambos, fechados en 2014 con motivo de los fastos del 25 aniversario del grupo y que vino también con un recopilatorio bajo el brazo llamado Especial de la casa.
Nacido en el 66, vivió casi con igual intensidad los 80 que los primeros 90. “València era una ciudad más divertida que la actual, estaba todo por legislar, había una alegalidad que daba juego, los bares no cerraban nunca. Aunque he de decir que también decíamos que era aburrida. Luego llegaron los recortes de horarios, las restricciones de ocio, las construcciones faraónicas, la cultura del pelotazo, el asco”. No hay más que bucear en su cancionero para percatarse de la relación de amor/odio que tiene por su ciudad y sus gentes. “Siempre me ha fascinado la capacidad de sus gentes para la expresión cultural y me ha sorprendido la poca trascendencia que eso tiene, lo poco que se valora y lo mucho que se desconoce”.
Pero hay algo que no ha cambiado tantos años y doce álbumes después, Doctor Divago sigue en la brecha con coherencia y rotundidad. “Estamos bastante locos, supongo. Sin duda, hay una necesidad de expresión y somos unos cabezotas. Por otro lado, la formación actual está estable desde 2003/2004, nos llevamos bien y funcionamos perfectamente como un equipo; ese sin duda es otro factor que ha apuntalado al Doctor. Si hubiéramos seguido con trasiego de músicos creo que el grupo se hubiera disuelto”. Antonio Chumillas, Asensio Ros, David Vie, Edu Cerdá y Dani Cardona son su segunda familia.
Porque primero están Ángela Bonet, su pareja, y su hijo de año y medio, que son sus inseparables sombras. Quizá sí su forma de encarar la vida social y nocturna, pero ser padre no ha cambiado su forma de afrontar el rock. Es más, Manolo es arreglista y parte importante de Lanuca, el precioso proyecto que lidera Ángela. “Mi papel en esta formación es muy diferente, no ya solo en la forma de tocar, sino también en el hecho de trabajar en arreglos para las canciones de otra persona, acostumbrado a componerlas yo en Doctor Divago. En cuanto al trabajo con la guitarra, sobra decir que no soy un gran guitarrista, pero exploro una vertiente distinta a la habitual en mi grupo, de disonancias, arreglos más tirantes o atmosféricos que siempre me ha interesado también. Quiero pensar que he aportado algunas buenas ideas a Lanuca. Ha sido muy enriquecedor para mí”.
Un concierto de Doctor Divago en Valencia es siempre una celebración, un acontecimiento para los amantes del rock. La presentación de su último trabajo, otra sacudida marca de la casa, será excusa perfecta para que ocurra el 2 de marzo en la sala Loco Club. “Hemos repescado algunas canciones que no tocamos en directo desde hace años. Afortunadamente hay mucho material donde elegir”.
Manolo se ha quitado el abrigo y lleva una americana con un par de chapas en la solapa. Luce elegante y colorida camisa, botas negras. Se sube al escenario blandiendo su Fender Stratocaster color madera. Cardona a los mandos, Chumi calado con gafas de sol y armado con la armónica, Asensio (para el que no pasan los años) preparado para los golpes, la estampa de Edu, desafiante, se agiganta, los dedos de David ya están calientes. Se acabó la espera, es hora de pasar consulta.