VALÈNCIA. «Creo que nos rige la armonía. No soy una persona que vaya a la moda, pero me importa mucho la armonía, y en mis platos siempre se ha reflejado; necesito la armonía para vivir, hasta en el exterior de mí misma necesito la armonía. Necesito tener todos los sentidos completos». Dice que no va a la moda, porque como se suele decir en las fórmulas periodísticas «es fiel a un estilo propio». Viste como si este encuentro en una cafetería escondida en el interior de un museo yermo entre semana fuera una fiesta. Maquillaje, vestido, bisutería, colores combinados.
Ha criticado precisamente el infraempleo del centro cultural: «Chiringuito para unos pocos, todos colocados». Después de un par de aspavientos y comentarios contra el capitalismo de amiguetes, pide un café descafeinado de sobre con dos de sacarina y un vaso de hielo aparte. Es María Bravo y es la directora del Simposi Gastronòmic, una asociación valenciana sin ánimo de lucro que tiene como objetivo desarrollar la afición por la cocina y la gastronomía.
«Soy más feliz si estoy rodeada de hermosura —dice, como si fuera una justificación de su bote desde varios metros de altura a las aguas de la gastronomía—, me encanta. Cuando di el salto de que consideré que ya tenía una edad, cuarenta y dos años, pensé que si no lo daba ya no lo daría nunca. Pedí la excedencia, me la concedieron y me metí a hacerme un restaurante por todo lo alto. Mi manera de ser no me permitía tener un restaurante normal, tenía que ser algo rompedor». Se acabaron las clases, al menos el tipo de clases que daba como profesora de matemáticas.
«Yo era la única niña que yo conocía que tuviera unos padres que se iban durante mes y medio a recorrer Asia. Viajaban mucho. Mi madre lo asimilaba todo, y cuando probaba una receta que le gustaba, hasta que no la sacaba no paraba. Mira que entonces la palabra catering no existía, no se entendía el concepto, pero mi madre montaba unas mesas… eran belleza. Por aquel entonces había más protocolo y se cuidaba el arte de recibir. Y eso se mama, yo lo mamé. Tengo un hijo que también lo mamó, le encanta la cocina desde bien pequeñín». Entendemos que María nació en una familia de culto a la buena mesa antes de que la buena mesa fuera patrimonio de unos pocos.
«Me hice profesora porque la docencia me ha apasionado de siempre. Matemáticas, porque en la familia de los Bravo tenemos el hemisferio izquierdo, que es el que domina la música y las matemáticas, muy desarrollado. Todos han sido músicos y matemáticos. Y mi hijo, y mi nieto. Todos somos matemáticos». Escogió la carrera por aquello de que lo que se ve en casa, y funciona, es garantía de futuro.
* Lea el artículo íntegramente en el número 95 (septiembre 2022) de la revista Plaza