En Alcoi el programa se plantea como homenaje a otra mezzosoprano: Teresa Berganza
VALENCIA. El repertorio francés, con obras muy conocidas y otras muy convenientes de conocer, centró el recital que Maria José Montiel dio en el Palau de la Música de Valencia, y que se repite el sábado en Alcoi, promovido en esta localidad por la Asociación de Amigos de la música. La voz densa, aterciopelada y oscura de la mezzosoprano madrileña, Premio Nacional de Música en 2015 quedará acompañada, también en Alcoi, por la Orquesta de Valencia. La batuta será asimismo la de Jordi Bernàcer, director alcoyano que ha trabajado muchos años en Valencia, especialmente en el Palau de les Arts, como asistente de Lorin Maazel. Parece más centrado ahora en compromisos internacionales, como el de director residente de la ópera de San Francisco.
La sesión del sábado en Alcoi se plantea como homenaje a otra gran mezzosoprano madrileña, Teresa Berganza, que también triunfó en el repertorio francés. La Carmen que grabó, junto a Plácido Domingo, dirigida por Claudio Abbado, se erigió en un referente indispensable para quienes ven en la cigarrera de Bizet algo más que un modelo erótico-folklórico. El refinamiento que Berganza le otorgó, unido al dramatismo y a la decidida y explícita defensa de su libertad como mujer –libertad que incluye también el capricho amoroso- constituyen el mejor servicio a un personaje que se ha visto, la mayor parte de las veces, bajo ópticas costumbristas cuando no de trazo grueso. Berganza escribió una carta esclarecedora, dirigida a Peter Diamand, director del festival donde se estrenó la producción mencionada (Edimburgo, 1977) explicitando su concepción del personaje. Dice en ella, entre otras cosas: “ (...) Carmen representa un tipo ideal de mujer auténticamente emancipada, es decir, libre, soberana y señora de todas sus decisiones. Carmen no es ninguna mujer ligera o superficial, caprichosa o casquivana, y mucho menos prostituta; así se la interpreta en la mayoría de las versiones”. Y es esta mujer libre, aunque en ello le vaya la vida, la que Berganza puso en pie, aunque no siempre le acompañaron las producciones ni, tampoco a veces, su actuación como actriz. Pero como cantante, la Carmen de Teresa Berganza tiene pocas rivales. De ahí el sentido de concluir la sesión, en el homenaje de Alcoi, con la famosa Chanson bohème de esta ópera.
La voz de Maria José Montiel es más oscura y densa que la de Berganza, pero se adapta muy bien al personaje, que ha cantado en muchísimas ocasiones. Quizá le falta un punto de esa fuerza telúrica que Berganza conjugaba tan bién con el refinamiento, pero no impidió ello disfrutar con la Chanson bohème y luego, como regalo, con la todavía más famosa habanera. En la primera parte brindó la sofisticada Shéhérazade de Ravel, donde su voz, sombría, casó a la perfección con las bonitas intervenciones de la madera. Hubo medias voces frecuentes, y la orquesta, limpiamente dirigida por Bernàcer, supo situarse, cuando convenía, como un murmullo a sus pies. Antes, con la mezzo todavía en el camerino, se interpretaron la deliciosa Tarantelle Styrienne y la Sarabande de Claude Debussy, orquestadas ambas por Ravel a partir de piezas originales para piano.
La segunda parte se abrió con la obertura de Mignon (de Ambroise Thomas, donde la orquesta se mostró en estado de gracia. A continuación, “Connais-tu le pays?”, de la misma ópera. Lució en ella Montiel, de nuevo, el peso y la potencia de su voz, aunque también el detallado trabajo con la dinámica y el fraseo. También fue así en el Werther de “Va! Laisse couler mes larmes (Massenet), y en “Mon coeur s’ouvre à ta voix”, de Samson et Dalila (Saint-Saëns), que cantó de forma poderosa y expresiva, aunque alguna vez hubo apuros para aguantar sin cortes las larguísimas frases en legato. Tras el aria de Werther, la cuerda de la orquesta brindó, con el adecuado énfasis romántico, la Méditation de Thaïs, ejecutando Anabel García del Castillo la expuesta parte del violín solista. En la Bacanal de Samson et Dalila, fueron asimismo buenos los solos instrumentales, y Jordi Bernàcer, al igual que la orquesta, volvieron a gustar más en las secciones de complejidad y artesanía sonora que en aquellas de mayor brío, donde alguna vez se bordeó una estética más superficial.