FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía. 04/02/2023
Recital canción XIX y XX
Obras de Verdi, Tosti, Respighi, Cui, Chaikovski, Rajmáninov,
Puccini, Catalani
Soprano, Marina Rebeka
Pianista, Mathieu Pordoy
VALÈNCIA. Una de las sopranos más buscadas por los teatros de ópera del mundo Marina Rebeka, dio buena muestra de su arte ayer en el Reina Sofía, donde es muy querida desde su extraordinaria Traviata de 2017, cuando ya dejara con la boca abierta a los aficionados. El programa no ofrecía ópera, que es lo suyo sin duda, y a cambio hizo un paso, -cómodo para ella-, por la canción romántica italiana y rusa de los siglos XIX y XX.
La afamada tiple está interpretando en la actualidad Las vísperas sicilianas en La Scala de Milán. Y entre función y función, y sometida al estrés de las óperas, es esta, ocasión de cierto relajo para Rebeka. Y sin duda también lo es el saberse acompañada por un magnífico pianista como es Mathieu Pordoy, quien le brindó poesía, apoyo, calidad y seguridad. El infalible francés, dueño de una sólida técnica, estuvo atento, y derrochó gran delicadeza y musicalidad; es de esos pianistas que en lugar de sentarse, parecen sujetarse sólo con sus dedos sobre las teclas del piano.
En las tres partes del espectáculo estableció perfecta sintonía con Marina Rebeka, con quien comparte elegancia y sabiduría. Al inició del recital la soprano letona, vestida de simpatía y de azul turquesa, se dirigió al público manifestando su alegría por volver a Les Arts. Y comenzó con dos canciones de un Verdi joven, dos más del epitelial Francesco Paolo Tosti, y otras dos de Ottorino Respighi, resueltas por ambos intérpretes, -que respiraban juntos-, con maestría y sensibilidad.
La elegancia y la belleza de Rebeka es global. Se manifiesta en sus gestos, en su presencia, y en su voz. Y eso quedó patente desde el principio, cuando abordó las piezas de las Sei romanze verdianas con emisión tranquila, limpia, y segura, acometiendo la primera de las exhibiciones de su magnífico legato. Con el Vorrei de Tosti prosiguió su canto lleno de sobria belleza y de juego fácil en la regulación de las dinámicas, hasta el pianissimo más sublime.
Quiso Marina Rebeka recrearse en el tempo lento para la notte de Respighi, y así se lo indicó a Pordoy, que venía subido de su solo: el Notturno rotundo y evocador del mismo autor. Ahí se pudo disfrutar de la admirable homogeneidad que consigue la soprano en toda la extensión, y de la colocación idéntica y permanente en la emisión frontal. Su seguridad en el canto es total. Cuando canta Marina Rebeka, como me dijo Ramón Almazán, -ese hombre que es toda una institución-, ni sufre ni nos hace sufrir. Y es que su instrumento está sobrado en este repertorio, y con su canto de ejecución contundente parece hacer fácil lo que pocas pueden alcanzar.
El canto de Marina Rebeka es sabio y elegante, pero su característica principal es el fuego y el acero eslavo de su voz, que conjuga y completa con un timbre de brillo, y color latino. Igual que le sucedió a Verdi en Milán, la jovencita Marina Rebeka no fue admitida en el conservatorio de su ciudad natal, Riga, teniendo que realizar sus estudios en Italia. Su alma, su temperamento, su canto, y su arte llevan buena dosis de italianità, y lo eslavo y lo latino se funden para perfilar la esencia vocal de esta soprano spinto extraordinaria.
Y lo demostró en la segunda parte dedicada a canciones rusas, que acometió con una inevitable sonrisa antes de las breves y delicadas piezas de César Cui, ataviada con un espectacular vestido fucsia. Desprovista de la atención necesaria, sufrió un traspié en Rocé una flor, canción que tuvo que suspender tras su inicio para volver a interpretar. Otra sonrisa, -ahora pidiendo perdón al público-, salió de su boca, y zanjó inteligentemente un asunto menor que sirvió para alimentar la tensión que le hacía falta al recital, repleto de obras de tesitura central.
Y subió esa tensión con tres piezas pasionales de Chaikovski. Con ellas, Rebeka volvió a demostrar su control de las dinámicas, ejecutando de manera asombrosa la transición del forte al piano sin adelgazamiento del tronco vocal, en el Olvidar tan pronto, y también al seguir al expresivo Mathieu Pordoy en el tempo y ritmo de la sinfónica ¿Reina el día?, que terminó con emisión de agudo torrencial, que hizo vibrar el trencadís de Calatrava, todo ello, para deleite general en la sala principal de Les Arts.
En las tres piezas presentadas de Serguéi Rajmáninov, las notas de Pordoy fluyeron limpias como las lágrimas del sauce en De noche, en mi jardín. También en Aguas de manantial, respondiendo de nuevo la soprano con exuberante brillo y colorido en su voz, exponiendo su impactante calidez oscura.
Pero cuando más subió la tensión del recital fue en su parte final. Marina Rebeka decidió ofrecer lo mejor de sí en su verdadera especialidad, y donde es una estrella universal: la ópera. Fuera de programa decidió afrontar partituras de tesitura más arriesgada, más populares, y de mayor compromiso. Pero la soprano allí también se mostró segura. Es lo suyo. Y supo acometer la tercera parte con las arias más deseadas, brindándolas a una altura interpretativa fuera de serie.
Con la ópera, Marina Rebeka barrió su arte en la sala, distribuyendo su voz en abanico por la herradura. Demostró de nuevo todas las cualidades de su excepcional instrumento, de forma tal que fue inevitable tener la sensación de estar escuchando algo histórico, y traer referencias de grandes como Tebaldi o Callas.
Cantó Un bel dì, vedremo, como recuerdo de su primera Butterfly, que tuvo lugar en esta sala. Momento sublime pucciniano que resolvió de manera magistral con la delicadeza y fiereza que quiere el autor, sabiendo dibujar sentimiento desgarrador tal que inflamó los ánimos, -como entonces-, a los aficionados valencianos, que respondieron con aplausos y vítores encendidos.
En plena escalada de pasiones llegó el aria de Ebben? Ne andro lontana, aria de La Wally de Alfredo Catalani. Desde el sobrecogedor inicio, Rebeka derrochó sabiduría, modulando su voz desde los piano hasta los forte más impactantes, marcando acentos y ritmos a lo grande. Allí estaba la Tebaldi. Con Catalani, la plenitud vocal de la letona fue sin duda propia de las escogidas por los dioses.
In crescendo los aplausos y los ánimos, la soprano respondió con más Puccini. Y lo hizo a lo grande también por su saber decir, su expresividad, su gracejo, su ajuste en los tempos, y su sobrada capacidad vocal, con el vals de Musetta de La Bohème. La mesa de voce del final -de pianisimo a forte y vuelta al pianisimo-, fue antológico. Más aplausos finalistas para ambos intérpretes venidos arriba. Y más arte: el bolero de Las vísperas sicilinas, de Giuseppe Verdi, lleno de agilidades y aciertos.
Marina Rebeka volvió ayer a ser reconocida en el coliseo del Turia como una de las mejor dotadas sopranos del panorama internacional, por su poderoso instrumento, y su canto sabio y elegante. Expuso su voz limpia, homogénea, compacta, sólida y plena desde el principio, con riqueza de armónicos y timbre de fuego, acero, brillo y color. Enamoró con su acertada y firme colocación para una proyección de impacto. Mostró su volumen poderoso, firmes agudos, musicalidad enorme, y línea de canto soberbia, con una técnica infalible que le permite precisión y emisión de calidad extraordinaria.
Cuando aquellos torpes no la quisieron en el conservatorio letón, estuvieron sin saberlo, forjando para el mundo una voz de oro, amalgama de lo eslavo y lo latino, de brillo y poder impactantes, que ya deslumbra en todo el mundo.