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memorias de anticuario

Maurice Rheims y la curiosa vida de los objetos

30/08/2020 - 

VALÈNCIA. Permítanme que, sin que sirva de precedente, les hable monográficamente de un personaje de vida fascinante. Es autor de un libro del que en su día supe de su existencia, pero que hasta hace poco que pude conseguirlo, no había caído en mis manos. En esta ocasión lo encontré, de forma casual, en una enorme biblioteca que adquirió un compañero y que atesoraba una cantidad infame de libros de arte, y de la que ya les hablé hace unas semanas. Se trata de La curiosa vida de los objetos o, como más me gusta en su lengua vernácula, traducido literalmente, La “extraña” vida de los objetos. Su autor es Maurice Rheims y lo escribió en 1965.

Para empezar ¿quién es este caballero que nació en 1910 y falleció en 2003, lo que lo convierte en un privilegiado testigo de todo el siglo XX?. Bien, cuando se teclea su nombre en Google la primera definición que aparece de él es “martillero público”. Efectivamente como rápidamente han descartado, no se trata de uno de esos picapedreros vascos que parten piedras a base de golpear con un enorme martillo. Se trata de uno de los más importantes subastadores del siglo XX, en terminología jurídica francesa un Commissaire-priseur, figura inexistente en nuestro país y que se refiere a profesionales que el estado les concede el derecho a tasar y subastar arte y antigüedades, en virtud de un título que se les concede al acreditar una profesionalidad, formación y conocimientos determinados. Según se dice, a lo largo de su vida profesional, Rheims subastó unos catorce millones de objetos de toda clase, lo que constituye todo un récord. Vendió obras de arte que van de los grandes maestros antiguos, a los más importantes pintores impresionistas y de las vanguardias europeas, pasando por curiosidades como la colección de historietas pornográficas del rey Faruk, la cuchilla de la guillotina que cortó la cabeza de Luís XVI o el sombrero que portaba Napoleón en la batalla de Wagram.

Su labor profesional e intelectual le llevó a convertirse en una eminencia y a ser elegido como el único subastador de arte que ha sido aceptado en la elevada y restringida Academia Francesa, una institución de apenas cuarenta miembros a los que, por su relevancia histórica, se les conoce popularmente como Les inmortels (los inmortales), lo cual es cierto si se tiene en cuenta que calentaron alguno de sus selectos sillones personalidades como Victor Hugo, Voltaire o Pasteur. Otra barrera que rompió Rheims fue la del Hotel Drouot, la sacrosanta empresa de subastas de París fundada a mediados del siglo XIX. Rheims fue durante la ocupación nazi el único judío que subastaba en aquel recinto, cuando por entonces en su puerta de entrada colgaba un cartel que rezaba “Interdit aux chiens et juifs”, es decir “se prohíbe la entrada a perros y a judíos”.

Rheims es una auténtica leyenda y hay consenso en considerarlo como uno de los más grandes tasadores de arte y antigüedades. Dada su pasión y su irrefrenable curiosidad por los objetos artísticos le llevó incluso a presentar un programa de televisión llamado “Alta curiosidad” en la década de los ochenta y el por entonces presidente Jacques Chirac ante su muerte dijo que era un “hombre que supo hacer de la belleza el sueño y del espíritu un auténtico arte de vivir”.  Haute curiosité, que en su traducción al ingles sería The glorious obsession, es precisamente el título que dio Rheims a sus memorias. Y es que de los títulos de sus libros podemos deducir perfectamente cual fue la relación de este hombre con el arte. Por supuesto que nunca renunció al amor por el gran arte de los museos, el de los libros de historia siempre está ahí; sin embargo Rheims cultivó y promovió a través de sus publicaciones el amor por el arte que se disfruta a través de su posesión. Desde el objeto más humilde a la gran obra artística. Todo tiene su valor totalizador puesto que no depende de su calidad intrínseca y académica sino del valor que la obsesión del coleccionista y el aficionado le da en su vida. Es difícil que Rheims no se convierta en un amigo cuando uno lee sus páginas tan francas y accesibles. Ni que decir que Rheims reunió a lo largo de su extensa vida una fabulosa colección de arte y antigüedades desde arqueología clásica al siglo XX: pinturas, muebles, grabados, dibujos, cerámicas etc. Amaba de igual forma acudir a un marché de puces (mercadillo) que un gran museo o subasta y en ambos lugares se le podía ver con incansable asiduidad.

El mundo del coleccionismo, el de las antigüedades y el arte en nuestro país necesitan de un puñado de pequeños Maurice Rheims, cierto, un personaje irrepetible, pero un ejemplo a seguir por su inigualable capacidad para “conectar” con los aficionados y con los que lo son pero no lo saben, y para divulgar y trasladar la idea de que el arte puede estar en todas partes, así como la capacidad de éste para enriquecer espiritualmente nuestras vidas. Fue un autor de un buen puñado de libros sobre este mundo fascinante con capítulos de títulos tan sugerentes como La psicología del coleccionista, Historia anecdótica de los precios o La moda y el objeto. Cuando uno lee sus escritos la tentación que se despierta es la de exclamar “por fin alguien que escribe de estas cosas”. Eso si, es una pena que muy poco de su producción se haya traducido al español, al menos que yo sepa, porque su forma de “transmitir” es absolutamente accesible para todos, sin restar un ápice de erudición, lo que convierte sus libros en una herramienta infalible para acercar a mucha gente al mundo del arte desde la perspectiva del objeto coleccionable.

Rheims fue fundador también de una revista francesa que fue responsable de que surgieran muchos aficionados y coleccionistas en nuestro país vecino a partir de la década de los 50 en que esta publicación salió a la calle. Su nombre era Connaissance des arts, una ya histórica publicación que el gran subastador de arte suizo Simon de Pury define en su autobiografía como el “porno del arte”, puesto que fue una publicación tan adictiva que en su adolescencia, período en el su madre le regaló la suscripción a la revista, logró, milagrosamente, que no se le fueran los ojos únicamente a las páginas del Playboy.

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