VALÈNCIA.- A mediados de los setenta se produjo el desembarco del anime en la televisión española, que por aquel entonces no era más que una estatal y con dos canales. Primero llegaron los dramas infantiles, con Heidi y Marco haciendo llorar a miles de familias con sus desdichas, que no eran moco de pavo. Y cuando los niveles dickensianos parecían insuperables, hubo un cambio de rumbo a la nipona y Mazinger Z apareció en nuestras pantallas.
Del costumbrismo melodramático pasamos a la ciencia ficción de la mano de un robot que medía dieciocho metros y podía alcanzar una velocidad de 360 km por hora si corría. Estrenada originalmente en Japón en 1972, la serie llegó a España el 4 de marzo de 1978 y arrasó. Un año después, el robot ya formaba parte de la falla que el artista Vicente Luna creó para la plaza del Ayuntamiento. Mazinger Z se convirtió en una figura icónica casi desde el primer momento, con las canciones de la serie cantadas en español por grupos como Los Chiquitines. Más de cuarenta años después, su imagen sigue presente en camisetas, láminas, mochilas y cualquier tipo de merchandising habido y por haber. De tanto en tanto, aún se le puede ver en alguna falla.
La serie nace a partir de una adaptación del manga del popularísimo autor Go Nagai, que ya había creado a héroes como Devilman. Obsesionado con los robots gigantes por culpa de la serie Gigantor (1963) y con personajes espaciales como Astroboy, Nagai dio carta de naturaleza a un género manga llamado Mecha, cuya principal característica es que los protagonistas de los cómics son robots gigantes conducidos por seres humanos. Algunas de sus secuelas más reconocibles pueden rastrearse en Aliens (1986), cuando la teniente Ripley se sube a un robot de carga y descarga para enfrentarse a la reina Alien, o en Pacific Rim (2013), de Guillermo del Toro. Mazinger Z lo pilotaba un crío llamado Koji Kabuto quien, cuando llegaba el momento de la acción, se subía a una especie de cápsula planeadora, volaba hasta la cabeza de Mazinger y, al acoplarse sobre ella, activaba al robot; que se ponía a lanzar rayos fotónicos y pegar mamporros como si no hubiese un mañana.
La pregunta del millón es: ¿y qué hacía el tal Koji dirigiendo los pasos de un robot gigante en lugar de estar en clase aprendiéndose la lista de los emperadores de Japón? Años atrás, su abuelo, el científico Juzo Kabuto, fue invitado a participar en unas excavaciones en una isla del Mediterráneo. Allí se descubrió una serie de robots gigantes creados siglos atrás por alguna civilización mucho más avanzada que la nuestra, un nivel que, después de ver inventos como TikTok, puede alcanzar cualquiera. Dichas creaciones mecánicas resultan ser armas de dominación perfecta para cualquier sátrapa en ciernes. Y ahí entra en escena el Doctor Infierno, un científico alemán que, ante tal descubrimiento, se hace con el control de los robots y los pone a destruir cosas para que quede claro que el asunto no va de broma. Los científicos que se rebelan contra él caen fulminados, pero Kabuto logra volver a Japón donde consigue poner en marcha un arma secreta que le permita combatir la maldad del Doctor Infierno. ¿A qué viene esa necesidad de hacer la puñeta a la Humanidad entera? Susumo Takaku lo explicó en sus guiones: Infierno fue víctima del acoso escolar y desde entonces vive traumatizado, así que el hallazgo de los robots se convierte en su gran oportunidad para demostrarle al mundo quién es él.
Infierno logra localizar a Kabuto y lo mata. Sin embargo, ya ha adiestrado a su nieto en el manejo del Mazinger Z y no solo eso; su ayudante Gennosuke Yumi ha desarrollado a una robot, que responde al nombre de Afrodita A y que, con su hija Sayaka a los controles, apoyará a Mazinger en sus combates. Esto arroja un preocupante dato acerca de la poca importancia que se le daba por aquel entonces al absentismo escolar en Japón. Por supuesto, entre Sayaka y Koji nace una atracción que nunca llega a concretarse. En cuanto a sus respectivos robots, se convierten en una especie de proyección de esa atracción sexual no resuelta. Mazinger lanza rayos de energía fotónica por los ojos, descargas que equivalen a la explosión de diez toneladas de explosivos. También lanza misiles abriendo las compuertas que tiene a la altura del estómago. Y, además, están los puños, que salen disparados cuando Koji, desde la cabina, grita: «¡Puños fuera!». Es una de las frases más populares de la serie. Aunque quizá, la que más impactó fue la de ¡pechos fuera! Porque los senos de Afrodita A también eran potentes proyectiles que se disparaban en cuanto algún cibervillano se ponía excesivamente chulito. Dicho grito de guerra —que no salía en la serie, pero que los niños repetían— pilló desprevenidos a los televidentes, que en 1978 todavía estábamos luchando por sacudirnos la represión sexual que nos dejó la dictadura franquista en el cuerpo. Que una señora robot usara sus tetas como armas de destrucción masiva en prime time era algo para lo que no estábamos preparados. En la versión japonesa tal frase tampoco era pronunciada, pero en la catalana se añadió («Pits fora!»).
Otro elemento que producía un cierto desasosiego era el Barón Ashler, esbirro del Doctor Infierno. Ashler era mitad hombre y mitad mujer. Lo más parecido que habíamos visto los españoles hasta entonces de una sexualidad no normativa era Bibi Andersen. Quién sabe si estos pequeños detalles no aportaban su cuota de morbo a la serie. En Estados Unidos algunos capítulos no fueron emitidos por ser considerados demasiado violentos. Aquí, TVE solamente emitió 36 de los 92 capítulos. La serie al completo no se vería hasta 1993, cuando Tele 5 la recuperó y unos años después TV3 la rescataría doblada al catalán. Y es que, Cataluña siempre tuvo una relación muy suya con Mazinger. A principios de los años ochenta se proyectó construir toda una urbanización en Tarragona diseñada a imagen y semejanza de la serie. Aunque el proyecto jamás se llevó a cabo, sí que llegó a erigirse un monumento a Mazinger Z que a día de hoy sigue en pie. Se trata de una estatua de tamaño real cuya función consistía en proteger del mal a la urbanización de Mas de Plata. La estatua, que tiene una puerta secreta que permite entrar al interior del robot y llegar hasta su cabeza, se ha convertido en un punto de peregrinación para los fans de la serie.
* Este artículo se publicó en el número 83 (septiembre 2021) de la revista Plaza