Estamos hasta las narices de los políticos, de los partidos y del sistema que se ha creado en torno a ellos. Me encontraba a un amigo al salir de misa, y como si hubiese tenido una transfiguración, él, que había militado casi toda su vida en una formación política y que era un ferviente creyente en la liturgia sistémica, me dijo que los dirigentes y sus camarillas orgánicas estaban profundamente desconectados de la realidad social. Lo que ha pasado en Valencia ha sido gordo, tan grande, que salvo que lo impida la amnesia colectiva de la que se aprovechan nuestros dirigentes elección tras elección, ya no volveremos a mirar con los mismos ojos esperanzados a los que nos gobiernan y a los que aspiran a ello; el retorno de los chamanes que anunció Víctor Lapuente se ha frustrado, ha caducado porque las pócimas milagrosas que prometían han demostrado ser iguales que los experimentos anteriores. Si ya había una desafección política acuciante pero la motivación curativa o de antídoto contra los males que tenían las elecciones paliaban esa desazón, ahora creo que está calando la indiferencia hacia lo que ocurra, florece el sentimiento de que gobierne quien gobierne no estaremos a salvo.
A no ser que uno esté poseído por el demonio de la polarización, se percibe en el Congreso de los Diputados una especie de acto penitencial en el que unos y otros exorcizan sus pecados tirándose piedras cuando en realidad nadie está libre de culpa para poder arrojarlas. Pedro Sánchez coge la silueta vapuleada de un Carlos Mazón que no termina de creerse esa reconstrucción y espanta cual espantapájaros el águila imperial que con sus alas presume de la gestión Popular. Alberto Nuñéz Feijóo pide al presidente del Gobierno que dimita, que avance con la pasarela de sospechas de corrupción hacia la puerta de salida de la Moncloa. En su marco mental, en su conciencia amoldada a la demoscopia partitocrática, ambos son moralmente superiores al otro, son mejores que su adversario; la realidad es que lo mejor que podrían hacer los dos es callarse. Mientras Sánchez critica al PP por unas cosas, no es consciente de que en un momento en el que miembros de su gobierno están siendo mirados por la lupa por presuntos cohechos, Feijóo pide la dimisión del Ejecutivo por esa aparente corruptela, sin embargo, no ha forzado a Carlos Mazón para que dimitiera por haber estado dándose un homenaje de necesidades fisiológicas mientras la gente moría.
Dan vergüenza ajena. Si Pedro Sánchez revalidó su mandato en 2023 pese a su uso torticero de las instituciones es precisamente porque la derecha hace lo mismo, no es mucho mejor que la izquierda. De haber tenido a personas competentes en las instituciones y no a amigos de Zaplana y Mazón, quizá no habríamos tenido que lamentar tantos muertos. Todos los partidos dan de comer a un montón de estómagos agradecidos. Lo que ha hecho calar precisamente esa orfandad hacia el sistema es la sensación, o más bien, el convencimiento, la intuición es lo que teníamos antes, de que al mando no están los mejores sino todo lo contrario. No sólo a nivel competencial sino moral. Tanto el Partido Popular como el PSOE han perdido la superioridad moral, el arco institucional en realidad. No hay sede de ningún partido que no tenga muertos en el armario; ahora entiendo cuando estaba en Ciudadanos y fui a visitar su cuartel general en Madrid (que tiempos, dirá algún nostálgico naranjito), el segurata fiscalizaba cada uno de mis movimientos, tendría miedo de que encontrara algún cadáver. El día que se pongan grabadoras en la oscuridad de la noche, se escucharán cosas. La energía ni se crea ni destruye, los demonios siempre permanecen, unos que gobiernan más los partidos que la virtud.