Hace pocas semanas me crucé con la muerte. Le vi la cara. Estaba a la puerta de casa. Tras ella apareció uno de mis vecinos. Apenas podía caminar. Le esperaba un taxi. Me miró sujeto entre muchos brazos. Descubrí un rostro de miedo en su desdibujada memoria. Una cara aterrada e inédita. Vaticiné que ya no lo volvería a ver más.
Llevo varios meses recientes -muchos lustros si regreso a las hemerotecas- escribiendo necrológicas de personas próximas, aunque superiores generacionalmente. Pero no por ello dejaban de ser amigos/as. Podía haber escrito en estos dos últimos años muchas más, pero en algunos casos no me sentía animado. Lo hice en estas páginas de Ximo Michavila, José María Morera, Sebastià Miralles, Antonio Díaz Zamora... Estaba obligado por lo mucho que me habían cuidado y enseñado. Y hasta por lo cruel que puede llegar a ser esta sociedad tan cainita. Lo comentaba una noche de estreno en el Principal con el actor Juanjo Prats y el director teatral y ex catedrático Antoni Tordera. Hablamos del paso del tiempo o la pérdida y ausencia de referentes. Nos arrepentimos de esa crueldad que acompaña nuestro tiempo, o a esta sociedad tan propia y reconocible.
Hace unos días se fue Merxe Banyuls, un auténtico terremoto de mujer: vitalista, enérgica, divertida, amante de la vida. La conocí de muy joven como estandarte de Pavesos, pero sólo desde la perspectiva artística. Años después, de forma profesional, la traté mientras manejaba formas protocolarias. Coincidí con ella en la Conselleria de Cultura. Era época en la que a los periodistas nos dejaban entrar sin normas y navegar entre departamentos institucionales para cotillear y “rascar” noticias. Entrábamos y salíamos de los despachos con descaro a ver si pillábamos algo que contar. Así hicimos amigos y hoy compartimos silencios. Siempre terminábamos la ruta pasando por el despachito de la Banyuls. Ella recibía con un piropo, una provocación, una sonrisa pícara y más cotilleos, nunca traicioneros. Hasta que salió de allí. Después, coincidimos en el Consell Valencià de Cultura. Allí cruzábamos miradas para digerir esos plenos farragosos y mustios a los que tocaba asistir. Más tarde era fácil encontrarla en estrenos teatrales, conciertos, algunos actos sociales. Continuaba igual; cariñosa, abierta, sincera y divertida. ¡Pues no tenía agarre, valor y carácter!
La Banyuls era un símbolo. Ya no sólo para la generación que seguía a los Pavesos del “Monle” en aquellos espectáculos disparatados y “falleros” donde se mezclaba la diversión, el humor y el carácter iconoclasta de esta sociedad. Pura dinamita y cachondeo provocador donde nada estaba exento de ácida crítica en plena Transición y aún con cierta mano dura en el ambiente. Merxe era, para los adolescentes, el bombón de las coplas que bromeaba y lucía en aquellos espectáculos disparatados donde lo importante era la ironía propia de esta sociedad tan socarrona y ahora algo aburrida pero con trasfondo de combate para la época. Y además, era guerrillera del feminismo y la cultura.
La última vez que la vi estaba feliz y esplendorosa. Relajada por su jubilación. Con cara de mucha vida. Apenas unos meses después, se iba. En silencio. Sin hacer ruido. Lo leí una mañana reciente en las redes sociales. Todo muy rápido. Este es un homenaje de muchos conocidos a través de este texto y la imagen recuperada del archivo del fotógrafo Andrés Castillo.
Pero al margen de su muerte a los 75 años de edad, existe en su despedida y la de otros miembros de ese mundo reivindicativo y auténtico, la desaparición natural de toda una generación que hizo mucho o muchísimo por este país, que se implicó en la defensa de sus libertades y cultura desde cualquier escenario, atril, libro, tribuna periodística, cuadro…Sin miedo.
Esa generación no sólo se ha perdido sino que, además de haber permanecido demasiados años oculta o silenciada, se comienza a olvidar. A ellos se les intentó evitar mientras se taponaba otra que podía haber ir creciendo, pero acabó doblegada.
Hoy existe un vacío abismal entre aquellos y los que generacionalmente les perseguían. Es terrible ver como grandes artistas de todos los géneros han ido siendo silenciados, marginados e incluso manipulados por el pesebre. Ahora sólo vales por lo mediático: usar y tirar, aunque existan excepciones que han sobrevivido a la impostura.
Esa generación puente no ha podido dejarnos más memoria salvo la que individualmente algunos pudimos ir conociendo gracias a haber crecido a sus faldas y pantalones. La laguna es terrible. Nos quedamos sin grandes homenots, sin grandes pensadores públicos, educadores, editores, valientes de la palabra y el compromiso personal. De cualquier color y signo. Arrinconaron, a los que pudieron para no generar nada nuevo y menos distorsionante.
No creo que todo se deba a un cambio de mentalidad o a una simple transformación social de formas y fondo. No, hubo mucho más. Eran incómodos. A ellos los silenciaron pero el poder tampoco supo aupar o generar otra generación que los sustituyera. Puro miedo a la independencia de conciencia.
Ya no es nostalgia. Simple realidad. La misma que dentro de unos años esta sociedad echará en falta. Es el abismo del que hablaba. Algunos fuimos afortunados de poder vivir su tiempo a su mismo tiempo. Y de poder contarlo. Pero es una lástima no haberlos podido exprimir un poco más. Ahora ya es tarde. Todo ha cambiado o ya no existe, ni casi se recuerda. Así somos. Un día quemaremos hemerotecas para ganar espacio y borrar memoria. Nadie suele preguntar ya por qué y menos el qué. Nada parece importar si no vende, y menos aún si no se comunica por wasap.