la encrucijada / OPINIÓN

Merkel, Trump y Mazón

21/01/2025 - 

VALÈNCIA. Un 20 de enero. Ayer mismo. Trump ya es presidente de EEUU. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, revolotea a su alrededor como vigilante moscardón del hombre anaranjado. Les rinden homenaje los CEO de las empresas tecnológicas, las petroleras, las firmas que no pueden con China, las aseguradoras sanitarias, las compañías armamentísticas, las gestoras de prisiones, mercenarios y fronteras y las que juegan con fuego en el mercado de las monedas virtuales y la fabricación de productos financieros indescifrables.  

La democracia de EEUU engullida por una oligarquía plutocrática. Ganan quienes amasan centenares o decenas de miles de millones. El mercado sin límites es la nueva “democracia” donde cada dólar cuenta como un voto, con billonarios que se sienten legitimados por su elevada posición en el ranking internacional de Forbes y la absoluta superioridad que ésta confiere a sus ambiciones, por peligrosas que sean para los demás: para quienes trabajan y viven de empresas sometidas a la competencia, de empresas sin padrinazgo político, de empresas en las que se sufre. Ambiciones bárbaras pero racionales para sus ideólogos porque se sienten capaces de alcanzarlas arrasando aquellas áreas del Estado de Derecho que les molestan.  

El neoliberalismo, con estos nuevos protagonistas, ha dado un impresionante salto cualitativo, cristalizando en una endiablada mixtura de anarcocapitalismo, neofascismo y neoimperialismo. El primero, el anarcocapitalismo, aporta la desregulación extrema de los mercados y la desaparición de las instituciones que contribuyen a frenar sus fallos y excesos destructivos: desde las leyes para frenar el cambio climático y detener la explotación humana a las destinadas a preservar los ahorros, los derechos de los consumidores o  la competencia empresarial. 

El segundo, el neofascismo, sacude los cimientos de la democracia, convirtiéndola en algo  instrumental para, mientras resulte necesario, legitimarse internacionalmente. Una disimulada reconversión que agrieta la solidez de las leyes, las libertades y la justicia para que sean maleables y no se interpongan en el camino de los nuevos todopoderosos. Un neofascismo que se transforma en ariete contra los derechos humanos de los inmigrantes; una pieza de caza política con la que exacerbar el miedo de los trabajadores nativos: “los otros”, los de los cayucos y las espaldas mojadas, son los que amenazan los puestos de trabajo y el nivel de los salarios. 

Se oculta, sin embargo, que algunas de las grandes tecnológicas hunden los sueldos, allá donde se implantan, por su monopsonio sobre la demanda de trabajo; las mismas que manejan prácticas comerciales monopolistas o pagan miserias sin derechos laborales a contratados africanos que realizan las tareas más ingratas del  negocio digital. Las que están desmontando los filtros para evitar la intrusión de los mensajes de odio y de las mentiras en las redes sociales: ¿para qué, si es lo que les conviene? ¿O es que acaso la manipulación masiva se ha fundamentado alguna vez  sobre la verdad? 

En cuanto al neoimperialismo, bien que lo ha formulado, sin el menor rubor, el propio Trump: el derecho internacional ha pasado a ser para los débiles porque él, desde su atalaya inalcanzable, vislumbra una América que no será grande por sus logros humanitarios y pacificadores sino porque, literalmente, se convierta en el país más grande del mundo. Canadá, Groenlandia, el Ártico y Panamá son algunos de los objetivos de la nueva doctrina expansionista.

Frente a este tipo de personajes, simpatizantes de la crueldad y la destrucción, despierta admiración la lectura de las memorias de Angela Merkel cuyo título, “Libertad”, contiene antídotos contra la manipulación que el circo trumpista hace de un concepto tan noble. Merkel, canciller de Alemania durante 16 años, ha sido artífice de la construcción de la Unión Europea (UE) y una coherente europeísta convencida de la necesidad de una Europa fuerte e inclusiva. Es cierto que, desde la perspectiva mediterránea, Merkel fue más allá de lo admisible, -y ella muestra ser consciente de ello-, con la dolorosa medicina aplicada, durante la Gran Recesión, a los países abatidos por sus necesidades de apoyo financiero. Sin embargo, a raíz de la COVID, y desmontando sus anteriores dogmas, fue animadora de la mayor reacción cooperativa contra la debilidad económica que ha conocido el continente.

De los anteriores claroscuros emerge la imagen de una mujer fiel a sus principios democristianos y a la lectura racional y humanitaria (según el Diccionario de la RAE, aquella persona “que mira al bien del género humano”) de los nuevos fenómenos que han emergido con particular intensidad en el siglo XXI.  Merkel ha gobernado con socialdemócratas, verdes y liberales, además de sus hermanos socialcristianos de Baviera, excluyendo de sus coaliciones a la extrema derecha neonazi de la AfD. Tras la catástrofe de Fukushima supo leer, contra las presiones de fuera y dentro de su partido, las preferencias ciudadanas; de este modo decidió no retrasar el cierre de las centrales nucleares alemanas. Fue ya activa, antes de ser canciller, en la impulsión de objetivos de descarbonización y lucha contra el calentamiento global. En un momento de extrema crisis con los inmigrantes sirios que se agolpaban en las fronteras  europeas, les abrió las puertas de su país en lo que fue el mayor acogimiento de refugiados que se ha producido en la Europa del siglo XXI. 

El partido de Merkel, la CDU, forma parte del Grupo Popular en el Parlamento Europeo. El mismo al que pertenece el Partido Popular del president  Mazón.  Una coincidencia que, más allá de las razones tácticas, reafirma la convicción de que existen diferentes tipos de conservadores.  Y, por lo visto hasta ahora, el del president de la Generalitat se encuentra más cerca del exhibido por Trump que del asumido por Angela Merkel. Algunos ejemplos tenemos de ello: el velocísimo pacto con la extrema derecha, -el primero que se produjo en las comunidades autónomas tras las elecciones-; su reclamo de una moratoria en el cierre de las centrales nucleares; la eliminación de los nuevos impuestos sobre emisiones de CO2, en plena emergencia de una DANA influida por la acumulación de este tipo de gases; su ley para la simplificación, que reduce la distancia al mar de los hoteles y deja en manos de los ayuntamientos pequeños la declaración de inundabilidad del suelo cuando, por su tamaño, son los más débiles ante los grupos de presión urbanística…

Añádase a lo anterior la destrucción del tejido institucional preexistente, -la Agencia Valenciana de Innovación, la gestión del IVAM, la caprichosa e irresponsable eliminación de la recién creada Agencia Valenciana de Emergencias y la degradación de su rol institucional al realizar, como presidente del Partido Popular, el casting para la elección del director/a de A Punt el pasado 29 de octubre: cómo vamos a confiar en que, según afirma la nueva ley de la radiotelevisión valenciana, “el modelo que se desarrolla en esta ley es plural … para que, de manera permanente, se recojan las diversas sensibilidades sociales, tanto mayoritarias como minoritarias, sin discriminación por motivos ideológicos, políticos o de otra índole”. Y, last but no least, imita al señor Camps tras el accidente del  Metro de València al esquivar reunirse con los familiares de las víctimas de la DANA; pero, ¿de verdad necesita que, para hacerlo, se lo tengan que pedir?  ¿Hasta ahí llega su arrogancia, o lo que sea, mientras los alcaldes dan la cara?

Las anteriores son decisiones y actitudes que no encajan en la Merkel decente, digna y humanitaria, votada mayoritariamente por los alemanes en cuatro ocasiones; por el contrario, el señor Mazón se aproxima a la figura de un Donald Trump soberbio, alejado de la empatía, mentiroso compulsivo y partidario de una democracia kleenex al servicio del dinero como argumento principal del poder. Frente a ello, Merkel deja bien clara su posición: ·la política está por encima de la economía porque no es la empresa, sino el Estado, el responsable del bien común.