Me prometí no volver a escribir ninguna línea sobre la situación social del Valencia CF. La he incumplido. Pensé, incrédulo de mí, que tras la mega operación bursátil celebrada en el año 2014, con cónclave incluido, finalizaría el intervencionismo político sobre la gran institución que pesa sobre el césped de Mestalla. En aquel momento estaba en la reserva. Con la blanca. En actitud pasiva. Había dejado de militar en el año 2001 de las gradas del viejo Mestalla. Me echaron. Aunque cada diumenge, esporádicamente, lo seguía visitando al lado de mi padre y su compañero de fatigas, su gran amigo el riojano de José Félix. ¡La domenica al estadio! rezaba una letra de los hinchas de la Sampdoria.
Me convertí en un tribunero, en un viejo cascarrabias, sin transistor y sin auriculares. Mi padre murió. Tras su marcha, me fui a casa. Al salón. El deporte rey pasó a la cola en la lista de la cesta. Desde la misma manera que un presidente, cuando el fútbol era fútbol, lo tiraba el populacho, sin ser el epicentro de una pañolada o del insulto fácil. Soy del Valencia lo reconozco. Vuelvo a escribir e incidir sobre la situación que se vive en la opaca y poco transparente entidad de Mestalla. No es grata. A nadie le gusta.
Volví a la escena en el tiempo del traspaso accionarial de la Fundación al mago de Oriente. Me dolía mucho pensar que un Club forjado desde las entrañas y cenizas de la Bajada de San Francisco acabaría desnaturalizándose. Así ha sido. A los hechos me remito. Pese a intimar con la leyenda del Bronco y Copero. Sin olvidar que ciertos personajes populares indirectamente hicieron mucho daño al Valencia en una etapa que bauticé como la de la “Generación del Bogavante”. Los amos del ladrillo se apoderaron del control absoluto. Antes lo había hecho el del equipasso acabando en un batacasso.
Recuerdo muy bien el proceso de venta. Una entidad financiera dirigió la operación. No hubo acceso en un primer momento al contrato que se firmaba con Merlín. Y me contesté a mí mismo a unas declaraciones de una política valenciana que cuestionaba la esperpéntica y endeble situación de la mole de cemento afincada en Cortes Valencianas. La respuesta estaba muy cerca, en su mismo partido. De aquellas tardes de reunión que ocupamos el monumento a la afición, a lo más, un centenar de valencianistas lo único provechoso fue volver a vernos muchos de nosotros con una cerveza de más y acompañarnos en el duelo. Fue una quijotada. Lo intentamos. No salió nada. Solo nos quedará el recuerdo de aquel principio de mayo del 2014. Aquella fracasada revolución valencianista que por fin, por lo que sigo en los medios, ha despertado. Estoy ilusionado como un niño por el trabajo que están haciendo. Tengo esperanza. Por las protestas. Por ir contra una propiedad que nos está conduciendo al precipicio de la autodestrucción sentimental, aunque somos más fuertes que ellos. No es oro todo lo que reluce. Pero, siempre hay un pero, y esta semana el Valencia ha vuelto a la tribuna política. El senado, perspicazmente, no como en el pasado y sumándose a la marea que corre en contra de Meriton, ha sabido dar con el dardo en la diana. Obteniendo una respuesta poco acertada del tribuno que gestiona el Valencia CF. Ya no hay hechizo que valga para revertir la situación. Tengo mis dudas sobre la buena gestión del futuro Príncipe. Y suscribo al 100% las valoraciones de Ximo Puig. Se necesitan gestos. Se requieren acciones. Lo de la ATE cansa. ¡Peter, suelta los duros!