VALENCIA. La relación maestro-aprendiz es uno de los principales transmisores de conocimiento. En este país, la dualidad del mercado de trabajo distorsionó notablemente este material conductor ya que, de repente, resultó que los aprendices ya no esperaban poder convertirse en maestros.
En las empresas, en las instituciones públicas (que directamente ni contrataban), los jóvenes veían eternizada su precariedad. Sin la intersección de colaboración y competencia las relaciones maestro-aprendiz no eran completas.
La universidad, teóricamente el templo de la investigación, el análisis y el debate, ha llevado al extremo la dualidad. Los jóvenes investigadores y doctorandos tienen muy difícil conseguir la posición de sus supervisores que, ante la ausencia de amenazas, ejercen de tutores con cierta condescendencia. No estoy criticando a titulares y catedráticos, estoy haciendo una valoración estructural más que un análisis de los comportamientos individuales.
Pienso que la universidad funciona mejor cuando los investigadores de distintas generaciones, los alumnos y profesores, debaten y trabajan en un plano más horizontal. Mi Facultad de Economía, la de la Universitat de València, que este año cumple 50 años, debe mucho a la figura de Ernest Lluch. Ernest Lluch, en sus clases, pero probablemente más en los encuentros informales de debate con sus alumnos, les inoculó el virus de la investigación y el pensamiento críticos. Muchos de ellos luego formaron el núcleo duro de la Facultat. Eran otros tiempos.
A pesar de que esa horizontalidad ha desaparecido (es muy simbólico que en la Facultat d’Economia los despachos de los docentes y las aulas de los alumnos estén en edificios separados) he tenido el privilegio de tener maestros, que dentro y fuera de las aulas han sabido transmitir su talento, han tenido siempre la puerta abierta de sus despachos y han discutido en pie de igualdad argumentos y métodos. Vicent Soler, Ernest Reig, Joan Romero, Pau Rausell y Josep Sorribes, entre muchos otros, han sido claves en mi crecimiento académico e intelectual.
Pero si hay alguien que merece que lo llamen Mestre, con m mayúscula, es Josep Sorribes. Josep Sorribes, profesor de Economía Urbana, jefe de gabinete de Ricard Pérez Casado y por tanto uno de los impulsores de la trasformación de esta ciudad, es la persona que más sabe de València, entendida siempre como la ciudad metropolitana, de su estructura urbana y productiva.
Josep es el puntal de la escuela territorial valenciana (así la llamaban unos colegas de Barcelona que miraban al sur con cierta envidia al ver nuestra productividad en el punto de encuentro académico entre economía y territorio), junto al conseller Vicent Soler, Josep Vicent Boira, Joan Romero o Rafa Boix. Y, hoy en día, el peso del territorio en las ciencias sociales es más importante que nunca.
Excedería el espacio de este artículo describir los textos más relevantes de la carrera de Josep. Para que os hagáis una idea, en los últimos años ha editado el manual “La Ciudad: economía, espacio, sociedad y medio ambiente (Tirant Lo Blanch, 2012)”; ha impulsado el espacio de debate e investigación Aula Ciutat; ha publicado “Valencia 1940-2014: Construcción y destrucción de la ciudad (PUV, 2015)”, un libro esencial y doloroso para entender la relación entre desarrollo inmobiliario, especulación y poder político en Valencia; ha organizado el 2º Congreso de Historia de la ciudad de Valencia (2014) del que el próximo 5 de julio se presentan los dos tomos de su edición en papel y se ha vuelto a recorrer el País Valenciano de dalt a baix junto a Nèstor Novell, explicando su red de ciudades en una serie de artículos que próximamente se convertirán también en un libro.
En la oficina de Josep siempre ha habido espacio para sus alumnos, discípulos y amigos, y también para sus cachivaches comprados en el rastro. Ha sido capaz de ver el talento en muchos que no confiábamos en nosotros y ayudarnos a llegar donde estamos ahora. Pienso en Jorge Galindo, David Estal, Víctor Pons, Alma Porta, Joan Sanchís, Chema Segovia, Luís del Romero, Sela Andreu, Rafa Porcar o Rafa Boix. Josep no solo nos ha enseñado. Tiene la virtud, perdida en muchos otros, de seguir aprendiendo y cambiar de opinión.
Dicen las formalidades que Josep Sorribes se jubila ahora que acaba este curso. Aunque de eso me río, yo que conozco todo lo que tiene entre manos.
Gràcies mestre, ens queda molt per treballar.