“Y llegado aquí he dicho que hay que aceptar el conflicto como tal y vivir de él”. La frase no pertenece al histórico de exabruptos proferidos de la cuenta personal de Twiter de Robin de Bruselas, sino al exhumado legajo literario del elixir bucal de moda, Miguel de Unamuno. Antes de comenzar la columna, felicitar a Javier Cercas, triunfante premio Planeta 2019, y sucesor en el trono del valenciano Santiago Posteguillo, vencedor del anterior certamen literario con la obra –Yo, Julia- La noticia literaria apenas ha trascendido siendo totalmente eclipsada por la pólvora desatada en Catalunya por el resultado de la sentencia del Alto Tribunal.
Entristece observar desde la distancia la panorámica manifestación pirotécnica de una Catalunya encendida. Barcelona huele a gasolina, en llamas, teñida de revueltas, la ciudad de Antonio Gaudí se ha convertido en una hoguera monumental, apoderándose el fuego de los preciosos atardeceres de los paisanos de Josep Pla. La dolorida situación recuerda a los actos vandálicos perpetrados por los gamberros de turno en una Barcelona vilmente saqueada, cuando la escuadra de Lionel Messi se alzaba con algún titulo. La clase política española tiene la captura que buscaba, el apedreamiento a la convivencia, imagen pixelada de una masa joven bruta e inconsciente, provocando acidez, malestar y somnolencia por la violencia gratuita desatada en el territorio catalán.
Me es imposible digerir la gestación de un nuevo parto en el amplio marco de la Unión Europea. No es necesario, ni es el momento. Ni Catalunya es Gaza, ni España es Israel, la única franja existente es la herida abierta ente Estado y Generalitat después del 1-O. La periferia española insiste en dejar de pertenecer al selecto club del ostracismo, ni rendir cuentas al Estado, ni pleitesía a la Corona. Existe un precedente anterior al catalán, lo viví con especial atención, el desafío soberanista llevado a cabo por el Lendakari Ibarretxe. Gobernaba el tejano, aquel mandatario que chapurreaba el catalán en la intimidad fue respaldado por el bipartidismo parlamentario español, cerrando filas en torno al “NO”. Euskadi sigue en el mapa político-geográfico español. .
Me aburre el vigoroso discurso de un exultante independentismo perpetuado en la ramplonería de un victimismo crónico. Irracionalmente, un visible sector de la sociedad catalana domina el lenguaje de la exclusión. Internacionalizar el concurso, conseguir a base de una paciencia radical el ansiado premio del sello republicano. Víctimas de lo supremo, los políticos catalanes no han sido condenados por una sentencia dictada por el Alto Tribunal, sino por la suma creencia en la esclava divinidad de poder encañonar a las normas básicas de la convivencia regateando a su antojo a las reglas del juego.
Achicar a la población a una República en base a mitos, leyendas o hechos históricos desfigura la epidermis catalana. Y convertir la facha urbana de Barcelona en una cruzada medieval por los JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) es volver a la prehistoria. El invento de la burbuja soberanista es producto de una ancha generación resultante de la factoría de una modernidad líquida, tatuada por el leimotiv de una guerra tribal de símbolos. Sorprende que por lo que realmente afecta a las vidas diaria de los proscritos, pensiones, condiciones laborales, violencia doméstica no se manifiesten con tanta efusividad.
Trascendental o no, el próximo 26 de octubre se disputaba el clásico. Aplazado por motivos de seguridad, el partido no debe servir de escudo humano al independentismo. El nacionalismo es potente porque no escucha a la inteligencia, se subordina a los sentimientos. Externalizar el encuentro rebajará la tensión vivida estos días. De ser así mataremos dos pájaros de un tiro, devolviendo la pelota a nuestros colegas argentinos y satisfaciendo los deseos personales de Javier Tebas celebrando un partido de la liga Santander fuera de nuestras fronteras. Y, termino el asunto que nos atrae con una reflexión personal relatando y resaltando la visita de un poeta a otro, de un español a un catalán, de José Luis Panero a Joan Vinyoli. “Según parece lo visitó en su casa de Barcelona, conversando en armonía tan civilizados, bebiendo whisky, uno hablaba en catalán y el otro respondía en español.