VALÈNCIA. Sí, ha regresado. O quizás es que nunca llegó a irse del todo. Siete años después de su gira de despedida Bye, Bye Ríos, Rock hasta el final, Miguel Ríos (Granada, 1944) vuelve a embarcarse en un ciclo de conciertos que le traerá a la capital del Túria el próximo 29 de septiembre. Y en este caso, no llega precisamente solo, sino que lo hace acompañado tanto por su banda Los Black Betty Boys como por una orquesta sinfónica compuesta por 50 músicos y dirigida por la batuta de Carlos Checa. El germen de este nuevo espectáculo se encuentra en un concierto que Ríos realizó en 2017 en la Alhambra junto a la Orquesta Ciudad de Granada y que formaba parte del Festival Internacional de Música y Danza de la urbe andaluza. De ese directo surgió el álbum Symphonic Ríos (Universal, 2018). Pero no era suficiente con tener un nuevo trabajo en el mercado. Una vez más, el veneno de las bambalinas había sido inoculado en un creador que lleva desde 1962 dedicado al oficio de la voz. Más de cinco décadas inundando sus discos de historias que hablan por igual de los anhelos amorosos y las injusticias; de la alegría de vivir y los abusos de poder. A raíz de ese primer encuentro empezó a brotar un calendario de citas para escuchar en vivo al autor de temas que han marcado la vida de varias generaciones, como El río o Todo a pulmón. De hecho, antes de arribar a València el rockero ha pasado ya por urbes como Barcelona, Madrid o Santander, entre otras.
Entre violoncelos y guitarras, el artista llega a la Plaza de Toros - coso en el que ya celebró un multitudinario concierto en 1982- para revisitar los grandes éxitos de su carrera a golpe de fusión rítmica. Un espectáculo, Symphonic Ríos, que él mismo define como “un premio a los trienios acumulados” en su trayectoria. ¿El objetivo? Reivindicar que los sonidos del rock, esos que le convirtieron en un icono cultural del siglo XX en España, tienen la misma entidad que cualquier composición de Debussy o Chopin. Para ello, el artista cuenta con arreglos sinfónicos creados ad hoc por Alejandro Terán, Gustavo Gregorio, Josep Mas Kitflus, Joan Albert Amargós y César Guerrero. El repertorio de Ríos se rinde así a una técnica -trasladar al terreno sinfónico temas de otros géneros considerados más informales- que ya ha sido adoptada con éxito por grupos tan dispares como Metallica o Antònia Font. Hablamos con el granadino días antes de su aterrizaje en el cap i casal para descubrir qué buenas nuevas les tiene preparadas a los hijos y los nietos del rock&roll. Bienvenidos a esta entrevista.
-Regresas a los escenarios siete años después de tu gira de despedida. ¿Es este ciclo de conciertos una demostración del dicho popular ‘nunca digas nunca’?
-La verdad es que no quiero que digan que me retiro más que el torero Antoñete, me niego a ser el Antoñete del rock, jajaja. Me despedí de los escenarios, es cierto, pero he vuelto porque, como decían en El Padrino, “me hicieron una oferta que no pude rechazar”. Tras haber dicho adiós, tuve un primer regreso con la nueva travesía de El gusto es nuestro en la que pude reencontrarme con mis compañeros Ana Belén, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat; luego surgió la posibilidad de este tour, que permite que mi propio repertorio se vista con ropas nuevas. Además, no se trata de una gira intensa con actuaciones todos los días, como hacía antes, sino algo más esporádico y adaptado a mi edad.
-Parece que el escenario tiene algo de adictivo.
-Algo no, es una adicción absoluta. Sobre todo cuando te encuentras bien: cuando llegas a las notas, cuando no tienes que bajar los tonos de las canciones y te ilusionas con oír tus temas de una forma diferente a como los has escuchado en los últimos 40 años. Esas cuestiones realzan todavía más la innegable atracción que generan los directos, para los músicos es como el lugar del recreo.
-¿Qué retos supone desde un punto de vista artístico esta mezcla de ritmos sinfónicos y rockeros?
-El verdadero objetivo es intentar que este nuevo estilo no vaya en detrimento del espíritu de las canciones. No hay que dulcificar un tema porque lo toques con 50 músicos, sino todo lo contrario: hay que potenciar la parte rítmica de las canciones, aquello que las hace más representativas y conseguir que su esencia siga flotando por encima de cualquier tipo de vestimenta. Los arreglos, cuando son buenos, lo que hacen es aumentar la emocionalidad de las canciones, y eso lo hemos conseguido.
-Según has comentado en alguna ocasión, se trata también de una forma de revestir al rock del mismo prestigio que tiene la música clásica. De reivindicar su propia entidad.
-Exacto, lo que más me atrajo de la invitación del Festival de Música y Danza de Granada es esa visión de que la música popular también puede convertirse en clásica. Todo lo que se ha colocado en el altar de la llamada ‘alta cultura’ ha emanado primero del pueblo. Con este proyecto, probamos que el rock, una música que nació para conmocionar al mundo, sigue manteniendo el pulso. Hay mucha investigación ya hecha que equipara las dos músicas: no debemos caer en el desprecio de una música por otra, hay que apostar por la música en sí, independientemente de su apellido circunstancial.
- ¿Eres de los que creen que la música no está formada por compartimentos estancos, sino que unos sonidos se conectan con otros?
-De hecho, el rock nació como una mezcla de sonidos: del blues, el gospel, el country…Surge por un mestizaje brutal en una época en la que la segregación racial estaba muy patente. La música fue lo primero que aunó todo y el rock en ese sentido ha sido el gran pasaporte. Es más, pervive también por esa mezcla.
-Para alguien con tantísimo repertorio como tú, ¿resulta complicado seleccionar las canciones que vas a tocar en cada concierto? Al menos, más que para alguien que cuente con solamente dos discos en el mercado…
-Siempre resulta difícil preparar una setlist, porque, de un modo u otro, dejas fuera trozos de tu propia creación, algo que da pena. Pero hay que tener en cuenta siempre el bien mayor: satisfacer a tu público. Cuando introduces cortes de tus trabajos nuevos, canciones no conocidas, notas cómo la gente se dispersa un poco, porque van a los conciertos a disfrutar ellos, a cantar y ser parte de una comunión colectiva. Con una orquesta sinfónica te obligas también a tocar temas simbólicos, por ejemplo, Santa Lucía o el Himno de la Alegría no pueden faltar. Otras canciones, que precisamente por su composición no las he tocado en otras giras, por ejemplo, Reina de la noche, entran en este tour porque se adaptan a la perfección al tipo de sonido que hemos preparado.
-La mezcla de ritmos sinfónicos y rock también es una oportunidad para explorar los recovecos de canciones que llevas años y años interpretando.
-Eso es mérito, esencialmente, de los arreglistas. El paso más necesario es conseguir al arreglista adecuado para ese tipo de música, ir buscando hasta encontrarlo. Han sido ellos los que han conseguido encontrar esos matices sinfónicos que pueden tener los sonidos rockeros.
-A lo largo de tu carrera, has apostado siempre por un arte comprometido.
-Yo he hecho siempre canciones que contaban la realidad, podemos llamarlo compromiso sí. Mira, en 1983 escribí el tema En la frontera, que es un alegato en contra de esos espacios aislacionistas y restrictivos. Formaba parte del disco El rock de una noche de verano y en su momento no fue especialmente exitosa, no fue de las más radiadas, pero ya entonces había un problema al respecto. Ahora se trata de una canción que está todavía más de actualidad. A los países del Primer Mundo nunca les ha gustado tener pobres a sus puertas. Me parece una desfachatez que Europa ahora intente poner trabas a los ciudadanos de esos países a los que esquilmó durante el colonialismo en lugar de lanzar programas de desarrollo in situ.
-¿Crees que el rock actual es menos transgresor que el originario?
-Para nada, de hecho gente joven como Vetusta Morla o Quique González están abordando temas políticos de plena actualidad. Sí pienso que hubo una época en la que quizás la escena se fue relajando mucho y empezaron a tratar tema más intimistas, otras preocupaciones de tipo estético o emocional. Pero ahora se ha vuelto a una música con mensajes explícitos sin caer en el panfleto.
-Quizás, como comentabas, En la frontera no fue un gran éxito, pero hay otra muchas canciones tuyas que han trascendido a tu figura como artista y se han convertido casi en himnos vitales para algunos de tus seguidores.
-Es que la música la haces y luego tiene una vida propia, empieza a viajar por mundos donde tú no tienes mucho que decir. Afortunadamente, escapan de tus manos y eso es lo bueno de la creación: no es un territorio finito, que tú terminas y la canción es lo que tú has hecho. No, no, no: la canción es lo que la gente interpreta, las adherencias que se le van incorporando a esa melodía y a ese texto. Esa adaptación a la intrahistoria de cada uno es lo transcendente de nuestro trabajo, que va más allá del entretenimiento. El sentido último de mi esfuerzo es el público, esa gente que es capaz de escuchar un concierto de dos horas bajo la lluvia con un paraguas en la mano. Es eso lo que te mantiene en pie y lo que te hace salir al escenario a una edad como la mía, también lo que te hace cuidarte la voz y ensayar casi todos los días, algo que es bastante aburrido, pero sabes que es la única forma de mantenerte en forma.
-Sigues apostando por la música en un momento en el que esta industria no está especialmente boyante…
-Bueno, los jefes de la industria se mantienen siempre a flote, son como corchos. Los que no están tan boyantes son los músicos, al final el eslabón de la creación es el que menos recibe. Somos como los labradores, que cultivan una pera y al final el que más margen de beneficio se lleva es el que la pone en el mercado. Al que construye la canción se le considera una pieza menos fundamental, pero en realidad es el fundamento absoluto. Afortunadamente, la gente joven que está empezando se está sabiendo adaptar a los nuevos tiempos. Ahora triunfan muchos artistas que no hubieran tenido posibilidades de salir con una gran compañía o que, si hubieran salido, sería para convertirse en loros repetidores de status ya formados. Pero estamos viendo a una generación que ha encontrado su propio camino y subsisten: hay más músicos que nunca, mejores bandas que nunca, mejor creación que nunca…Y lo demuestran cuando van a tocar a los festivales y se encuentran allí compitiendo con tipos que pertenecen a países en los que no ha habido menosprecio por la música. Vienen grupos ingleses o estadounidenses y los chavales españoles tocan a su lado y nadie dice que sean peores que ellos.
-Y todo eso a pesar de la precariedad laboral que existe en el sector.
-Es que precariedad y música son la misma palabra, desde hace años van juntas de la mano. Pero bueno, yo ya no estoy en primera línea y veo toda esa situación un poco desde la barrera, afortunadamente. Por lo menos, lo que siento es que la nueva hornada de artistas viene con mucha fuerza.
-¿Crees que este tour es realmente el punto final de los finales o te plantes nuevas experiencias ahora que ya has vuelto a los escenarios?
-Con la fama que estoy cogiendo, si me marcho y vuelvo voy a sembrar todavía más el desconcierto entre mis seguidores, que no entenderán qué me está pasando. No lo sé, la verdad. En este caso, he regresado para una cuestión muy específica, no creo que vuelva a hacer material nuevo, canciones nuevas. No creo que tenga las energías y el talento suficientes ahora mismo para ponerme otra vez a escribir. Hace unos días, preguntaron en una entrevista a Eduardo Mendoza por el futuro y dijo “Mi futuro ya está a la espalda”. Yo creo que me pasa un poco lo mismo, el futuro ya está a la espalda, pero el presente se vive con toda la intensidad, no me cabe la menor duda.