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VOL 6. UNA RADIOGRAFÍA AL COMERCIO MÁS TRADICIONAL

Mislata: el comercio de siempre resiste al coronavirus

Recorremos diez municipios de la provincia de Valencia para que sus comerciantes nos cuenten cómo han enfrentado la crisis del coronavirus. Cada miércoles y sábado un nuevo episodio

15/07/2020 - 

VALÈNCIA. La avenida Gregorio Gea es el centro neurálgico de Mislata. Aquí se concentran la inmensa mayoría de los comercios que dan servicio al municipio, llenando de alegría las calles y las vidas de sus gentes. Hablamos de un municipio que ha crecido mucho en los últimos años y que, además, lo ha hecho de una manera muy curiosa: es una de las ciudades europeas con más densidad de vecinos en sus escasos dos kilómetros cuadrados.

Sin embargo, ni la cercanía con la capital ni el crecimiento exacerbado de la población han podido acabar con uno de los ingredientes más puros de los pueblos: el comercio local. Algunos de estos establecimientos han sobrevivido durante décadas al paso del tiempo, al cambio de modelo social y, por qué no, también a las diferentes crisis económicas que se han sobrevenido. ¿La última? Es bien conocida por todos: el coronavirus.

¿Cómo han afrontado los comercios tradicionales de Mislata la emergencia sanitaria? ¿Qué es lo que han hecho para mantenerse a flote? ¿Cuál es el truco de la supervivencia y de la longevidad? Cinco de ellos nos cuentan sus secretos.

Óptica Palomera: tres generaciones de vista clara

El padre de Antonio abrió la Óptica Palomera en el año 1954, cuando el pueblo de Mislata no era más que un pequeño conjunto de casas en medio de la huerta. La situación era tal que, por aquel entonces, ni siquiera existían los bajos comerciales: el precursor tuvo que instalar su nuevo negocio en un patio de vecinos. Y allí fue donde durante muchos años desarrolló su actividad, centrada única y exclusivamente en la óptica.  

“Él había aprendido el oficio en una empresa alemana que estaba en la Plaza del Ayuntamiento de València”, explica Antonio con mimo. “En aquella época, lo habitual era que este tipo de negocios se dedicasen a más cosas aparte de la optometría, como por ejemplo la fotografía. Pero mi padre no. Él había aprendido de los alemanes”, bromea. “Por eso, desde el principio se especializó en graduar la vista y hacer gafas. Nada más”.

Con el paso de los años, la Óptica Palomera por fin pudo permitirse un local. El crecimiento de Mislata estaba en pleno auge, y las nuevas necesidades de la ciudadanía hacían indispensable un servicio como el suyo. Fue en este contexto cuando Antonio se incorporó al negocio: “En los tiempos de mi padre, no existía la enseñanza reglada en el campo de la óptica. En los míos sí, y por eso decidí sacarme la diplomatura”, explica. Un esfuerzo que deja bien patente su deseo y compromiso por seguir los pasos del fundador.  

Ahora, son sus hijos quienes han hecho exactamente lo mismo por él: un óptico y un ingeniero serán el siguiente relevo generacional de la Óptica Palomera. ¿El secreto para aguantar tantos años? “Que te guste tu profesión, dar un buen trato al cliente y ganarte su confianza. Así es como te labras la fama en el pueblo y, al final, consigues que te sea fiel”, declara Antonio sin dejar lugar a la duda.

En cuanto al coronavirus, se muestra ligeramente sorprendido: “Pensábamos que iba a ser peor. Durante los meses de confinamiento, tan solo atendíamos emergencias y nuestra facturación bajó el 10%. Pero la vuelta ha sido también muy fuerte, y nos estamos recuperando. Habrá que ver qué pasa más adelante para hacer una valoración”, concluía.

Centro de formación TAME: el imperio de la enseñanza en Mislata

El centro de formación TAME nació del sueño de un matrimonio de profesores: “Al principio solo veníamos por las tardes, porque cada uno tenía su trabajo”, explica ella, mientras vigila el comportamiento de sus alumnos en la escuela de verano. “Sin embargo, el negocio comenzó a crecer y al final tuvimos que tomar la decisión más importante de nuestras vidas: dejarlo todo para centrarnos en el proyecto”. Y así es como una pequeña academia de barrio se acabó convirtiendo en un imperio de la enseñanza.

“Abrimos en 1979 con cursos de mecanografía y taquigrafía”, comienza, humildemente. Pero la evolución y el crecimiento que esta escuela ha experimentado a lo largo del tiempo es, cuanto menos, impactante: “En 2005, recibimos la certificación de centro de Formación Profesional privado, con clases para grado medio y superior. También somos una de las sucursales más grandes del SEPE y del LABORA, con más de 150 cursos aprobados para desempleados. Y además podemos expedir títulos de inglés”, enumera. 

Actualmente, sus especialidades son este idioma extranjero y la informática. Todo ello impartido por 17 profesionales de cada una de las ramas. En cuanto a las edades, empiezan a los tres años y acaban donde el alumno quiera poner el límite. Un impresionante currículum que, desde luego, nos deja con las ganas de preguntar: ¿cuál es el secreto para un éxito tan arrollador? En TAME lo tienen claro. “Trabajar mucho, no tener horarios y que te guste mucho lo que haces”. No hay más ingredientes.

Sobre el coronavirus, reconocen que lo han notado mucho: “La enseñanza reglada se ha seguido dando por videoconferencia porque era nuestra obligación, pero el resto no ha llegado ni al 20% de lo que debería haber sido”, lamentan. “Esperemos que no haya rebrotes, porque sabemos que hay muchos padres a los que no les gustan las clases por Internet”. Y es que, aunque ellos ya estaban bien adaptados a las TIC, la última palabra la tiene siempre el consumidor. “Al ser un centro especializado en informática tenemos muchos medios, pero aun así estamos preparados para una caída en la matriculación”, apuntillan.

Cortinas Vamar: decoración con personalidad

Hace 31 años, Paco y Lola abrieron con gran ilusión su tienda de cortinas. Juntos, hacían un tándem perfecto: ella cosía y él era mecánico industrial. Así vivieron y trabajaron durante muchos años, hasta que finalmente Paco se puso enfermo del corazón y no tuvo más remedio que retirarse: “Yo estoy con él en la tienda desde que tengo quince años”, explica su hijo, que ha sido el encargado de recoger el testigo.

Ahora él es quien regenta el negocio, con la ayuda de una empleada. “Yo salgo por ahí a hacer las instalaciones y ella es la costurera. Todo lo que sale de aquí está hecho a medida, no vendo nada prefabricado”, relata con vehemencia. Y es, precisamente ahí, donde se encuentra el secreto de su supervivencia: “Me diferencio de las grandes superficies en muchas cosas, pero la más importante es el trato personalizado. Aquí puedes venir y diseñar tus propias cortinas. Si no sabes cómo, te asesoramos en todo lo que haga falta. Y una vez las tienes te las instalamos”, enumera.

Es esta dedicación prácticamente devota al comprador lo que ha mantenido su persiana abierta durante más de tres décadas, y lo que a día de hoy todavía sigue atrayendo clientes. Incluso a pesar de la pandemia: “Aquí en Mislata se ha creado un grupo de apoyo que nos está arropando muchísimo. Después de la cuarentena venía gente sin parar”, relata el regente.

“Cerramos durante las dos semanas que fue obligatorio, y la incertidumbre fue horrorosa. Por suerte, nuestros clientes fueron muy comprensivos y entendieron que la situación era compleja. Ahora que hemos vuelto, tenemos mucho trabajo atrasado”, comenta riéndose. Sobre el peligro de trabajar en casas ajenas, una vez más, destaca la responsabilidad de las gentes en Mislata: “Cuando voy a hacer una instalación me reciben con mascarillas, gel de manos e incluso a veces toallas en el suelo para no tener que apoyar los pies. Son muy cuidadosos”, reconoce.

Joyería Las Palmeras: el negocio más bello del lugar 

Dos hermanas se hallan tras el mostrador de la Joyería Las Palmeras: Rosario y Esther. Ellas son la segunda generación al frente de este negocio. “Nuestros padres siempre se han dedicado a la joyería”, explican con un cierto orgullo. En este establecimiento se vende prácticamente de todo, desde relojes hasta piezas de oro. No faltan, por supuesto, los detalles para bebé o la joyería del día a día. Esa que, aunque no tenga un enorme valor económico, nos decora y nos acompaña a cada paso de la vida cotidiana.  

Este es un negocio precioso”, reconoce Esther, apoyada sobre el mostrador transparente que deja ver algunas de sus piezas más lustrosas. Al otro lado de la tienda, su hermana atiende a una clienta curiosa. “Nos encanta estar de cara al público”, añade sin titubear ni un solo segundo. En cuanto a la fórmula para el éxito, tiene varios consejos: “Amoldarte a los tiempos y estar siempre al día de las tendencias. Antes todo era oro, ahora plata y bisutería. También es muy importante tener redes sociales y hacer envíos por Internet. Pero, al final, lo que realmente marca la diferencia es cuidar mucho al cliente”, concluye.

Sobre el coronavirus, Esther es perfectamente consciente de las limitaciones de su negocio: “entendemos que la joyería es un capricho, que no es como ir a comprar el pan”, admite. Precisamente por eso, tiene miedo a una posible recesión económica. Aun así, sus datos del último mes reflejan justamente lo contrario, y arrojan un poco de tranquilidad a esta situación de completo desasosiego: “Hemos estado cerradas durante todo el estado de alarma, tirando únicamente de ahorros. Pero nada más abrir notamos que venía mucha gente. Por una parte lo entiendo y me parece normal: llevamos meses encerrados, la gente tiene ganas de darse un capricho”. ¿El futuro? Eso todavía está en el aire.

Carnicería El Cantó: santuario de lo gourmet

Pepe empezó a coquetear con el oficio de carnicero cuando tan solo tenía doce años. Sus padres se dedicaban a este negocio por cuenta ajena, y no tardaron mucho en introducirlo a él también. “Antes las cosas no eran como ahora, yo he crecido rodeado de esto”, comenta tranquilamente, detrás del mostrador. Sin embargo, él quiso ir un paso más allá que sus progenitores, y por eso fundó su propio comercio: “en noviembre hago 29 años”, explica orgulloso. Su mujer, que trabaja con él, secunda esta alegría.

Todo lo que hay en este establecimiento es artesanal y de elaboración propia, incluido el caldo de cocido que tienen dentro de la nevera, o la variedad de comidas que se ofertan para llevar. El Cantó es, definitivamente, un cielo en la Tierra para los amantes de lo gourmet. “Servicio, calidad, constancia, sacrificio y formalidad”, esas son las cinco palabras que componen la receta de su éxito.

Sin embargo, el coronavirus ha hecho tambalear ligeramente este logro. “Hemos sufrido mucho”, admite Pepe sin edulcorantes. Y es que, el hecho de abrir tan solo por las mañanas le ha pasado factura. Ni siquiera la calificación de negocio de primera necesidad ha conseguido sostener la caída de las ventas en tienda. “Hemos tenido un 50% de los beneficios”, explica. “Antes trabajábamos doce horas al día, pero durante el confinamiento bajamos a cinco. Es normal que la caja se haya resentido”, razona.

Por suerte, el reparto a domicilio pudo salvar los platos rotos de la catástrofe: “Eso sí que funcionó genial. Tuvimos muy buena acogida por parte de la ciudadanía”, explica el carnicero. Sin embargo, en lo que tiene que ver con la captación de nuevos adeptos para el comercio local, no se muestra muy positivo: “La gente que compraba en grandes superficies ha vuelto a hacerlo”, lamenta. Y, ya puestos a ponerse crítico, también tiene unas palabras para las administraciones: “necesitamos más ayuda del Ayuntamiento y de la Conselleria”, denuncia, en nombre de todo el pequeño comercio.

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