València inauguraba este fin de semana la nueva plaça del mercat. ‘La platja’ de Noruega volvía a ser plaza. Lo hacía con sus mejores galas que, en nuestro caso, quiere decir con un sol fantástico. Especialmente valorado tras dos meses al más puro gris y humedo Bruselas. Centenares de personas paseando en torno al Mercat, disfrutando de una perspectiva de la Lonja que era uno de los secretos mejor guardados de la ciudad.
A la vez, otros cientos de personas paseaban por viveros en una ‘Fira del Llibre’ abarrotada de personas que se enfrentan a la que, al menos para mi, es una de las decisiones más complicadas; la de elegir próxima lectura. ‘Càndid’, ‘Una historia rídicula’, ‘Matadero cinco’, ‘Planes para conquistar Berlín’ y ‘Yo vivo’ en mi caso. Mientras tanto, en La Marina había un concierto al que asistir o un festival de arte urbano en el Cabanyal, los ‘runners’ aprovecharían la mañana para correr por el mejor circuito urbano de Europa; el río Turia y, un porcentaje abrumador de vecinas y vecinos de esta ciudad se tomaría en una terraza el vermouth o la cerveza antes, durante o después de cualquiera de estas cosas.
València caminando, leyendo y vibrando. No sé si se puede decir algo mejor de ninguna ciudad. No sé si es una carta de amor, pero como mínimo es una carta de recomendación.
De hecho, el director de este medio, Javier Alfonso recogía en su columna la pregunta ‘¿Por qué València?’ que había dado nombre a una mesa redonda de inversores que habían decidido situarse en nuestra ciudad. La respuesta era calidad de vida y talento.
Es decir que, pese a toda la retórica neoconservadora, lo más inteligente que puede hacer esta ciudad si quiere tener oportunidades de futuro es ser el mejor lugar posible para vivir. No es bajar impuestos, sino que la universidad pública o la formación profesional tenga recursos suficientes y que la ciudad de razones para disfrutarla.
Por eso, resuelta con Volskwagen la pregunta sobre cual será la Ford de esta generación, las respuestas económicas más interesantes están en preguntas sobre peatonalizaciones, jardines, vivienda o cultura. ¿Peatonalizar solo el centro o el conjunto de sus barrios? ¿Acabar el rio Turia con una avenida o con un gran parque? ¿Controlar el precio de la vivienda o volver a fiarlo todo a la mano invisible? ¿Apoyar desde lo público la cultura o fiar su existencia sólo a una cuenta de resultados? Intereses particulares o intereses colectivos. El yo o el nosotros. Lo individual o la ciudad. Elegir bien no sólo es más ético o justo, además es, como hemos dicho, más inteligente.
Eso es lo que nos permitirá diferenciarnos de otras ciudades. Es el ‘algo más’ que se suma al sueldo y que valora el talento. Aunque ese algo más ha de servir para que todas las personas mejoren sus sueldos. Porque una ciudad con calidad de vida sólo es sostenible con altas dosis de igualdad y de eso debería tratar, en mi opinión, el modelo València. De intentar generar un camino colectivo de ciudad en el que vivir bien sea el primer paso para que todas las personas vivan mejor. Parece tautológico, pero no siempre ha estado claro, ni hoy lo está para todo el mundo.
En esta misma ciudad, abierta, mediterránea y viva, las prioridades las marcaba no hace tanto el cuñado de la exalcaldesa a golpe de presunta comisión. Una persona con Franco36 como contraseña o un barco bautizado en homenaje al avión que transporto el dictador. Una familia de las que, como en el caso de los comisionistas madrileños, se probablemente no entienden el porqué ni siquiera han de explicarse ante el común de los mortales. Pero, aunque ser honrado (y demócrata) es ya de por sí suficiente diferencia, no basta. Hay que demostrar también que la ciudad que se propone es mejor que la ‘tangentopolis’.
Por eso, frente al intermitente recurso al pasado, en función de los vientos judiciales de cada semana, que hace la derecha no basta tampoco dejarse llevar. La izquierda valenciana no puede conformarse con ser sólo el lado honrado de la moneda. Quitarse el corset de la corrupción, de la deuda, del descredito ha abierto la puerta de muchas oportunidades, pero hay que cruzarla como ha hecho la Generalitat con la gigafactoria.
Hace falta ganas y valentía para ser transformadores. Liderar la València que viene requiere, al menos, de la mismas ganas y energía que hoy hay en la ciudad descrita al principio de este artículo. Hay modelo y debe haber un liderazgo con el mismo ímpetu que tiene la ciudad. Porque como en su momento hiciera la Barcelona de Maragall, hoy puede ser nuestra ciudad la que marque el momento mediterráneo y del sur de Europa. Puede haber llegado el momento, si queremos, del modelo València que no solo es más ético, sino mejor que el modelo mordida.