El miércoles, en Les Cortes Valencianas, tuvimos el honor de asistir a un ejercicio de indignidad política sin parangón. Mónica Oltra, en lugar de afrontar lo que a todas luces ha sido, como mínimo, una negligencia como un camión, decidió ponerse el mundo por montera y gritar a los cuatro vientos que los incompetentes eran los policías, los fiscales y los jueces intervinientes en la condena a su exmarido por abusar sexualmente de una niña en el centro de menores en el que trabajaba -centro concertado por la Consejería de Políticas Sociales que ella se vanagloria de dirigir-. Ella no. Ella, antaño activista por los derechos de los menores tutelados, ha quedado para representar el puñado de cenizas en el que se ha convertido una izquierda mucho más cómoda con los alaridos que con la responsabilidad que trae consigo el ser elegido representante de los ciudadanos. ¡Y Consejera, nada menos! Ya saben que para los políticos que carecen de vergüenza -dudo mucho que ella tenga el talante moral suficiente siquiera para deletrear tal palabra- la culpa siempre es de otro.
Nunca había podido presenciar un espectáculo tan asqueroso, patético y rebosante de mediocridad como el que nos ofreció esta señora. Unos pocos minutos le fueron suficientes para dinamitar el discurso progre sobre la violencia contra la mujer construido durante años de forma incesante -tan incesante como el caudal de dinero público dilapidado para tal fin-. Evidenció que para la izquierda es condenable y perseguible la violencia contra las mujeres pero siempre dependiendo de la afiliación política o parentesco del agresor. Escenificó su absoluta y rotunda incapacidad de reacción cuando de ponerse frente al espejo se trata. Vamos, que le faltó echarle la culpa a Franco. Nada dijo del informe de su Consejería que, según la propia sentencia condenatoria de ese “ser”, tenía el único objetivo de desacreditar a la víctima -recordemos, una niña que había sufrido abusos sexuales- en lugar de llevar a cabo la principal tarea de los servicios sociales en este tipo de casos: su protección.
La Consejería de Oltra intentó tapar el caso de abusos sexuales a la niña Maite. Lo dice una sentencia. Y ella sigue en el cargo. Apoltronada. Riéndose hacia los adentros de un drama que ha marcado una vida para siempre. Oltra no solo echó tierra sobre el tema sino que, además, no actuó para evitar que se mantuviera al depredador sexual trabajando en el mismo centro en el que se cometieron tan diabólicos hechos. Dejó al lobo al cuidado de las ovejas. La víctima no solo lo fue de un delincuente sexual. Lo fue también de una manera hipócrita y dañina de hacer política. Una manipulación digna de las más tenebrosas cloacas del Estado -como la propia izquierda progre lo llama-. Pero las cloacas son ellos. Por su forma y por su contenido. Porque detrás de una fachada solo hay podredumbre. Sinceramente, no sé que me repugnó más: los balbuceos victimistas de Mónica Oltra o los aplausos cómplices de sus compañeros de gobierno. Son los mismos que votaron en contra de investigar casos de abusos sexuales como el que aquí nos atañe en otros centros de menores. Tienen las manos sucias y son las mismas manos que firman la normativa en materia de educación, sanidad, justicia, etc. Como poco preocupante, ¿no?
Fue tan flagrante lo crítico de la situación que ni siquiera el propio Ximo Puig quiso asistir a la comparecencia de su número dos. No sabemos si por vergüenza, por miedo a verse salpicado (aunque es un poco tarde para ello) o para evitar sumarse a la escenificación de un apoyo ficticio hacia la gran estafa de la política valenciana. Una foto incómoda de la que, sin estar, no logrará huir. El Botánico hace aguas en materia social, económica y, principalmente, en ética. En cualquier país del mundo y, me atrevería decir, en cualquier partido diferente de los componentes del Frente Popular, el político que hubiese cometido tal atentado a la protección del menor estaría en la calle y, más aún, sometido a un aquelarre público más que merecido. Pero la tela de araña tejida por ellos es tan extensa y compleja que todo ha quedado como una simple anécdota en los grandes medios de comunicación. Parece mentira que en España, en 2021, se considere como un comportamiento aceptable el encubrir desde una institución un caso de abusos sexuales a una niña por parte de su cuidador. Que nadie se venga a engaño. Lo dije en la tribuna de Las Cortes y lo reitero en estas líneas: Mónica Oltra permitió que un centro concertado dejara a un depredador sexual bajo el mismo techo que decenas de niños.
Esta es una verdad incómoda, pero alguien tenía que decirlo.