Minkowski selecciona obras de distintos géneros que Mozart compuso poco antes de morir
VALENCIA. El concierto que Marc Minkowski dirigió en el Palau de la Música no fue sólo un monográfico de Mozart, sino que acotó todavía más, seleccionando las obras entre las compuestas durante su último año de vida, 1791. Hasta el bis (Ave verum corpus) se compuso en ese año. Inmediatamente después del Réquiem. Minkowski mantuvo los brazos en alto para impedir los aplausos que empezaban a sonar, y atacó el famoso y conmovedor motete, que no figuraba en el programa. Tampoco quiso aplausos entre las tres obras de la primera parte, ni entre la obertura de La clemenza di Tito y el Réquiem, de tal forma que se constituyeron dos grupos bastante compactos en cada una de las partes. Facilitó con ello su propia concentración y la de los ejecutantes, aunque algunos oyentes se despistaron un poco. Es usual, de todas formas, que no se aplauda entre las composiciones de un mismo autor, especialmente si también son del mismo género (Lieder, impromptus, etc), pero dar el bis antes de que la gente aplauda resultó toda una novedad.
El programa, que venía bajo el epígrafe de “El testamento de Mozart”, quiso lanzar, probablemente, una mirada panorámica hacia los géneros que el músico de Salzburgo cultivó en su último año de vida. Sin embargo, la duración del concierto (unas dos horas) condicionó bastante la selección de las piezas. Así, hubo un recuerdo para las dos óperas que compuso en 1791, pero quedó restringida a un aria de La flauta mágica y a la obertura en el caso de La clemenza di Tito. El concierto para solista estuvo representado por el único que escribió destinado al clarinete, que aquí se tocó con el corno di basseto, instrumento para el que estaba originalmente escrito y que se tocó en su integridad. La música de cámara se situó al principio, con el Adagio y Rondó para armónica de cristal, flauta, oboe, viola y violonchelo. La armónica de cristal es un curioso instrumento inventado por Benjamín Franklin en 1762, que utiliza la sonoridad de unas copas de distintos tamaños superpuestas en sentido horizontal, copas a las que se hace girar mediante un mecanismo accionado por los pies, mientras las manos, un poco humedecidas, las tocan. El sonido es delicado, frágil y casi angelical. Mozart compuso esta obra para Marianne Kirchgessner, una instrumentista ciega a la que también dedicó otro Adagio para el mismo instrumento, pero este sin acompañamiento. No podía faltar, por supuesto el Requiem, la última obra que escribió Mozart y que completó con gran tino su discípulo Süssmayr, ya que el maestro la dejó inacabada.
Minkowski se movió durante la primera parte (que reunió el citado Adagio, el aria de Pamina “Ach ich fül’s, es ist” y el Concierto para clarinete) en una gama expresiva de gran suavidad, con dinámicas casi etéreas, a lo que contribuyó la hipnótica sonoridad de la armónica de cristal, interpretada por el especialista Thomas Bloch, el volumen tenue que dieron a sus pentagramas los otros músicos que intervinieron en la obra (viola, flauta, oboe y violonchelo), la cálida y delicada voz con que Chiara Skerath dibujó a Pamina, la soltura con que Les Musiciens du Louvre manejaron la gama del piano y del pianissimo, así como el precioso sonido, especialmente en el registro grave, que Nicolas Baldeyrou extrajo del corno di basseto. Con todo ello logró Minkowski una atmósfera transparente y serena que permitió al oyente disfrutar del tejido orquestal y las aportaciones de los solistas.
En la segunda parte, Minkowski buscó dar a la interpretación un carácter más dramático, y así sonó la orquesta en la obertura de La clemenza di Tito. También en el Réquiem, para el que contó con el Cor de cambra del Palau de la Música catalana. Los solistas fueron Chiara Skerath, Helena Rasker, Yann Beuron y Yorck Felix Speer, que formaron un cuarteto equilibrado y expresivo. Minkowski ajustó bien todos los intérpretes, aunque al coro le faltó pulir más el empaste de las distintas cuerdas, y el del conjunto con la orquesta. Sí que se logró, sin embargo, la compenetración de ambas formaciones en cuanto al diferente carácter de los números, sabiendo pasar sin problemas del temor a la plegaria, y de lo enérgico a lo contemplativo. Este último aspecto quedó finamente subrayado, una vez más, en el Ave verum con que concluyó la velada.