VALÈNCIA. Las cadenas amigas del Régimen dedican muchos minutos aclararnos lo que podemos o no hacer en la fase 3. Todo es alegría y regocijo para las televisiones que regalan regaliz y gominolas en forma de noticias a sus audiencias anestesiadas.
Sólo tengo claro dos cosas. La primera es que la gente bien de València podrá viajar a su segunda residencia en Dénia o Jávea, sin temor a que la Guardia Civil la pare en un control. Lo segundo es que a partir del lunes ya se puede comer y beber en las barras de los bares. Esto es lo que me interesa porque no he sido lo suficientemente listo para ahorrar y comprarme un chalé en la costa alicantina.
El Gobierno se ha cuidado en recordarnos que nuestra libertad es provisional, bajo vigilancia y que podríamos perderla si las circunstancias —siempre cambiantes— lo aconsejaran, porque es una medida de gracia que nos ha sido concedida. Vivimos de prestado. Así no sería de extrañar que nos obligaran a firmar en el juzgado cada quince días a todos los que no hemos demostrado una adhesión inquebrantable a las autoridades.
Los vendedores de la ONCE han vuelto a la calle. Mi padre está contento. Juega mucho a los ciegos y a la lotería. Está convencido de que al final le tocará. No le quitaré la ilusión de la semana. Me ha prometido que me dará medio millón de euros si la fortuna le sonríe. Claro que sí, para tapar agujeros.
En la radio escucho una entrevista que le hacen al filósofo chileno Axel Kaiser, que acaba de publicar La neoinquisición: persecución, censura y decadencia cultural en el siglo XXI. Todo lo que he pensado tantas veces lo expresa de una manera clara y certera. El eje del libro es la crítica a la dictadura de la corrección política y a sus diferentes manifestaciones como el culto a las emociones y el declive del diálogo racional, la víctima como nuevo estatus social, la aplicación abusiva de los delitos de odio, la uniformidad ideológica de las universidades, la tiranía de las minorías, la autocensura de creadores e intelectuales para no molestar a estas minorías, y el deterioro alarmante de la libertad de expresión y de pensamiento.
Axel Kaiser describe un panorama inquietante porque esta forma de pensar, rayana con el totalitarismo, es compartida por gran parte de los adolescentes y jóvenes de menos de 30 años. Los adultos del mañana. Es para echarse a temblar.
¡También han atacado la estatua de Indro Montanelli, uno de las grandes periodistas italianos del siglo XX! Montanelli, liberal convencido, se enfrentó a la ambición política de Berlusconi. Fue uno de los pocos que lo hizo. Sus historias de Roma y de los griegos están muy bien escritas y son divertidísimas. Siempre sostuvo que lo único que un periodista no puede permitirse es ser aburrido.
En Milán su estatua apareció cubierta de pintura roja y con las palabras "racista" y "violador".
Si Italia, la cuna de las artes, hace esto con sus hijos más destacados, ¿qué puede esperarse de otros países que aún no se han sacudido el pelo de la dehesa, como Estados Unidos?
Comer en Richi es como asistir a una clase en una escuela de idiomas. Si hace unos días me senté al lado de una pareja que hablaba en francés, hoy en la misma mesa comían dos hombres, compañeros de trabajo, que alternaban el español y el inglés. El extranjero se llamaba David. De la conversación no me he enterado de casi nada, y eso que tengo el B2, comprado, eso sí, en las rebajas de una universidad privada.
Ni arrepentimiento, ni remordimiento, ni petición de perdón, ni una simple disculpa por todo el daño ocasionado. Todo lo contrario: el poder gobernante presume de su desastrosa gestión con una chulería obscena. Será difícil encontrar otros gobernantes con este nivel de degradación moral.
Hasta ven con buenos ojos que se vendan camisetas del experto en cejas, que debería haber sido despedido por su torpeza e ineficacia al comienzo de la pandemia. Los diseñadores de las camisetas tratan de ser graciosos. En ellas aparece el protagonista sacando la lengua como si fuese Albert Einstein. Se mueren de la risa a costa de 44.000 muertos.
Quiero comprarme una camiseta del doctor para romperla en pedazos y hacer con ella trapos para limpiar el polvo de las lápidas de los muertos enterrados en el cementerio general de València durante los tres meses de encierro. Una vez limpias, tiraré los trapos a un contenedor de basura, que espero sea el lugar que la historia le reserve a semejante inexperto y a los responsables políticos que lo mantuvieron y toleraron su ineptitud contumaz en los días más negros de esta primavera.