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el tintero / OPINIÓN

Motivos para el orgullo

Hace unas semanas vi la versión actual de ‘Los últimos de Filipinas’ y no paraba de pensar en la enorme diferencia entre aquellos jóvenes soldados que resistieron lo indecible luchando por su país y la sociedad actual donde esa actitud heroica es casi inexistente.

3/07/2019 - 

El mundo cambia, la sociedad se transforma y las circunstancias son distintas, no sólo en sí mismas, sino por como las vivimos los protagonistas de la historia, las personas. Es una evidencia, pero es bueno analizar con una mezcla de pasión y realismo, incluso algo de relativismo, la evolución de nuestra especie, el gran salto que ha dado la humanidad (no en todos los lugares ni en todas las culturas) especialmente en el mundo occidental en los últimos siglos.

Esta reflexión no pretende que caigamos en una autocomplacencia total y pensemos que todo está en la mejor situación posible, pero tampoco algo que percibo y sobre lo que reflexiono en multitud de ocasiones desde hace muchos años y que les planteo a modo de pregunta: ¿de verdad estamos aún en un momento donde nos quedan muchos retos y mejoras por alcanzar? ¿Acaso vivimos en una precariedad intolerable que debe subsanarse a base de leyes, decretos, propuestas y nuevas ideologías? Y como colofón, dentro de la historia el tiempo en el que un ser humano está sobre la Tierra es ínfimo, ridículo, apenas un siglo, y durante ese período parece que siempre queramos vivir cambios, revoluciones e innovaciones trascendentales, sí o sí.  

Esta actitud de inconformismo vital y de continua búsqueda de no se sabe qué perfección, siempre me lleva a la expresión “locura colectiva”, en la que tantas veces creo que vivimos instalados todos. Ahora toca rechazar el plástico, comer pan integral y a lo sumo fumar cigarrillos electrónicos, pero dentro de unos meses o semanas tocarán otras cosas. Todo cambia a una gran velocidad, al mismo tiempo que siempre nos sentimos haciendo algo definitivo y único. Un gran ejemplo de esta forma de vivir son las series de TV, como decía el otro día el escritor Juan Manuel de Prada: “Chernobil es la mejor serie de la historia de la última semana”.

Y entre tanta velocidad, tanta revolución tecnológica y tanta conquista de derechos, siempre dejamos en tercer plano la idea de obligaciones, de sacrificio, de lucha, de renuncia, valores todos ellos que conforman verdaderamente un carácter recio y maduro para enfrentarse al mundo con la fortaleza y el realismo que este requiere. Pero pese a todo ello, deberíamos mirar no solo la evolución histórica de nuestro país y nuestro contexto socio cultural para sentirnos profundamente orgullosos de pertenecer a la tradición judeo-cristiana y greco-romana, de ser los creadores y herederos de una sociedad libre, justa, democrática, tolerante y caritativa, en definitiva, un espacio lleno de humanidad, de entendimiento, de respeto y de seguridad. Todo ello no sucede en muchas partes del mundo por diferentes causas, y nosotros que estamos en el grupo más privilegiado, no sólo por ubicación geográfica sino por cultura y religión, seguimos criticando cuando no atacando las bases de nuestra sociedad, en lugar de sentirnos profundamente orgullosos.  

En estos días en los que tanto se habla de orgullo sólo desde el punto de vista de la homosexualidad, la cual es una opción sexual respetada y que en el mundo occidental está más que normalizada e integrada, no así en muchos países latinoamericanos, especialmente las dictaduras o en oriente próximo por motivos religiosos; podríamos hablar de orgullo de ser valencianos, españoles y europeos. De ser los descendientes de una civilización que ha evolucionado gracias a los valores del humanismo cristiano y como otros países ensalzan su historia, en España podemos y debemos mostrar nuestro orgullo por todo lo aportado a la historia de la humanidad en tantos ámbitos. 

Por aquello del uso que se da a las palabras, de la importancia de su significado y el contexto en el que se utilizan, es muyc ierto que “las palabras las carga el diablo”. Según la RAE, orgullo en su primera acepción es “sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida”; pero en su segunda acepción es: “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que suele conllevar sentimiento de superioridad.” Intentemos que nuestro orgullo sea la satisfacción y agradecimiento de los logros alcanzados y no se convierta en arrogante ni excluyente.

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