El incremento de la dinámica interna en la Eurozona la convierte en un motor fundamental de la economía mundial, según el economista jefe de Robeco
MADRID. En el mundo de la banca existe un banco central que tiene la función de prestamista de última instancia ("lender of last resort"). Cuando surge la necesidad, esta entidad puede conceder crédito ilimitado a bancos solventes con garantía y, algo que a veces se olvida, a un interés (o penalización) especialmente alto. Así se mantiene en pie el sistema financiero en épocas de pánico.
Para la economía mundial, se observó que, curiosamente, el consumidor estadounidense funcionaba de manera similar, algo así como un consumidor de última instancia ("consumer of last resort"). Dicho de otro modo, siempre se podía contar con los consumidores estadounidenses como locomotora de la economía mundial. También se podía contar con la cuantitativamente menos importante China que, en cualquier caso, sobre el papel, creció de manera sostenida durante una magnífica etapa de recuperación. Por supuesto, cabía esperar menos de las economías tradicionales alemana y japonesa, orientadas a la exportación. El consumidor alemán es austero y la región se mantuvo controlada en un intento de frenar la acumulación de deuda.
Pero ahora llama la atención que parecen haberse invertido los papeles entre los Estados Unidos y la Eurozona. Esta última ha crecido más que los Estados Unidos en el primer trimestre y allí parece haber cada vez más dudas sobre el crecimiento, mientras que en la eurozona el ánimo se mantiene positivo. Las autoridades chinas parecen querer dar un giro completo a su política de estímulo continuo a la economía porque los ratios de endeudamiento suben a un ritmo insostenible. Para la Eurozona podemos soñar con un crecimiento superior al 2,0 % este año. ¿Pero podrá de verdad la Eurozona mantener el crecimiento por sí misma mientras el resto del mundo se relaja? ¿Existe una regla general según la cual Europa tiene un retraso de medio año respecto a EE UU?
Hay algunos motivos para ser optimistas en cuanto a que la Eurozona pueda ser económicamente independiente. Por ejemplo, se ha dejado de insistir en la necesidad de recortes ahora que las finanzas públicas, en promedio, están bajo control (el déficit público de la eurozona fue del 1,5 % del PIB en 2016). Por lo tanto, los gobiernos ya no tienen un efecto inhibidor sobre la economía. El desempleo se está reduciendo de manera constante y la confianza del consumidor crece como consecuencia de todo ello. También está en aumento la confianza de los productores, aunque los empresarios siguen mostrándose algo reacios a invertir. La política monetaria se mantiene muy expansiva, aunque cabe prever que el Banco Central Europeo (BCE) empiece a cerrar lentamente el grifo a partir de septiembre. Así, el BCE sigue impulsando la economía.
Los riesgos políticos se han reducido significativamente debido a la elección del liberal y europeísta Emmanuel Macron. Parece estar perfilándose un acuerdo: reformas en la oferta en Francia (especialmente el mercado de trabajo, pero también una rebaja del impuesto de sociedades), frente a una mayor fuerza a nivel europeo en cuanto a las finanzas públicas y la inversión del Estado, cuando las elecciones en Alemania han quedado atrás. Todo apunta a la continuación de una gran coalición liderada por Merkel.
Así pues, y al menos por el momento, los riesgos para la supervivencia del euro están superados. Italia sigue siendo un poco problemática, pero la reforma del sistema electoral reduce el riesgo de un gobierno extremista. Por otra parte, Italia presentó en el primer trimestre el crecimiento más fuerte en seis años, por lo que quizás es inapropiado hablar de este país como el 'enfermo de Europa'. Para Italia se puede aplicar lo mismo que para la eurozona en su conjunto: es deseable una mayor inversión. El incremento de la dinámica interna en la Eurozona la convierte en un motor fundamental de la economía mundial. Hay que habituarse a ello poco a poco.
Léon Cornelissen es economista jefe de Robeco